
"Me las has jugado, me la has jugado, me la has jugado". Estas son las últimas palabras que ha pronunciado Vladimir V. I.
Por AgenciasÂ
ABC.ES / Espaí±a.- Madrid despertaba este viernes conmocionada. Tras una discusión con su pareja, un hombre cogió al bebé de ambos y se arrojó por una ventana del Hospital La Paz. Cayeron a un foso. Eran las 8.30 de la maí±ana. La ventana de cristal viejo y encuadrada en un edificio grisáceo da a un patio interior, a un callejón que se hunde respecto a la superficie. Alcantarillas y suelo de piedra. Unos doce metros. Los trabajadores de los servicios informáticos del centro hospitalario, que se alojan justo enfrente, vieron precipitarse al varón de 27 aí±os que se arrojó por la ventana con su bebé en brazos.
âEscuchamos unos gritosâ, dice una trabajadora que se sienta a tan sólo unos metros del callejón. Lleva una taza de café en la mano, ha salido a despejarse. Les han ofrecido tratamiento psicológico. Conoce las habitaciones, también estuvo allí con su hijo cuando tocó. Nacimiento, revisiones⦠âNo dimos importancia a las voces porque, como allí también está psiquiatría, suele ser habitualâ. Luego, el golpe seco, el silencio. ¿Qué ha sido eso? âNo os asoméisâ, les dijo el primero en mirar. El padre había caído encima de la nií±a. âSe debió de tirar de cabeza. No lo entiendo. Esas ventanas hacen tope, es muy difícilâ.
¿Y qué decían los gritos? âEl hombre le chilló a la mujer: â¡Me la has jugado! ¡Me la has jugado! ¡Me la has jugado!â Sí, eso escuchamosâ, relata tras tomarse unos segundos y dudar. Del griterío recuerda esa frase, repetida tres veces. âImagínate, las que tenemos hijos empatizamos mucho másâ, se despide. El hombre también gritó "te voy a dar donde más te duele".
Los servicios informáticos se alojan en un edificio cuadrado, en el centro del patio. La secretaria no quiere hablar, se lo han prohibido. âMuchos lo han vistoâ, confirma. Un tipo que fuma en la puerta tabaco de liar y se protege del frío con un anorak declina hacer declaraciones: âDe verdad, no voy a decir nadaâ. Aunque también evoca el ruido que describía su compaí±era. Fuerte, seco.
Los cuerpos se trasladaron allí una vez certificado el fallecimiento. âEl de informática es el edificio más cercanoâ. Primero, cuentan, se movió al bebé, que murió antes que el padre. âA él estuvieron intentando reanimarle quizá hasta media horaâ.
De nacionalidad chilena, el padre y la madre se encontraban en la habitación con su hija de un aí±o. âEra prematura, ayer le dieron el alta y se la llevaban esta maí±anaâ, explica a las puertas del centro, frente a las cuatro torres de la Castellana, un portavoz de los bomberos de Madrid.
Un pasadizo construido en el aire, acristalado, que conecta dos edificios, también tiene vistas al callejón. Una trabajadora de la limpieza pasaba âel aviónâ, ese aparato eléctrico para barrer el suelo, a las ocho y media de la maí±ana. Abstraída, a lo suyo. Pero vio caer algo. âSí, pero no me fijé. Fue muy rápido, imagínateâ. ¿Escuchó algo? âNo, esto está bastante aislado. No me di cuenta. Luego, empezó a correr la gente por los pasillosâ¦â. Alaba la eficacia de los servicios de urgencias del hospital. En muy poco tiempo, decenas de médicos trataban de reanimar los cuerpos tendidos en el asfalto.
âSe asomó un hombre por la ventana justo despuésâ. ¿Cómo? âSí, un tipo calvo, vestido de rojo. No sabemos quién esâ. Probablemente la Policía, un médico, alguien que hubiera dado la voz de alarma. En la planta baja del edificio, la casilla del desfibrilador está vacía.
Por fuera, la cáscara del hospital, no inspira lo sucedido cuatro horas después. El suceso es la comidilla en los pasillos, pero el centro funciona con normalidad. âDe eso no te recuperas en la vidaâ, le dice un médico a una compaí±era muy cerca de la puerta.