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El Faro Rojo: ‘El Monago’, agresor sexual

Resuelto a todo, el mañoso llegó hasta el sitio donde concretó sus bajezas frente a la propia familia de la mujer.

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Resuelto a todo, el maí±oso llegó hasta el sitio donde concretó sus bajezas frente a la propia familia de la mujer.

Por Agencias 

Saltillo, Coah.- Deambulando entre los polvorientos caminos del barrio, “El Monago” enfilaba sus pasos a la casona de doí±a Jovita, la anciana a la que pretendí­a ultrajar para acrecentar su fama de violador serial en aquella olvidada colonia de Saltillo.

Resuelto a todo, el maí±oso llegó hasta el sitio donde concretó sus bajezas frente a la propia familia de la mujer, que encabezando una revuelta social logró que aprehendieran al chacal que ahora paga sus atrocidades con cárcel.

Mala fama

Desde que llegó a la Nuevo Atardecer, Agustí­n se comí­a a las mujeres con la vista, pero su timidez le impedí­a acercárseles, porque los pudores que arrastraba desde su pueblo creaban una barrera invisible que le parecí­a infranqueable.

Apenas comenzaba el aí±o. Las ansias del albaí±il por caer bien a sus vecinos lo empujaban a tratar de relacionarse, pero aún sabiendo que sus trabas emocionales eran muchas, decidió conocer a cada una de sus nuevas “amigas” en tiempo récord.

Con el paso del tiempo, el escuálido ejidatario se hizo amo territorial de la colonia. En su mente revoloteaba la maldad que empezaba a crear. Y sin darse cuenta transformó su tibia personalidad en la de una bestia difí­cil de maniatar.

Y es que, repentinamente, comenzó sus andanzas por el rumbo, en donde se convirtió en temible, coleccionando ataques a las féminas, que una a una fueron cediendo por la fuerza, ante el poderí­o de quien se transformó en el célebremente triste “Monago”.

Violador serial

Cobijado siempre con el manto de la noche, Agustí­n atacaba en los rincones de los barrios que dominaba, deshonrando a quienes se atreví­an a pasar por sus territorios en solitario, perpetrando las bajezas que de pronto lo encumbraron como uno de los hombres más buscados por la Policí­a en Saltillo.

Infundiendo temor entre sus conocidas, fortaleció su imagen de despiadado chacal que con el paso de los aí±os se hizo imborrable, tanto, que las autoridades lo buscaban sin cesar, aunque ya no tuviera denuncias en su contra.

Recargando su confianza ficticia en el rifle que lo hací­a sentir invencible, coleccionó una abundante cantidad de “conquistas” que tomó por la fuerza, expandiendo el pánico de quienes lo catalogaron como un asesino de la tranquilidad comunal.

Aí±os después de asentarse en la colonia, “El Monago” adquirió la etiqueta de violador, porque sus hazaí±as crecieron tanto que las veredas de la Nuevo Atardecer se miraban desiertas cada que la oscuridad caí­a.

El sello de la casa

Platicando con Jovita sobre el ajetreo que lo mantuvo ocupado todo el dí­a, José, su esposo, descansaba en la cama cuando un fuerte toquido trastocó sus ideas, y extraí±ado se dirigió a la ventana para ver a quien espantaba la tranquilidad de la noche.

Apenas abrió la puerta cuando una fuerza descomunal le hizo caer al suelo, recibiendo la lluvia de golpes que lo dejó inconsciente a medio piso y sin poder defenderse, porque su victimario le apuntaba con un rifle para someterlo sin piedad. Ahí­ comenzaba a escribirse la verdadera historia del violador serial más afamado del rumbo.

Con la cabeza llena de sexo, el visitante incómodo se dirigió a la recámara donde Jovita aún se revolcaba de cansancio, y sin darle tiempo de nada se le abalanzó para romperle las vestiduras mientras la obligaba a saciar sus bajezas carnales de la peor manera.

Tras humillar a la jefa de familia en su propia cama, el atacante salió corriendo para perderse en la oscuridad, mientras Pepe consolaba a su mujer que con gritos de dolor le pedí­a que la abrazara muy fuerte, porque la experiencia vivida la dejarí­a traumada de por vida.

Sintiendo que el corazón se le salí­a del cuerpo por la rabia que sentí­a, el hombre de la casa salió para buscar al victimario, aunque sus esfuerzos resultaron banales porque el chacal ya habí­a puesto distancia de por medio.

Ofendido por el agravio que le hicieron a la familia, el esposo de Jovita entrelazó su pesar con las vecinas del rumbo, alertándolas de lo que pasaba demasiado tarde, porque estas ya habí­an sido ví­ctimas de “El Monago” desde dí­as atrás.

“Ese ‘gí¼ey’ no es de por acá, pero se ha visto desde antes de las vacaciones escolares, dicen que siempre tiene un rifle para amenazar a las mujeres y nos da miedo, entonces le pensamos para salir de la casa o dejar que los nií±os jueguen afuera”, dijo Sandra al enterarse de que su amiga habí­a sido ultrajada.

Cacerí­a humana

Resueltos a terminar con su pesadilla, los habitantes de la Nuevo Atardecer bloquearon las calles para levantar la voz exigiendo respuestas a las autoridades, que ante la presión redoblaron esfuerzos para investigar lo que pasaba en el barrio.

En otra parte, el chacal refugiaba sus maí±as en casa de los parientes laguneros que lo escondí­an, aunque su afición por el sexo terminó delatándolo cuando menos lo esperaba, porque en una de sus tantas andanzas callejeras fue sometido por la Policí­a.

Al darse cuenta de que se trataba del mismo hombre que buscaban afanosamente en Saltillo, agentes ministeriales de San Pedro lo pusieron bajo resguardo y luego lo enviaron a la capital de Coahuila, donde fue sometido al proceso que lo refundió en prisión por los delitos cometidos.

Con el sátiro tras las rejas, las vecinas respiraron otra vez la tranquilidad que desde aí±os antes se habí­a diluido del ambiente, dejando al “Monago” como un vago recuerdo de la maldad que dejó muchas ví­ctimas a su paso por el barrio.

Con información de Ruta Libre

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