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“Soy sinaloense, pendejo; te mando tablear”: El fenómeno del problema social en Saltillo

El protagonista del filme, bautizado a la postre como Lord Tablazos, #LordHayNiveles, o #LordMeLimpioElCuloConTus9MilPesos, es la personificación de los tiempos que se viven: Cualquier desavenencia pública termina en reyerta o riña

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Lo tiene todo. Si la fórmula de la viralidad existiese, el video de 1:55 minutos de duración en un retén antialcohol instalado en el bulevar Colosio de Saltillo, filmado el fin de semana pasado por la noche, cumple a cabalidad con todos los requisitos para ser popular en redes sociales: es estridente, indignante y enervante.

Más fácil: es emoción que incita la movilización (así sea sólo de los dedos en el teclado virtual de un smartphone).

El protagonista del filme, bautizado a la postre como Lord Tablazos, #LordHayNiveles, o #LordMeLimpioElCuloConTus9MilPesos, es la personificación de los tiempos que se viven: Cualquier desavenencia pública termina en reyerta o riña.

Un reclamo, llamado de atención o amonestación, difícilmente será bien encajado por un hipotético interlocutor. Pocos están siquiera cercanos a escuchar, ya no se diga acatar en aras de la convivencia pacífica. En cada interacción predomina la nula capacidad para tolerar la frustración que produce un encuentro causal ríspido como la naturaleza humana (ese ámbito donde los conflictos no se pueden sencillamente bloquear o dejar de seguir con solo apretar un botón).

Nadie cede. Ninguno acepta responsabilidades. El día está lleno de pequeños actos violentos e irracionales que desembocan en denigrar al otro, no en debatir ni contrapuntear argumentos por el ánimo de intercambiar puntos de vista. Ni siquiera está presente una idea de justicia o injusticia, sino propinar al adversario una ‘papeada’ épica.

En ese sentido Saltillo, una sociedad pasivo agresiva por excelencia, se tornó agreste a secas. Deslizo una hipótesis para explicar por qué, además de las obvias consecuencias de la polarización, ansiedad y depresión que produce el uso continuado de las redes sociales como distorsión de las relaciones humanas y la realidad: en la ciudad se duplicó su población y el parque vehicular en poco tiempo. Las multitudes agobian. El territorio sin embargo no crece, ni la oferta cultural y los distractores en él.

Existen pocas válvulas de escape y actividades encaminadas al esparcimiento y la recreación, necesarias en una comunidad sana.

Sucede lo mismo en la fila de las pizzas, en cualquier semáforo dentro de la mancha urbana, o afuera de una escuela en hora pico. Es un problema social.

En su libro “La cultura de los problemas públicos: el mito del conductor alcoholizado versus la sociedad inocente” (Siglo XXI, 2014), su autor, Joseph R. Gusfield, lo plantea como un drama de carácter moral, “producto de acciones simbólicas”.

Bajo ese parámetro, los problemas son “actos de comunicación que se dirigen a auditorios, y a lo que se podría llamar su opinión”.

Cortita y al pie

No es un asunto exclusivo del Poder Judicial Federal (lugar donde labora el protagonista) como epicentro de todos los males que aquejan a la sociedad, como se le intentó endilgar por un asunto de coyuntura política.

Al sinaloense, afamado allende las fronteras de su estado por llevarse pesado y ser ‘carrilla’ con sus semejantes, le gusta hacer pero no que le hagan. Pocos como él adolecen la crítica y los señalamientos en voz alta.

Por lo demás, el orden en que estructura sus palabras es un poema, una oda a la estulticia: “Me los limpio en el culo los 9 mil pesos. Es tu pinche mensualidad, perro. Hay niveles cabrón. Vas a ver con quién te metiste, puñetas. Soy una verga yo. Tu cara no se me olvida. Tras pedo, o qué. Te mando tablear. Soy sinaloense, pendejo”.

Lo peor: valida su personalidad en un estereotipo. Como decir: soy poblano y te lincho, soy veracruzano y te macheteo, soy tamaulipeco y te cuelgo de un puente, o soy jalisciense y te desaparezco.

Con la violencia como hilo conductor, naturalmente.

La última y nos vamos

Parece una nimiedad, no obstante “vivimos en un bosque de símbolos, situado a la vera de una jungla de hechos”, como afirma Gusfield. Por ello, antes de que evolucione de problema social, de percepción, a problema público, se requiere una sanción ejemplar.

Es eso, o que cada intercambio verbal en la localidad acabe entre individuos alardeando ser de la Guayulera, de La Minita, la Bellavista, Teresitas o la 2000 para evadirse.

 

 

 

 

DGLJ

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