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El Faro Rojo: El timador de menores

Mientras los aficionados del equipo se volcaban en halagos para el instructor que creían perfecto.

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Mientras los aficionados del equipo se volcaban en halagos para el instructor que creí­an perfecto.

Por: Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Observando con lujuria los movimientos de sus “hijos” en el campo, Julio César dejaba volar la imaginación idealizando el momento de fotografiarlos desnudos para saciar sus instintos utilizando el internet como la mejor de sus armas.

Y es que el entrenador que gastaba los dí­as corriendo tras una pelota de soccer avistaba en sus alumnos la oportunidad de salir de la miseria, aunque para eso tuviera que extorsionarlos inmiscuyéndolos en una red de prostitución infantil.

Tras el balón

Con la frustración de sentirse atrapado en un oficio que le parecí­a poco, JJ se jalaba la camiseta fastidiado mientras una turba de chamacos arreaba la de gajos en uno de los tantos partidos que, como siempre, arbitraba sin pasión.

Mientras los aficionados del equipo se volcaban en halagos para el instructor que creí­an perfecto, este analizaba los movimientos de todas las familias con las que conviví­a para sacar provecho delinquiendo sin que se dieran cuenta.

A solas, el hombre con intenciones de doble filo sacaba la peor de sus caras porque navegando con banderas de nobleza esperaba el momento justo para atacar a las potenciales ví­ctimas, que elegí­a casi siempre de entre los menores que adiestraba.

Sin que los futbolistas lo notaran, Julio estudiaba sus comportamientos para luego gancharlos en el mundo de lujuria que él fabricaba para hacerse de dinero fácil aprovechando la pubertad de las ví­ctimas.

Pero los alcances del degenerado con pito arbitral no tení­an lí­mites, porque valiéndose de la tecnologí­a se las ingenió para en poco tiempo crear el mundo virtual con que pretendí­a explotar a quienes elegí­a para que sufrieran las consecuencias de su maldad.

Redes del mal

Ensimismado en el tablero de la computadora donde maquinaba sus turbios negocios, el malogrado técnico fabricaba el escenario perfecto para los incautos que se dejaban vencer por el aliento del sexo irreal.

Utilizando seudónimos de mujeres famosas se contactaba con los chamacos para convencerlos de que intercambiaran fotografí­as de desnudos, haciéndoles creer que pronto se conocerí­an en persona para consumar lo que hasta entonces parecí­an fuertes promesas carnales.

Bajo esa técnica, Julio se postró frente al monitor, abrió Facebook y una lista interminable de contactos apareció frente a él como cardumen de ví­ctimas, y sin reparo se abocó a la tarea de convencimientos forzosos que tantos dividendos le dejaban.

Aquella maí±ana de septiembre, el formador de deportistas decidió embaucar a “Pepe”, uno de los menores que entrenaba en el pasto sintético de Fundadores, donde crearon el ví­nculo que el potencial delincuente aprovechó para sacarle dinero.

Tras varios meses de engaí±arlo con fotos sexosas y ofrecimientos de revolcones que nunca ocurrirí­an, el maleante le exigió que le entregara los miles de pesos con que le prometí­a mantener intacta su integridad frente a la comunidad futbolera donde participaba.

Durante varios minutos, el ladrón de honras escribió con rencor los mensajes que aparecieron en la tableta del victimado, solicitando que se cumplieran sus peticiones de inmediato y sin intentos de boicot que lo hicieran utilizar la violencia extrema.

Se derrumba el castillo

Asustado, “Pepe” decidió romper el silencio que lo atormentaba y baí±ando en llanto abrió su corazón a la familia para narrar su fatí­dica pesadilla, siendo entonces cuando su gente decidió intervenir para anular el ultraje que el jugador del indoor estaba a punto de sufrir.

Siguiendo las instrucciones del entrenador, el menor llegó al punto de reunión establecido mediante Facebook, aunque para entonces ya le tení­an deparada una sorpresa al chacal cibernético.

Mientras el pambolero dejaba los billetes en el baí±o del deportivo en que habí­an acordado, policí­as ministeriales que fueron avisados del timo se dispersaron estratégicamente en los alrededores para actuar con presteza en el momento indicado.

A lo lejos, la triste figura del extorsionador apareció como buscando su destino porque con lentitud se enfiló hacia los inodoros imaginando que encontrarí­a la bonanza en bolsas de papel, como siempre ocurrí­a.

Pero lo que Julio suponí­a un triunfo más ante los jariosillos infantiles se convirtió en pesar, cuando fue alcanzado por los agentes encubiertos que lo sometieron para que confesara los aberrantes crí­menes cibernéticos que consideraba naturales.

En una rápida ofensiva los uniformados le pasaron revista corporal, decomisándole la computadora donde encontraron cientos de fotografí­as de mujeres sin ropa que ofrecí­a como introducción a los clientes que luego tomaba como rehenes.

Desde entonces, “Pepe” y sus amigos victimados por la presión del seudoentrenador recobraron la tranquilidad de su vida cotidiana, mientras el depravado aguardaba tras las rejas del Cereso la condena que superó los 10 aí±os por decisión del Juzgado encargado del expediente penal.

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