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¡Cumple 100 años! Celebra doña Bertha Burciaga una vida de trabajo, fe y familia

Matriarca originaria de Zacatecas, ha dejado huella en su familia y comunidad a lo largo de un siglo de vida

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Piedras Negras, Coahuila.- Ella es una mujer de gran fortaleza, de una vida de lucha, de trabajo, matriarca de su familia, a quienes ha dejado y sigue dando importantes enseñanzas, así es doña María Nolberta Bañuelos Lázaro, mejor conocida como Bertha Burciaga, quien cumplió sus 100 años de edad.

Doña Bertha es una mujer de almafuerte, luego de que la vida la llevó a enfrentar diferentes dificultades, pero su fe es lo que la ha mantenido de pie y con una bella sonrisa que ilumina su rostro y que la acompaña durante gran parte del día.

Quizá sus pies ya no responden igual que antes, sus oídos o su vista, pero su corazón, su mente y espíritu se mantienen aventureros, fuertes, con ese don de liderazgo que le caracteriza. Una mujer de buena semilla como destaca una de sus nietas, la cual ha dado muchos frutos para la vida de su descendencia.

Emocionada nos recibe para realizar la entrevista en su recámara, la cual se ubica frente a un número importante de macetas de plantas y flores que ama cuidar.

Pues cumplí cien, me siento bien”, indica con una sonrisa, al hablar de su edad, al momento de dejar ver ese entusiasmo que la ha caracterizado en su siglo de vida.

“Nomás ahí se va pobremente, viviendo con pobrezas, siempre fuimos pobres, mamá, mi ‘buelita’ me crió en el rancho comiendo muchos nopalitos, y ahí sembrando maíz y sembrando fruta, sembraba mi abuelita, mis tíos”, recuerda.

Doña Bertha enfatiza que no es raro cumplir 100 años en su familia, pues su mamá, Severiana Lázaro, falleció de 105 años de edad.

Nació el 6 de junio de 1925 en Las Bocas, Zacatecas, tuvo dos hermanitas, pero éstas fallecieron por la viruela. 

La vida la llevó a diferentes latitudes, como a su hoy hogar Piedras Negras, Coahuila, donde es una de las habitantes más longevas y uno de sus más grandes tesoros.

“Trabajaba en las casas, limpiando casas”, indica al recordar que trabajó desde que era una niña de 12 años de edad.

“Yo trabajaba en las casas ricas, les cuidaba a los niños, les ayudaba con los bebés, poquito, no mucho”, añade.

Hace memoria y se emociona de cómo era la vida en el campo, cómo se alimentaban de elotes, calabazas, cómo hacían el nixtamal y las tortillas, que hasta pueden verse en su rostro esas ganas de volverlos a comer.

“Lo que sembraban mis tíos, habitas, chícharos, todo fresco, elote, sopa de elote, comíamos de todo”, indica.

Destaca que lo que más le gustaban eran los elotes, pues estaba chiquita, cuando se crió en el rancho con su abuelita, hasta que cumplió 12 años, cuando se fue con su mamá a Chalchihuites, Zacatecas.

“Había molino, había metate, pero nosotros no molíamos en el metate, nomás amasábamos la masa, sacábamos los testales para hacer las tortillas a la mano, y en un comal de barro”, dice.

“Sabían tan sabrosas las tortillas de maíz de nixtamal, bien ricas, y al último hacía mi abuelita unas gordotas así de gruesas y luego les echaba mantequilla hasta cuando se estaban dorando las sacaba y a mí me daba una”, agrega al tiempo que su rostro vuelve a iluminarse de la emoción.

Se casó con Félix Burciaga, con quien migró a Durango, donde su esposo trabajó, luego él decidió irse de bracero a Estados Unidos y ella se quedó en Piedras Negras con sus seis hijos, Jesús Irineo, José Javier, Elia Marina (f), José Federico, Pascual Jaime y Gregorio.

“Hay un cerro en Durango que tiene mucho fierro y trabajan muchos hombres en el Cerro del Mercado”, dice.

“Luego él se fue de bracero a Estados Unidos, ya no estuvo agusto en México y me vine para acá a Piedras Negras, nomás que se me murió mi marido y aquí me quedé con mis hijos”, precisa.

Una vida de trabajo

Aunque hoy en día se dedica a rezar, a ver la televisión y cuidar de sus flores y plantas, rodeada del amor de su familia, trabajó mucho para sacar adelante a sus hijos.

“Ya no hago nada porque ya no puedo, yo les hacía su comida, cuando tenía tiempo me ponía a bordar, a coser en la máquina, tengo mi máquina, pero ya no miro, tengo más de 100 años, ya los cumplí el día 6 de junio”, apunta.

“Cosía ajeno, vestiditos, pantaloncitos de los niños, camisitas, de todo hacía, descosía uno, lo lavaba, lo planchaba y sobre ese cortaba otro y me salía bien”, añade.

Doña Bertha viajaba a Sabinas en tren, para poder vender ropa que compraba en Eagle Pass, Texas, además vendió productos de belleza, con lo que pudo comprar su casa en la colonia Bravo.

“Iba a vender ropa, vendían unas bolsitas sorpresa las daban a 50 centavos de dólar, compraba cinco y las daba a 50 pesos, llevaba una bolsa con 10 y me traía mis centavos, venía y volvía a comprar mis bolsitas sorpresa”, recuerda.

Relata que iba dos veces por semana, viajaba a las 7 de la mañana y regresaba a las 3 de la tarde, por lo que tenía dos horas para poder vender todo lo que pudiera.

Fue así como ella sola juntó dinero para poder comprarse una casa, por lo que primero compró el terreno en mil pesos en la colonia Bravo y daba abonos de 50 pesos por semana.

“En aquel tiempo eran muchos centavos, abonaba y abonaba”, indica, para posteriormente empezar a construir.

Ranchera hasta la cabeza

A doña Bertha le emociona recordar que vivió en el rancho y que tomó también mucho aguamiel, bebida a la cual se le conoce como el elixir de los dioses y se le atañen muchas propiedades.

“Uy pues sí, con eso me crié, mi mamá tenía una hermana que tenía rancho, tenía muchos magueyes, y con un raspador lo raspaba, primero lo quebraban el maguey de mero en medio, le sacaban un cuadrito así, luego ya que tenía días, le sacaban el aguamiel que estaba dando”, detalla.

“Le sacaban el aguamiel, lo ponían a hervir y hacían miel de maguey, el aguamiel uy es bien rica y toda la gente compra; pues si yo fui ranchera desde los pies hasta la cabeza”, expresa.

Aprendió a leer sola 

Nunca fue a la escuela, relata, pues su mamá y su papá se separaron desde que estaba chica y su mamá tenía miedo que su padre se la robara; pero eso no le impidió el salir adelante y ya adulta aprendió a leer y a escribir.

“Aprendí con mis hijos, venían de la escuela y les copiaba, llegaban y les copiaba, yo tenia mi cuaderno, lo que hacían, lo hacía yo, luego les preguntaba ¿cómo dice aquí?”, indica.

“Yo sé escribir, hacer una carta, yo les escribía a mis hijos cuando ellos estaban aquí y yo allá, les escribía desde Dallas y le entendían a mis letras, a mis sobres, yo solita aprendí a leer y a escribir, feo pero sí se le entiende”, expresa.

Es una mujer de gran fe y devoción, por muchos años fue socia activa de la Unión Femenina Católica Mexicana, donde ahora es socia de oración.

“Yo tengo la devoción de la Virgen de Guadalupe, allá en mi tierra hacía la devoción del Santo Niño de Plateros, un Santo Niño que se apareció allá en un pueblo que se llama Plateritos, apunta.

“Hacíamos su velación el día del Sagrado Corazón, el Día de la Virgen de Guadalupe, éramos Acción Católica Mexicana”, puntualiza.

Doña Bertha está feliz de compartir su historia, pero ha llegado la hora de retirarnos, no sin antes recibir su bendición. 










madpf 

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