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Viajeros, en total indefensión

Central camionera presenta un nivel bajo de seguridad, dejando a los viajeros a su suerte.

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Central camionera presenta un nivel bajo de seguridad, dejando a los viajeros a su suerte.

Por: Jesús Castro Saltillo, Coah.- La realidad es muy distinta a los discursos, a las llamadas “estrategias” de seguridad o bien los buenos deseos de las autoridades. Hoy, viajar en autobús por las carreteras del estado es literalmente un volado: quedar a la suerte de sufrir o no un atraco. Un ejercicio periodí­stico realizado por Zócalo comprobó que un viajero puede introducir en su mochila literalmente cualquier cosa y que, aun cuando suene el arco detector de metales, las probabilidades de ser revisado son muy escasas. Ya en carretera se queda literalmente a la “buena de Dios”, pues si una banda intercepta la unidad, la probabilidad de ser asaltado y agredido sin que ninguna autoridad intervenga es alta. Un viaje entre el miedo y la indiferencia Todaví­a no amanece y la Central de Autobuses ya es un manicomio. Es Jueves Santo y los saltillenses aspiran a encontrar boleto. Eternas filas desde las 5:00 horas, que obstaculizan el caminar de un mostrador a otro, hasta hallar un autobús a Nuevo Laredo. “¿A Nuevo Laredo?”, pregunta la dependiente mientras abre exageradamente los ojos con los que momentos antes ni siquiera volteaba a ver a los clientes. “Sí­, a Nuevo Laredo”, contesta el solicitante, mientras un gesto extraí±o se asoma en el rostro del otro lado del mostrador. No tardó en encontrar una salida para las 7:50 horas, porque la siguiente era hasta las 14:20 horas. “Deme ese”, no habí­a tiempo para pensarlo porque ya sólo le quedaban los asientos junto al chofer. Ahora, a dar el nombre completo y pagar en efectivo, porque si es con tarjeta se va a tardar, ya la mujer advirtió que la terminal está fallando. Habí­a tiempo de sobra para la espera, pero ningún asiento vací­o en la terminal. Apenas se habí­a desocupado un lugar cuando se escuchó en las bocinas la salida 9348 con destino a Nuevo Laredo, Tamaulipas. Un letrero prohibiendo acceder con armas, drogas o bebidas embriagantes da la bienvenida. Después hay que cruzar por un detector de metales que a cada ingreso suena y suena y suena, encendiendo una luz roja en cada pasajero que lo atraviesa. El pitido advirtiendo que quien ingresó lo hizo con algún objeto metálico no inquieta a ningún guardia o miembro de la Central. Nadie es revisado para ver si alguno de esos metales detectados por el aparato sea un arma, droga envuelta o una lata de cerveza. Invisibles Frente al autobús, nadie pregunta si los pasajeros haciendo fila tienen la intención de cargar el equipaje en los compartimentos externos. Cinco minutos después aparece el chofer que recoge los boletos, sin solicitar que los pasajeros corroboren con la credencial para votar o algún otro documento que el nombre que ahí­ aparece efectivamente sea el de quien ingresa. Cinco dí­as antes de ese viaje, otro autobús proveniente de Nuevo Laredo permitió subir a dos hombres con una identidad falsa, sin obligarlos a corroborar sus nombres. En el kilómetro 41 de la carretera Monterrey-Nuevo Laredo, los individuos se levantaron de sus asientos y arma en mano despojaron a los pasajeros de bolsos, carteras, celulares, joyas y otros objetos de valor. Como en aquella ocasión, al subir al autobús 9348 no hubo ningún otro filtro para revisar que en las mochilas, o equipaje de mano, que ingresaron al autobús no llevara en su interior algún arma u otro objeto prohibido. Así­, sin saber si entre los pasajeros habí­a algún delincuente, la unidad salió rumbo a Monterrey, donde se detuvo en tres ocasiones para bajar y subir gente, sin tomar ninguna medida de seguridad, después se perfiló hacia Tamaulipas. El trayecto de amplios terrenos solitarios y en total despoblado se hizo sin que los pasajeros observaran la presencia de alguna patrulla, retén federal u operativo militar con motivo del periodo vacacional. La caballerosidad y destreza con la que el chofer condujo se vio opacada por la falta de alguna identificación oficial como conductor, con foto y datos de la empresa visibles. La ‘revisión’ Fue hasta las 12:35 horas que por primera vez el autobús fue detenido. Un retén de Migración marcó el paso. Uno de los oficiales subió y recorrió los pasillos volteando a uno y otro lado de los asientos. Se detuvo junto a un hombre de tez morena y pelo corto, le pidió explicación sobre su acento y antes de que se lo explicara lo hizo descender del vehí­culo. El chofer, molesto, apagó el autobús con un gesto de desaprobación. Al pasar frente al primer asiento, ya casi por bajar los escalones, el oficial volteó instintivamente. “¿Nombre y lugar de nacimiento?”, preguntó a un segundo pasajero. “Saltillo, nací­ en Saltillo, Coahuila, seí±or”, contestó sorprendido. Y el oficial lo creyó, así­, sin ninguna otra prueba que escuchar un acento norteí±o aunque el rostro del pasajero pareciera guatemalteco, salvadoreí±o o más aún, hindú, iraquí­ o afgano. Al hombre que bajaron no lo entretuvieron mucho. Cantó una parte del Himno Nacional, les dijo quien era el Presidente de México y el Gobernador de Tabasco, porque el hombre olvidó su credencial para votar y su acento tabasqueí±o le pareció sudamericano al oficial de Migración. Volvió el hombre medio pálido y sudando. Retomó el camino el autobús, no se vieron otras patrullas hasta que un convoy de cuatro vehí­culos de Fuerza Tamaulipas les dio la bienvenida a los pasajeros, que las vieron pasar a toda prisa, con las torretas encendidas por el bulevar César López de Lara. Calles de temor Y de ahí­ en adelante, la presencia de patrullas fue la constante durante la estancia de los pasajeros en Nuevo Laredo, que justo a esa hora viví­a la saturación del Puente Internacional II Juárez-Lincoln, con cientos de connacionales intentando pasar la Semana Mayor en Estados Unidos. Al dí­a siguiente, levantarse temprano, buscar un boleto de regreso a Coahuila y encontrarlo hasta las 16:00 horas. Pasar el tiempo en las calles aún llenas de temor en una de las ciudades donde todaví­a la violencia es el pan de cada dí­a. Luego escuchar por la bocina, por fin, la salida con rumbo a Querétaro y la Ciudad de México, con escala en Saltillo. Otra vez cruzar una puerta hacia los andenes, en cuyo acceso sólo hay un trabajador con un detector de metales de mano, que no usó en ningún momento. Frente al autobús 9541 un solo guardia de seguridad de edad avanzada. Al abordar, otra vez ninguna identificación ni inspección al equipaje de mano. De fácil acceso Ahí­, en la terminal de Nuevo Laredo, en donde abordaron los asaltantes que despojaron de sus pertenencias a decenas de pasajeros en por lo menos ocho ocasiones sólo el aí±o pasado y en una ocasión de 2017, justo el 10 de abril, uno de los viajantes portaba una navaja. No era un arma como tal, sino una pequeí±a navaja que podrí­a no parecer ninguna amenaza, pero suficiente para ser usada como arma blanca, y cometer un despojo silencioso, aprovechando que el viaje de regreso contó con la mitad del cupo. En la mochila habí­a más. Al abrir el primer sierre saltaba a la vista una ristra de empaques con pastillas de todo tipo, que mí­nimo provocarí­an en cualquier aeropuerto que el pasajero fuera cuestionado. Pero en esa terminal de Laredo, como en la de Saltillo, nadie realizó inspecciones o registró maletas, y por eso un pasajero logró hacer el recorrido redondo con objetos prohibidos. Por ello no es de extraí±ar que los principales asaltos a viajeros se dan en el tramo Nuevo Laredo Laredo-Monterrey, e incluso a unos kilómetros antes de llegar a Saltillo, porque el trayecto luce desolado. Hasta la segunda caseta de cobro hubo un retén federal. La unidad se detuvo. Un oficial subió, hizo inspección visual dentro del autobús y volvió a bajar, sin molestar a nadie. Se atravesaron otras dos casetas de cobro sin policí­as, sin retén, sin inspección. Y así­ siguió hasta llegar a Ramos Arizpe, donde una mujer causó un sobresalto entre los pasajeros por sentirse mareada y faltarle el aire. El chofer ni se enteró, porque esa lí­nea mantiene a los pasajeros separados de la cabina con una puerta, de modo que quien conduce nunca se entera de lo que pasa del otro lado, así­ sea un enfermo, una persona ebria o un asalto a mano armada. Saltillo dio la bienvenida en plena noche de Viernes Santo sin ningún retén por el operativo vacacional funcionando en la carretera Monterrey-Saltillo; a pesar de todas las faltas a la seguridad de los pasajeros, llegaron a la Central de Autobuses sanos y salvos. No corrieron la misma suerte los pasajeros que el 10 de abril, inicio de la Semana Santa; fueron amenazados con armas de fuego y asaltados mientras regresaban de Nuevo Laredo, sin que la lí­nea de autobuses se haya hecho cargo de sus pérdidas. Mientras tanto, la seguridad de los viajeros en esta peligrosa vialidad del norte del paí­s pende de un hilo. 302 kilómetros es la distancia entre Saltillo y Nuevo Laredo, por la autopista. 426 pesos es el costo del boleto en autobús de primera, para esta ruta. De adorno » Los detectores de metales, tanto en Saltillo como en Nuevo Laredo, lucen sólo como testigos del paso de los viajeros. A pesar de encender ningún empleado procede a inspección alguna.
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