Recorren el Centro en una representación del sufrimiento de la madre de Cristo.
Por: Christian García
Saltillo, Coah.- La noche caía fresca sobre Saltillo y eliminaba el calor de la tarde del viernes casi como un presagio de lo que venía. Una imagen ocupaba la atención: era una virgen de rostro triste que ataviada con ropas negras y de oro estaba rodeada de seis mujeres cuyos rostros se mantenían ocultos con un velo traslúcido.
Al frente de ella estaba el escenario en el que la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil del Centro de Estudios Musicales comenzó a tocar un réquiem denso, en el que los tambores fueron la principal fuente de sonido. Un sonido pesado envolvió al público que asistió a la Procesión del Silencio.
Aunque la Virgen Dolorosa fue el centro del evento, unos metros delante de ella se encontraba otra escultura, la de su hijo Jesús, quien yacía sobre una cama de rosas, rodeado por personas cuyos cuerpos estaban cubiertos por una túnica negra y sus cabezas por capuchas blancas. El negro fue el color que marcó el evento.
Los trajes coloridos de los actores contrastaban con el negro de los procesionarios que al terminar las puestas en escena comenzaron el recorrido.

Fueron tres los penitentes que abrieron la marcha. El del centro sostenía una gran cruz de madera, la cruz que guiaba. Caminaban lento, con sus capuchas que parecían salidas de un relato de espectros, de ánimas que recorrían la soledad de la calle Hidalgo.
A unos metros de ellos, la Virgen María, triste, seguía el camino que su hijo había marcado. Estaba acompaí±ada por un séquito que caminaba a trompicones. Los rostros de sus seguidores eran solemnes, quietos, como si fueran autómatas que esperaban una orden para seguir avanzando.
Esperanza
El río de personas corría calle abajo y seguía a la madre estática que perdió a su hijo. Muchos mantenían veladoras encendidas como un símbolo de esperanza por la resurrección de Jesús.
La estrecha calle del Centro Histórico llenó a la procesión de un pasado tangible: sus paredes viejas y manchadas por el polvo durante aí±os protegían a los caminantes. Ancianos del Asilo del Pobre observaban absortos el recorrido desde la banqueta en la que estaban sentados.

La procesión avanzó lenta como la cólera de Dios según la Biblia. El silencio fue opresivo pero era roto por los instrumentos de viento y metales de la Sinfónica que anunció la llegada a la Plaza de Armas, en donde una multitud recibió a los marchantes.
Al girar por la calle de Juárez los nií±os que observaban quizá se habrían preguntado si alguien había muerto, y sí, alguien murió hace más de 2 mil aí±os antes que ellos nacieran.
El pasado y el futuro se conjugaban ante el Palacio de Gobierno que despedía a la Procesión para arribar a la última parada: la iglesia de San Esteban, que está en la calle Victoria. Ahí finalizó con un concierto.