
Allende, Coahuila; 03 de marzo.- La masacre de Allende, orquestada por los hermanos Treviño Morales, dejó una gran cicatriz entre los más de 20 mil habitantes de este pueblo ubicado en el norte de Coahuila, aunque ahora viven tranquilos y sin temor, persisten vestigios de aquella fatídica noche de marzo de 2011.
Los pobladores de Allende le apuestan al olvido, prefieren no hablar del tema; se limitan a decir que ahora el pueblo es diferente, más tranquilo, viven sin temor, alegres, preocupados por otros temas como el bienestar de sus familias.
Pero en ellos persiste el recuerdo de lo sucedido aquellos días, se ve en las casas abandonadas, en los memoriales a los desaparecidos, incluso en el rancho de la familia Garza, quien fue el epicentro del ataque de los dos líderes de un grupo criminal que emprendieron una masacre como venganza contra quienes los habrían traicionado.
La extradición de Miguel Ángel y Óscar Omar Treviño Morales, el “Z-40” y “Z-42”, trajo tristes recuerdos a los habitantes de Allende, un pueblo de los Cinco Manantiales donde estos hermanos orquestaron una de las masacres más crueles en la historia de Coahuila.
Aunque ahora Allende es un pueblo tranquilo y con un notable crecimiento económico, en algunas calles aún quedan las huellas de cuando se respiraba miedo y terror, cuando sus habitantes sólo salían para lo más absolutamente necesario.
Los Treviño Morales, líderes de la organización criminal de los Zetas, respondieron a la traición de tres de sus operadores que recibieron dinero sin reportarlo.
La venganza fue sangrienta y entre el 18 y 20 de marzo, se emprendió una cacería de todo aquel que estuviera relacionado con quienes los traicionaron, principalmente la familia Garza.
En ese tiempo, los habitantes de Allende vivieron el terror en sus calles y avenidas, ahora, el pueblo es más tranquilo, se puede salir de noche, no hay temor de que ocurra algo, la gente disfruta de pasar las tardes en la plaza principal.
Casas abandonadas, el memorial por los desaparecidos y los obeliscos una disculpa pública ofrecida por el Gobierno federal a los familiares de las víctimas, son los vestigios del terror que vivieron los allendenses hace ya 14 años.
"La herida es profunda y es difícil que se olvide”, dice Rafael Castillo, párroco de la iglesia San Juan de Mata, quien llegó al pueblo dos años atrás y desde entonces ha atendido a los feligreses que se acercan a él y le cuentan cómo vivieron ese terror.
“Realmente marcó mucho, hay un antes y un después de ese evento triste y doloroso, no solamente para los familiares sino también para la sociedad en la que vivimos y en la que estamos, ha sido un antes y un después muy marcado”.
Allende, antes era una ciudad más viva, las personas eran más alegres y aunque siguen siéndolo, la masacre sí marcó el pueblo de los Cinco Manantiales, heridas que aún no cierran.
“Hay una marca que el pueblo tiene en su corazón, trata de sanarla, ha salido adelante pero siempre va a quedar esa tristeza, ese dolor, una cicatriz muy profunda que por más que queremos sanarla pues ahí va a estar y sobre todo por el miedo que hubo en ese momento, el temor que vivieron”, añade el clérigo.
Acuerdo sin voz
Entre los allendenses pareciera que hay un acuerdo, no hablar de esa masacre, a pesar que ahí están las casas y los monumentos, prefieren apostar al silencio, si no se dice no existe o no existió.
El sacerdote lo atribuye a que la herida que dejó aquella masacre está muy marcada todavía y por ello los pobladores se niegan a hablar, prefieren ignorar el tema.
“Yo creo que a veces no queremos abrir heridas porque son recuerdos y podemos pensar muchas cosas, es una herida que está marcada y los recuerdos de cuando perdemos a un ser querido a veces nos cuesta abrirnos y volver a hablar de ellos por la misma situación”.
El padre señaló que las secuelas de la masacre no se perciben en los adolescentes o en los niños porque ya han pasado muchos años y algunos ni siquiera les tocó vivirlo.
Pero la cicatriz sí está en las personas adultas, en los matrimonios jóvenes, “sí se siente realmente esa tristeza en algunas personas, todavía queda una cicatriz abierta en muchas personas de mucho dolor”, explica Castillo.
“Es una mancha, una tristeza que a nadie nos gusta hablar de esta situación; así hay mucha gente que dice que mejor callados, sin embargo ahí está el dolor, está la herida y está la tristeza, y muchos prefieren guardar silencio”.
Allende es un pueblo que quedó marcado por el terror, y la detención de los que ordenaron esta matanza no significa que se hizo justicia, dice el párroco, sólo ofrece la seguridad de que esto no se repetirá en un futuro.
“Justicia solamente la de Dios porque las heridas ahí están, los muertos ahí están, son cosas que no por apresarlos las van a borrar, son cosas que van a quedar en la historia”.
Aunque algunas pobladores quieran olvidar uno de los crímenes más sangrientos en la historia de Coahuila, siempre vendrá el recuerdo al mirar esas residencias en ruinas, abandonadas, rafagueadas, del recuerdo aún vivo de aquellos días de marzo que la oscuridad y el terror reinaba en la ciudad.
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