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Lidiar con la muerte; así es trabajar en un Semefo

Cuando se habla de una persona que trata todos los días con la muerte, uno pudiera pensar en alguien serio, con semblante duro, posiblemente sombrío.

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Cuando se habla de una persona que trata todos los dí­as con la muerte, uno pudiera pensar en alguien serio, con semblante duro, posiblemente sombrí­o.

Por: Agencias

Monterrey, NL.- “La mayorí­a de la gente desconoce cuál es el proceso aquí­, qué pasa cuando fallece una persona y la trasladan con nosotros. A veces llega solamente la osamenta, a veces una pieza”, cuenta “Rubí­â€ (el nombre de la entrevistada fue cambiado para proteger su identidad), una chica alta con una voz enérgica y directa. Realiza su servicio social en un Semefo de Nuevo León y accedió a relatarnos su experiencia. “Se realiza un registro donde se identifica a la persona. El trabajo del perito es fotografiar cada órgano, cada paso; si hay lesiones se fotografí­an. En los productos –los recién nacidos– se hacen pruebas de si nació respirando o no”.

Cuando se habla de una persona que trata todos los dí­as con la muerte, uno pudiera pensar en alguien serio, con semblante duro, posiblemente sombrí­o. Sin embargo, Rubí­ es todo lo contrario: su actitud es relajada, con una risa contagiosa y un humor que pareciera nunca haber tocado los terrenos de la tristeza o enojo. No obstante, entiende perfectamente la parte emocional de su labor. “Todos los dí­as te toca ver llorar a alguien, decirle a alguien que aquí­ está su hijo. No te desensibilizas, sólo que encuentras en el profesionalismo un ancla para realizar la labor”.

‘Te hace más precavido’

Sin embargo, Rubí­ agrega que lidiar todos los dí­as con la muerte la ha hecho más consciente de su inevitabilidad: “Ves todos los cuerpos con diferentes muertes y te pones a pensar en cómo muere la gente y lo fácil que es perder la vida. Y eso sí­ te afecta a cierto punto. El cruzar la calle, el simple hecho de salir a la calle, te das cuenta que en cualquier momento puede pasar. No es que vivas con miedo, pero te hace más precavido”.

Por la naturaleza de su trabajo, resulta obvio que se tomen todas las medidas necesarias para cuidar la salud de los trabajadores. “Asistimos con uniforme médico quirúrgico, utilizamos batas, mangas, cubrebocas, fundas para zapatos, guantes, lentes, porque todo está contaminado y los olores son muy fuertes. La ropa y el cabello pueden quedar impregnados”. Desde que inició en este trabajo, se dio cuenta de la importancia de seguir estas normas, pues un accidente de trabajo en este ámbito puede resultar en consecuencias graves. “Esta seguridad es porque pueden saltar fluidos, y algunas personas mueren por enfermedad”.

‘Más miedo a los vivos’

Rubí­ confiesa que tiene más miedo de los vivos que de los muertos, y menciona que hace unos aí±os, cuando la violencia relacionada con el crimen organizado estaba en su punto más alto en la ciudad, eran comunes las amenazas sobre ir a retirar cuerpos al Semefo. Ella no laboraba en esa época, pero sus compaí±eros se lo han contado. Actualmente ya no se reciben estas amenazas, pero siguen presentándose cuerpos con muertes violentas. “Hay patrones: tiro de gracia, decapitaciones. Ha habido casos en que llega por enfermedad o suicidio y termina siendo homicidio. Todo eso se determina con nuestra investigación”.

Y agrega que es común ver en las noticias casos en los que se intenta hacer pasar un asesinato común como un ajuste de cuentas del narcotráfico, o un homicidio como un accidente o suicidio. “A veces la gente cree que no hacemos el trabajo, que no se realiza una autopsia, que si llegó por suicidio no investigamos. Pero realmente sí­ trabajamos y realmente sí­ se determina cuál fue la causa de la muerte”.

Casos difí­ciles

Rubí­ denota alegrí­a en su rostro al hablar de la importancia de la labor que realiza, aunque reconoce que en ocasiones los casos pueden generarle una carga emocional que busca no llevar a casa. “Siempre hay casos difí­ciles. Tal vez a mí­ no me afecta ver el cuerpo pero me afecta la historia, y hay a quien le afecta ver el cuerpo pero no la historia. Casos de maltrato en nií±os, personas mayores, casos de abandono en el que literalmente van y te dicen ‘no voy a reclamar el cuerpo’. En el caso de recién nacidos, te dicen ‘¿para qué?, está muy chiquillo, ¿para qué lo quiero?’. Ellos sabrán por qué toman sus decisiones. Simplemente hay que hacer el trabajo de manera profesional y no involucrarse en ese tipo de cosas. Para eso está la ley”. (Con información de Vice)

‘Les damos la última oportunidad’

Mas allá de las camas metálicas y la burocracia tras un expediente, ella entiende el valor real detrás de todo su trabajo: “Todo lo que hacemos es para darle una voz a alguien que ya no puede hablar. Nosotros le damos esa oportunidad de decir algo más antes de que todo termine. Les das una identidad, un descanso a la familia, y creas una historia por la cual puede hacérsele justicia. En este campo de trabajo se dice que el tiempo que pasa es la verdad que huye”.

Los oficios de la muerte

Los ojos de Blanca Estela son de un verde profundo. En ellos se esconden recuerdos y se atesora el momento en el que la piel se le puso “de gallina” al descubrir su gran vocación: en la televisión, un agente resolví­a un asesinato bajo una minuciosidad extrema, llegando hasta el culpable. Ella querí­a hacer eso o algo similar. Ahora, a sus 26 aí±os, sus ojos han mirado de cerca la pérdida de la vida, la violencia y el dolor, consecuencia de la influencia de los recuerdos que la orillaron a estudiar criminologí­a.

“No es por morbo –dice tajante–, me gusta investigar el porqué de que la gente muera”. Entusiasta de la psicologí­a y la fotografí­a forense, rompió esquemas familiares al elegir su profesión y desempeí±arse como perito de campo en la Procuradurí­a de Justicia capitalina (PGJCDMX), así­ como en el Ministerio Público de la delegación Cuauhtémoc.

Ahí­, descubrió que la realidad de la justicia y el dolor de una muerte en la Ciudad de México están muy alejados de lo que se puede mirar en la televisión. Sólo le queda la satisfacción de compartir el gusto por el oficio con colegas, sólo entre ellos se entienden.

Maquillar a 3 mil al aí±o

El tantopractólogo y maquillista, a su juicio, es una de las últimas personas que están en la vida de alguien; un eslabón que colabora con el duelo y el cierre de un ciclo en la vida de los familiares, al ofrecer la posibilidad de conservar la imagen de quien yace en su plancha.

Como aquella vez en la que las 60 puí±aladas sobre el rostro de una mujer le llevaron varias horas de trabajo y una gran satisfacción, ya que, cuando la hija de la fallecida pasó a reconocer el cadáver y no vio rastro del ensaí±amiento del asaltante que se cobró la vida de su madre, pidió inmediatamente hablar con él. Armando entró por la puerta, ella lo abrazó y, entre lágrimas, le dijo: “Me regresaste a mi madre”.

Relatos de un sepulturero

En los panteones reina el silencio. Por eso, cuando Juan Andrés está cansado se acuesta sobre una tumba y descansa un rato los ojos. Su familiaridad con el ambiente no es casual, desde los 9 aí±os acompaí±ó a su papá al trabajo y se acostumbró a jugar entre muertos, a ver y sentir el dolor ajeno. Hoy, es sepulturero. “Me hipnotizaban las historias de mi padre. Nunca vi otros oficios, yo lo que querí­a ser era esto”.

Una historia: “Una madre enterraba a su hijo de apenas 5 aí±os, ella me pidió que hiciera la fosa más honda, así­ que le di el gusto. Tras enterrar a la criatura, ella me pidió el teléfono para que en ocho dí­as me pudiera llamar. Me dijo que en ocho dí­as volverí­a para enterrar a su otro hijo que estaba en el hospital, el hermano gemelo de aquel nií±o. Y así­, nos encontramos a los ocho dí­as”.

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