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En plena era del insulto

A López Obrador le ha dado por meter en el mismo saco calificativo de fifís, conservadores y neoliberales, a todos los que considera sus adversarios.

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A López Obrador le ha dado por meter en el mismo saco calificativo de fifí­s, conservadores y neoliberales, a todos los que considera sus adversarios.

Por: El Paí­s

Cd. de México.- Llamarle “era” puede ser exagerado, pero como andamos embelesados con lo de las etiquetas grandilocuentes pues algo extraordinario se convierte pronto en “histórico” y un comportamiento reiterado muta a “era” sin pudor alguno. Así­ las cosas, tampoco es para darnos golpes de pecho. Solo no se encarií±en con el concepto porque lo de hoy es que las eras duren menos que un telediario. Sirven, eso sí­, para situar sorpresas y malestares.

Si hasta cuando el papa Francisco tuitea una bendición los enojados de ocasión le caen a palos con un “y quién eres tú para andarme bendiciendo”, que los simples ciudadanos se escupan sin que casi medie provocación es ya lo de hoy. ¿Que no me gusta como piensas? A tundirte a palos. ¿Que no estoy de acuerdo con lo que dices? A tundirte a tuitazos. ¿Que no me agrada como te ves? A tundirte a memes. ¿Que no me place tu existencia? A tundirte a palos, tuitazos y memes, que aquí­ no escatimamos. Lo malo con el furor por el insulto es que de tanta incontinencia, comienza a perder chispa lingí¼í­stica.

Permí­tanme unos ejemplos.

Al presidente de México le ha dado por meter en el mismo saco calificativo de fifí­s, conservadores y neoliberales, a todos los que considera sus adversarios (desde medios de comunicación, uno que otro periodista, algún empresario distraí­do y hasta ciertas mentes pizpiretas). Y dada la frecuencia con la que el presidente colorea con tales epí­tetos a sus contrarios y dado que goza casi diario de una tribuna desde la cual ejerce esa comunicación asimétrica propia de sus apariciones matutinas ante la prensa, pues ya logró infectar la agenda lingí¼í­stica del respetable. El otro dí­a en el mercado, un astuto comerciante distinguió con un espacio de exhibición particular y un precio más elevado a los que destacó con sendo letrero como “mangos fifí­s”. Y sí­, estaban más grandes y cachetones que los otros. ¿Será que cuando el presidente habla de los fifí­s se está imaginando a un empresario grande y cachetón? Es pregunta, no comiencen con las conjeturas.

Hace apenas unas semanas, una alterada conductora se incomodó porque no arranqué a tiempo cuando el semáforo se puso en verde, pasó a mi lado con poca indiferencia y se desgaí±itó con un ¡pinche conservadora, aprende a manejar! ¿Será que cuando el presidente habla de los conservadores recuerda a los que son lentos para acelerar? Es pregunta, ya les dije que no comiencen con las conjeturas. En fin, que la colonización de la agenda expresiva desde la tribuna máxima del paí­s está teniendo estragos en la creatividad del insulto. Porque cuando todo es fifí­, todos son chairos, todos son conservadores y todos los gansos se cansan, urge que comencemos a desempolvar el diccionario de sinónimos.

En la andanada contra la prensa en redes sociales y en la comentocracia horizontal, todos los periodistas son ya chayoteros. Y ese raudal arrastra sin distingo a todos los profesionales de la información y a todos los chayotes (que, hay que insistir en ello, son en origen una verdura inocente). No hay espacio para distinguir entre la prensa vendida y la que no, porque los matices no caben en los insultos. Las mujeres que denuncian acosos son feminazis y las que abogan por la despenalización del aborto, son, además, asesinas. Si el rifirrafe de ocasión dura más que una lí­nea de tiempo digital, entonces las seí±aladas serán tildadas también de lesbianas, mal atendidas en sus deseos sexuales y viejas, que para el insultador en turno todo cabe en un mismo epí­teto sabiéndolo escupir con saí±a.

Hay voces que han insistido en que debe ser el propio presidente quien comience a moderar la descalificación. Y sí­, él es el descalificador en jefe. Pero agrego que más bien todos debemos desprendernos de la obsesión con lo que sale del púlpito presidencial, no caer en la provocación inmediata, concentrarnos en los temas que importan, cultivar otros espacios de construcción social y no dejar de seí±alar lo que deba criticarse.

Y si nos vamos a seguir insultando, pues por lo menos refresquemos el espectro de epí­tetos.

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