
Cristina Vargas es una de tantas que claman justicia y verdad; se acabaron las celebraciones.
Por Leopoldo Ramos
Saltillo.- Desde hace 10 aí±os los festejos por el 10 de mayo para Cristina Vargas no son iguales. Desde que desapareció su hijo en Saltillo, aquel 28 de junio de 2011, se volvieron grises, apáticos, sin sentido.
Ahora no tiene paz, pero tampoco miedo. Peregrina en busca de su hijo Manuel Hernández, y en encontrar el castigo para los responsables de su desaparición.
Cristina es una de tantas madres que buscan a sus hijos víctimas de la violencia en México, y que en el Día de las Madres claman justicia y verdad, porque felicidad no tienen. ¿Cómo conseguirla si la mesa no está completa?
Recuerda cómo eran sus festejos y en automático sus ojos se inundan. Invariablemente, su hijo, un joven de 24 aí±os, estudiante y subgerente de una compaí±ía, a quien educó y sacó adelante sola, lo llevaba a comer y siempre la sorprendía con un ramo de flores.
Un día especial
Cada 10 de mayo era especial para Cristina. Aunque a diario se sentía realizada por tener a su familia completa, este día en particular tenía algo especial porque era el momento de ella con su hijo y de nadie más.
Tras la desaparición de Miguel todo se vino abajo. Su salud se deterioró, se fueron las sonrisas, ya nada volvió a ser igual.
âDesde que no está no hay festejo, me llevaba a mí y a mi mamá a comer, nos daba el mismo regalo, mi mamá lo adoraba, ella falleció después de su desaparición, con tanta angustia, empezó a decaer su salud, ya no fue la misma, me decía âesa angustia que tienes todos los días yo la compartoââ, dijo.
Ya no es lo mismo
Pero no solo las celebraciones por el Día de la Madre se acabaron; también se cancelaron viajes, fiestas de cumpleaí±os, comidas especiales, todo; nada volvió a ser lo mismo desde hace 10 aí±os. âY no lo será, porque las madres que tienen a un hijo desaparecido, no tienen pazâ.
Busca más pruebas
Responsabiliza de la tragedia a siete delincuentes, de los cuales cinco se encuentran en prisión y los otros dos fueron puestos en libertad, procesados por secuestro, no por la desaparición de su hijo.
Con sus propios recursos recorrió diferentes estados del norte del país en busca de más pruebas contra los responsables, sin importar nada, a veces sin un peso en la bolsa. Ya perdió la cuenta de cuántos kilómetros recorrió, cuántas ciudades visitó tras la mínima pista de dónde encontrar a Miguel. â¿Qué no haría una madre por sus hijos?â, seí±aló.
âCuando tú pierdes un hijo pierdes el miedo, dices: si se me va la vida aquí, que se me vaya. He ido a muchos lugares, hasta a pie, porque me dicen en este lugar vivía uno de los sospechosos, y allá voy, buscando pistas, he investigado cómo vivían los involucrados mejor que las autoridades, y les digo lo que encontré y no hacen nada; quieren lavarse las manos (con el argumento) que ya pasaron muchos aí±os; no me importa, quiero que se haga justicia, quiero verdad y justiciaâ, dice la madre de familia.
Con el paso de los aí±os y de las adversidades Cristina no pierde la fe. Dice que Dios le renueva sus fuerzas cada día para seguir adelante y no se va a detener hasta que se haga justicia para Miguel y, sobre todo, encontrar las respuestas sobre su paradero.
âDesaparecerte un hijo es la muerte en vida, porque cuando sabes que fallecen les lloras y vas al panteón, y cuando no los encuentras hay una incertidumbre espantosa y un vacío terrible. No hay paz en las madres, ni en los hogares donde desaparecieron un hijo, se acaba todo, y lo más triste es que siguen desapareciendo, y hay más madres con dolor. Ya no queremos una madre más como nosotros, no queremos que haya más desaparecidos, porque el caminar de nosotros ha sido un calvarioâ, seí±aló.