
Por: Lic. Luis Ángel Rodríguez
Saltillo, Coah.- Varias veces Jesús había entrado en conflicto con las gentes y con las autoridades religiosas y civiles de la época.
Él sabía que no le permitían hacer aquello que estaba haciendo. Antes o después, lo detendrían. Además, en aquella sociedad, el anuncio del Reino, como lo hacía Jesús, no estaba tolerado. ¡O daba marcha atrás, o le esperaba la muerte!
No había otra alternativa. Pero Jesús no retrocede. Por esto en el horizonte aparece la cruz, no ya como una posibilidad, sino como una certeza.
Junto a la cruz aparece la tentación de continuar el camino del Mesías Glorioso y no el de Siervo Sufridor Crucificado, anunciado por el profeta Isaías. En esta hora difícil, Jesús sube a la montaña para orar, llevando consigo a Pedro, Santiago y Juan. En la oración encuentra la fuerza para no perder la dirección de su misión. Apenas Jesús ora, su aspecto cambia y aparece glorioso. Su rostro cambia de aspecto y su vestido aparece blanco y refulgente. Es la gloria que los discípulos imaginaban para el Mesías. Este cambio de aspecto les demostraba que Jesús, de hecho, era el Mesías que todos esperaban. Pero lo que sigue del episodio de la Transfiguración indicará que el camino hacia la gloria es muy diverso del que ellos imaginaban. La transfiguración será una llamada a la conversión. Dos hombres aparecen y hablan con Jesús. Junto a Él en la misma gloria aparecen Moisés y Elías, los dos mayores exponentes del Antiguo Testamento, que representaban la Ley y los Profetas.
Hablan con Jesús del “éxodo” que debería llevar a cumplimiento en Jerusalén”. Así, delante de sus discípulos, la Ley y los Profetas confirman que Jesús es verdaderamente el Mesías Glorioso, prometido en el Antiguo Testamento y esperado por todo el pueblo. Además, confirman que el camino hacia la Gloria pasa por la vía dolorosa del éxodo. El éxodo de Jesús es su Pasión, Muerte y Resurrección. Por medio de su “éxodo” Jesús rompe el dominio de la falsa idea divulgada, sea por el gobierno como por la religión oficial y que mantenía a todos enmarcados en la visión de un Mesías glorioso nacionalista.
La experiencia de la Transfiguración confirmaba que Jesús con su opción de Mesías Siervo constituía una ayuda para liberarlos de sus ideas falsas sobre el Mesías y descubrir un nuevo significado del Reino de Dios. Los discípulos estaban profundamente dormidos. Cuando se despertaron, pudieron ver la gloria de Jesús y los dos hombres que estaban con Él. Pero la reacción de Pedro indica que no se dieron cuenta del significado de la gloria con la que Jesús aparecía delante de ellos. Como nos sucede también tantas veces, sólo nos damos cuenta de lo que nos interesa. El resto escapa a nuestra atención. “Maestro, bueno es estarnos aquí”. ¡Y no queremos descender de la montaña! Cuando se habla de Cruz, tanto en el Monte de la Transfiguración, como en el Monte de los Olivos, ¡ellos duermen! ¡A ellos les gusta más la Gloria que la Cruz! No les agrada oír hablar de la cruz.
Ellos desean asegurar el momento de la gloria en el Monte, y se ofrecen para construir tres tiendas. Pedro no sabía lo que decía. Mientras Pedro habla, una nube desciende de lo alto y les envuelve con su sombra. Lucas dice que los discípulos tuvieron miedo cuando la nube los envolvió. La nube es un símbolo de la presencia de Dios. La nube acompañó a la muchedumbre en su camino por el desierto. Cuando Jesús subió al cielo, fue cubierto por una nube y no lo vieron más. Una señal de que Jesús había entrado para siempre en el mundo de Dios. Una voz sale de la nube y dice: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle”. Con esta misma frase el profeta Isaías había anunciado al Mesías–Siervo (Is 42,1). Después de Moisés y Elías, ahora es el mismo Dios quien presenta a Jesús como Mesías-Siervo, que llegará a la gloria mediante la cruz. Y nos deja una advertencia final:
“¡Escuchadle!”. En el momento en el que la voz celeste se hace sentir, Moisés y Elías desaparecen y queda Jesús solo. Esto significa, que de ahora en adelante es sólo Él, el que interpreta las Escrituras y la Voluntad de Dios. Es Él la Palabra de Dios para los discípulos:
“¡Escuchadle!”. La afirmación
“Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” era muy importante para las comunidades de finales de los años treinta.
Por medio de esta afirmación, Dios Padre confirmaba la fe de los cristianos en Jesús como Hijo de Dios. En el tiempo de Jesús, o sea, hacia los años 30, la expresión Hijo del Hombre indicaba una dignidad y una misión muy elevada. Jesús mismo relativizaba el término y decía que todos son hijos de Dios. Pero para pocos el título de Hijo de Dios se convirtió en el resumen de todos los títulos, más de ciento, que los primeros cristianos dieron a Jesús en la segunda mitad del siglo primero. En los siglos siguientes, fue en este título de Hijo de Dios, donde la Iglesia concentró toda su fe en la persona de Jesús.
c) Más profundización:
El Evangelio nos relata tres anuncios explícitos de la pasión de Cristo. El Maestro dijo claramente a sus apóstoles que debía padecer, ser crucificado, morir y resucitar; y no se los dijo una sola vez, sino tres. Sin embargo, los Doce no recordaron esto último sino cuando llegó el momento
de la pasión. El pasaje evangélico de la transfiguración nos recuerda nuevamente que, aunque Cristo va a padecer y morir en la cruz, sigue siendo Dios, y por eso va a vencer las cadenas de la muerte y resucitará al tercer día.
1. Se avecina la pasión de Cristo. Estamos en la Cuaresma y nos dirigimos en unas semanas hacia la Semana Santa, a la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. También los apóstoles, en este pasaje evangélico, se están acercando a este momento. Han pasado dos años viviendo junto al Señor. Suben a Jerusalén, probablemente a celebrar la penúltima pascua de Cristo durante su vida terrena, y han empezado a oír palabras como cruz, pasión, dolor, desprecio… Por su cultura judía, rechazan instintivamente la cruz. ¿No decía el Antiguo Testamento «Maldito el que pende de un madero «(Deuteronomio 21,23), o sea, ¿de una cruz? Pero el Maestro es un judío peculiar. Ya desde los primeros días les llamó la atención su postura ante la ley de Moisés: la conoce a la perfección, no la desprecia, pero ha venido a enseñarnos una nueva forma de vivir. «No he venido a abolir la ley sino a perfeccionarla «.«Habéis oído que se dijo… En cambio, yo os digo… «.
2. Pero Él es Dios y Señor. Ante esta proximidad de la cruz, ante la inminencia de su muerte vista como un maldito, colgado de un madero, el Señor quiere reforzar la fe de los suyos. Escoge a los tres apóstoles clave y los lleva a un monte alto para transfigurarse delante de ellos. ¿Cómo debió ser ese momento? Los detalles descriptivos son mínimos, pero debió quedar muy grabado en la memoria de estos tres privilegiados. Pedro, uno de ellos, lo recordará al final de su vida como uno de los fundamentos de su existencia. Podemos imaginar un poco la escena: Jesús empieza a orar, y de repente su rostro cambia. Se hace brillante, con un resplandor sin igual. De él emerge una gran luz, la luz de su naturaleza divina, que deja entrever algo de su grandeza. Al mismo tiempo, aparecen a su lado Moisés y Elías, las dos figuras más grandes del Antiguo Testamento. Los tres apóstoles los reconocen inmediatamente. Pedro, el único capaz de decir alguna palabra ante este espectáculo de luz y grandeza, resume su experiencia en un «¡Qué bien estamos aquí! «; Juan y Santiago no eran capaces de articular palabra. Ciertamente, este Mesías es algo más, es de verdad Dios, Hijo de Dios. Con la voz de Dios Padre termina la visión. Pedro, Juan y Santiago no salen de su asombro, y tiene que venir el Señor a despertarles.
3. Alza los ojos. ¿Qué lección podemos aprender de este episodio? Creo que una de las principales enseñanzas es la siguiente: alza los ojos, mira a la montaña, al Tabor, y recuerda esa visión en los momentos difíciles. Nuestra vida, como la de Cristo y la de los apóstoles, va a tener momentos de pasión y muerte, de sufrimiento, de dolor. Pueden ser situaciones personales, enfermedades nuestras o de los seres más queridos, problemas de trabajo etcétera. Jesús nos enseña que, en esos momentos, cuando la duda amenace con romper nuestra esperanza, hemos de alzar la vista y mirar la luz que brota de Jesucristo: ese hombre crucificado, despreciado, humillado, es Dios, es el mismo que se transfiguró en el monte Tabor. Ese «fracasado» a los ojos humanos ha vencido a la muerte, y hará todo lo posible para que también nosotros vivamos para siempre, en la felicidad y en la unión eterna con Dios. Ahora mismo debo hacerme la pregunta de si realmente contemplando lo maravilloso del rostro de Cristo, me puedo quedar con una actitud sólo de contemplación o de mero espectador, queriendo hacer “mi tiendita” para sentirme solamente “bien” y no ver lo que significa el contemplar el rostro de Cristo y querer el compromiso de llevarle a los demás.
Esta es nuestra gran instrucción de Dios, “escucharlo”, eso nos debe caracterizar para ser un servidor de verdad, oír siempre a Jesús, esta actitud receptiva es para la palabra y la total aceptación de Cristo, es una invitación a descubrir lo divino de sus enseñanzas y toda su obra. Estamos llamados también a transfigurarnos cada vez más por la acción del Señor, la sociedad, el mundo, y nosotros en él, se transformará cada vez que aceptamos la voz del Padre en su Hijo, cuando escuchamos su Palabra y la llevamos a la vida.
Aceptar las palabras de Jesús, es una invitación a transfigurarnos, es decir a transformarnos en hombres buenos, y salir al mundo a hacer el bien. Por entender esto, Señor… te doy gracias. ¡QUE ASÍ SEA!
ACS