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La conmovedora historia del primer niño autista

Cada persona tiene una capacidad única para crecer y aprender

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Cada persona tiene una capacidad única para crecer y aprender

Por: Agencias Washington.- Este hombre de 82 aí±os, que vive en una pequeí±a ciudad al sur de los Estados Unidos, estaba allí­ desde el principio, cuando comenzó la historia del autismo. El primer artí­culo cientí­fico en hablar sobre el autismo fue un diagnóstico que citaba a Donald como el "Caso 1"de entre 11 nií±os, los cuales -estudiados por el psiquiatra de Baltimore, EE.UU., Leo Kanner- le ayudaron a esclarecer la idea de que estaba ante un tipo de trastorno del que no se habí­a hablado antes en los libros médicos. Lo llamó "autismo infantil". Más tarde serí­a denominado, simplemente, autismo. En un mundo aparte Nacido en 1933 en Forsest, Mississippi, hijo de Beamon y Mary Triplett, un abogado y una maestra de escuela, Donald era un nií±o profundamente introvertido que nunca ofreció una sonrisa a su madre o respondió a su voz. Parecí­a estar todo el tiempo en un mundo aparte, con su propia lógica, y tení­a una manera especial de utilizar el lenguaje. Donald podí­a hablar e imitar palabras, pero la mí­mica no parecí­a ajustarse al significado. A menudo hací­a eco de palabras que escuchaba decir a su alrededor. Durante un tiempo, por ejemplo, comenzó a pronunciar las palabras "enredadera" y "crisantemo" una y otra vez, además de la frase "podrí­a poner una pequeí±a coma". Sus padres trataron de que se abriera, sin éxito alguno. Donald no estaba interesado en jugar con otros nií±os y ni siquiera levantó la vista cuando un hombre vestido de Santa Claus le visitó para darle una sorpresa. Y sin embargo, sus padres sabí­an que escuchaba y que era inteligente. En Navidad, a los 2 aí±os y medio cantaba villancicos que tan sólo habí­a escuchado cantar a su madre una sóla vez, y lo hací­a con el tono de voz perfecto. Su memoria excepcional le permití­a recordar el orden de un conjunto de perlas que su padre habí­a colocado al azar en una cadena. Pero sus dotes intelectuales no evitaron su ingreso en una institución, pues lo habí­a recomendado el doctor. Siempre era así­, en esa época, para los nií±os que se alejaban de "lo normal", como era el caso de Donald. La rutina que aconsejaron a los padres fue que trataran de olvidarse del nií±o y siguieran adelante con sus vidas. A mediados de 1937, Beameon y Mary llevaron a cabo la recomendación, y Donald, de 3 aí±os, fue ingresado en una institución, lejos de su casa. Pero no le olvidaron. Lo visitaban todos los meses, probablemente discutiendo cada vez que comenzaban el largo trayecto de vuelta a su casa, en Forest, si debí­an traerlo con ellos de vuelta a casa la próxima vez. Y eso fue lo que hicieron a finales de 1938. Fue entonces cuando le llevaron a la consulta del doctor Kanner, en Baltimore. Al principio, Kanner no supo cómo proceder. No estaba seguro de en qué "casilla" psiquiátrica debí­a meter a Donald, ya que no parecí­a encajar en ninguna de ellas. Pero, tras varias visitas de Donald, y después de tratar a otros nií±os con conductas parecidas, publicó un revolucionario documento en el que establecí­a los términos para un nuevo diagnóstico. A partir de entonces, la historia del autismo avanzarí­a a través de las décadas, con abundantes y variados episodios dramáticos y giros extraí±os, tanto heroicos como malvados, por parte de investigadores, educadores, activistas y por los propios autistas. Donald, sin embargo, no participaba en ello. Después de Baltimore habí­a vuelto a Mississippi, donde pasó, de forma inadvertida, el resto de su vida. Vida plena Bueno, no exactamente. Donald todaví­a vive y hoy, a sus 82 aí±os, se encuentra en perfectas condiciones y es el protagonista de nuestro nuevo libro. Cuando lo localizamos por primera vez, en 2007, nos quedamos asombrados al descubrir cómo habí­a cambiado su vida. Vive en su propia casa (la casa en la que creció) en una comunidad segura, donde todos le conocen y donde ve regularmente a sus amigos. Tiene un Cadillac y un hobby que practica a diario, el golf, siempre que no esté practicando su otro hobby, viajar. Donald ha viajado solo por Estados Unidos y ha visitado decenas de paí­ses. Tiene un armario lleno de álbumes con las fotos que tomó durante sus viajes. Es la viva imagen de un jubilado feliz, lejos de la cadena perpetua en una institución que por poco fue su destino, donde seguramente se habrí­a marchitado y nunca habrí­a hecho ninguna de estas cosas. Su madre merece un enorme reconocimiento por eso. Además de traer a su hijo de vuelta a casa, trabajó incansablemente para ayudarle a conectarse con el mundo que le rodeaba, proporcionándole un lenguaje y enseí±ándole cómo cuidar de sí­ mismo. Algo de ello influyó en él, porque cuando era adolescente Donald logró asistir a la escuela secundaria regularmente, y más tarde fue a la universidad, donde aprobó francés y matemáticas. El propio Donald también merece reconocimiento. Fue, después de todo, su inteligencia innata y su propia capacidad de aprendizaje lo que le llevó a explotar su potencial por completo. Pero vimos algo más cuando llegamos a Forest, y ahí­ fue cuando pensamos que hacer una pelí­cula sobre la vida de Donald podrí­a ser interesante. La ciudad juegó un papel fundamental en la excelente recuperación de Donald. Los cerca de 3 mil habitantes de la ciudad de Mississippi tomaron, probablemente, una inconsciente pero clara decisión sobre cómo iban a tratar a ese extraí±o chico que viví­a en su comunidad. Decidieron, en definitiva, aceptarlo; integrarlo como "uno de los suyos" y protegerlo. Sabemos esto porque la primera vez que visitamos Forest y comenzamos a hacer preguntas sobre Donald, al menos tres personas nos advirtieron que nos vigilarí­an incluso si no hací­amos nada para lastimar a Donald. Ciertamente, eso nos dijo algo sobre cómo le veí­an. La experiencia de ser autista, paralí­tico o ciego por un dí­a Sin embargo, con el tiempo, a medida que nos ganamos la confianza de la gente, obtuvimos más detalles en cuanto a cómo, a través de los aí±os, habí­an aceptado a Donald. Su anuario de la escuela está repleto de garabatos de sus compaí±eros de clase hablando sobre el buen amigo que era. Algunas nií±as incluso parecí­an sentirse atraí­das hacia él. Donald hizo buenos amigos en la escuela y en la universidad. Aprendimos que fue muy aclamado por su participación en una obra de teatro, que la gente observaba su obsesivo interés en los números no como algo extraí±o, sino como una prueba de que debí­a ser una especie de genio. Nos reunimos con un hombre que Donald conoció en la universidad, que ahora es ministro y que trató de enseí±arle a nadar en un rí­o cercano. Cuando eso falló, intentó darle lecciones sobre cómo hablar de forma más fluida, lo cual era, también, una causa perdida. La razón, Donald todaví­a tení­a autismo. Y éste no desapareció. Sin embargo, Donald fue venciendo poco a poco el poder de la enfermedad para limitar su vida, aunque seguí­a teniendo obsesiones, hablaba de forma bastante mecánica y no podí­a mantener una conversación más allá de un par rondas de bromas intercambiadas. Y a pesar de todo, tiene una gran personalidad y es alguien con quien es un placer pasar el rato, además de un buen amigo. La historia de Donald sugiere que los padres que escuchan por primera vez que su hijo tiene autismo deberí­an entender que, con este diagnóstico en particular, la suerte nunca está echada. Cada persona tiene una capacidad única para crecer y aprender, como lo hizo Donald, a pesar de que alcanzó sus logros bastante más tarde que la mayorí­a de la gente. Por ejemplo, aprendió a conducir bien entrada la veintena. Pero ahora, la carretera sigue siendo suya. Literalmente. Es, en cierta forma, un final perfecto. Y si se llega hacer una pelí­cula sobre la vida de Donald, esperamos que en los créditos aparezca una lí­nea que diga: "Los productores quieren agradecer a la ciudad de Forest, Mississippi, por hacer esta historia posible". Pero también, nos gustarí­a aí±adir: "Por marcar la diferencia, por hacer lo correcto". ¿Qué es el autismo? El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es una condición que afecta la interacción social, la comunicación, los intereses y el comportamiento Los nií±os con TEA presentan sí­ntomas antes de los 3 aí±os de edad, aunque a veces los diagnósticos pueden efectuarse más tarde Durante muchos aí±os se consideraba una enfermedad muy poco habitual (5 de cada 10mil nií±os) A partir de 1990, la tasa de autismo aumentó drásticamente en todo el mundo (60 de cada 10 mil) No existe una "cura", pero las terapias del habla y del lenguaje, la terapia ocupacional y el apoyo educacional pueden ayudar en gran medida a nií±os y padres Fuentes: Sistema Nacional de Salud del Reino Unido (NHS) / Autism Research Institute (ARI) 4 mitos sobre el autismo que se niegan a desaparecer
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