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FOTOS: El camino de la tragedia en Bucha, Ucrania

Un recorrido por Bucha, Ucrania, muestra el horror de la ocupación rusa, con civiles muertos en sótanos, y residentes contando la represión.

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Un recorrido por Bucha, Ucrania, muestra el horror de la ocupación rusa, con civiles muertos en sótanos, y residentes contando la represión.

Por AFP

Kiev, Ucrania.- Hay un cuerpo en el sótano de la casa amarilla abandonada al final de la calle cerca de las ví­as del tren. Es un hombre joven, pálido, con un hilo de sangre seca por la boca, asesinado a balazos y abandonado en la oscuridad, y nadie sabe por qué los rusos lo llevaron ahí­, a una casa que no era la suya.

Cerca de las escaleras que llevan al sótano hay un montón de juguetes. En una cuerda vací­a bajo un cielo frí­o y gris, pinzas de plástico para la ropa se balancean.

Son todo lo que queda de la normalidad en este extremo ennegrecido de la calle en Bucha, donde las bandas de ruedas de los tanques yací­an, despojadas de vehí­culos carbonizados, los automóviles civiles están aplastados y las cajas de municiones se apilan junto a raciones militares rusas vací­as y botellas de licor.

El hombre del sótano es casi una ocurrencia tardí­a, un cuerpo más en un pueblo donde abunda la muerte, pero no las explicaciones satisfactorias.

Un residente, Mykola Babak, seí±ala al hombre después de reflexionar sobre la escena en un pequeí±o patio cercano. Tres hombres yací­an ahí­. A uno le falta un ojo. Sobre una alfombra vieja cerca de un cuerpo, alguien ha colocado un puí±ado de flores amarillas.

Un perro pasa junto a una carretilla a la vuelta de la esquina, agitado. La carretilla sostiene el cuerpo de otro perro. También ha sido fusilado.

Esta historia es parte de una investigación en curso de The Associated Press y Frontline.

Babak se pone de pie, con un cigarrillo en una mano y una bolsa de plástico con comida para gatos en la otra.

“Estoy muy tranquilo hoy”, dice. “Me afeité por primera vez”.

Al comienzo de la ocupación de Bucha que duró un mes, dijo, los rusos se mantuvieron prácticamente solos, enfocados en su avance. Cuando eso se estancó, fueron de casa en casa en busca de hombres jóvenes, a veces tomando documentos y teléfonos. La resistencia ucraniana parecí­a estar cansándoles. Los rusos parecí­an más enojados, más impulsivos. A veces parecí­an borrachos.

La primera vez que visitaron a Babak, fueron educados. Pero cuando regresaron el dí­a de su cumpleaí±os, el 28 de marzo, le gritaron a él y a su cuí±ado. Le pusieron una granada en la axila al cuí±ado y amenazaron con quitarle el seguro. Tomaron un AK-47 y dispararon cerca de los pies de Babak. Vamos a matarlo, dijo uno de ellos, pero otro ruso les dijo que lo dejaran y se fueran.

Antes de irse, los rusos le hicieron una excelente pregunta: “¿Por qué sigues aquí­?”.

Como muchos de los que se quedaron en Bucha, Babak es mayor: 61 aí±os. No fue tan fácil irse. Pensó que se salvarí­a. Y, sin embargo, al final, los estresados rusos lo acusaron de ser un saboteador. Pasó un mes bajo ocupación, sin conexión con el mundo, sin electricidad, sin agua corriente, cocinando al fuego. No estaba preparado para esta guerra.

Tal vez los rusos tampoco.

Alrededor de las 6 de la tarde del 31 de marzo, y Babak lo recuerda claramente, los rusos saltaron a sus vehí­culos y se marcharon, tan rápido que abandonaron los cuerpos de sus compaí±eros.

Ahora ve llegar a la Policí­a y otros investigadores, mira los cuerpos en el patio y se va. Se pregunta cuándo se llevarán los cuerpos para que las familias puedan llorar. Al final de la calle hay un parque vací­o, a unos pasos de seis cuerpos carbonizados. La gente no sabe quiénes son.

“ En esta calle estábamos bien”, dice Babak, haciendo un balance de la ocupación. En Bucha todo es relativo.

“ No estaban disparando a nadie que saliera de su casa. En la calle de al lado, lo hicieron”.

Caminando por Bucha, un reportero se encontró con dos docenas de testigos de la ocupación rusa. Casi todos dijeron que vieron un cuerpo, a veces varios más. Murieron civiles, en su mayorí­a hombres, a veces elegidos al azar. Muchos, incluidos los ancianos, dicen que fueron amenazados.

La pregunta que los sobrevivientes, los investigadores y el mundo quisieran responder es por qué. Ucrania ha visto los horrores de Mariúpol, Járkov, Cherní­gov y la cercana Irpin. Pero las imágenes de esta ciudad a una hora en coche de Kiev, de cuerpos quemados, cuerpos con las manos atadas, cuerpos tirados cerca de bicicletas y automóviles aplastados, se han grabado a fuego en la conciencia global como ningún otro.

“Ciertamente parece ser muy, muy deliberado. Pero es difí­cil saber qué más motivación hubo detrás de esto”, dijo esta semana un alto funcionario de defensa de EU, hablando bajo condición de anonimato para discutir la evaluación militar.

Los residentes de Bucha, mientras se aventuran a salir de casas y sótanos frí­os, ofrecen teorí­as. Algunos creen que los rusos no estaban listos para una pelea prolongada o que tení­an combatientes especialmente indisciplinados entre ellos. Algunos creen que el ataque de casa en casa contra los hombres más jóvenes fue una cacerí­a de aquellos que habí­an luchado contra los rusos en los últimos aí±os en el este de Ucrania controlado por los separatistas y que habí­an recibido refugio en la ciudad.

A veces, dicen, los mismos rusos explicaban por qué mataban.

En un patio trasero en Bucha hay tres tumbas, excavadas por vecinos demasiado asustados para ponerlas en otro lugar. Uno de los muertos fue asesinado el 4 de marzo, golpeado en la cabeza con la culata de un rifle.

El 15 de marzo, unos rusos se acercaron a un amigo del muerto para exigirle sus documentos. Están en casa, dijo. En el camino, pasaron por la tumba. í‰l lo seí±aló. Al momento siguiente, dice la testigo Iryna Kolysnik, los soldados le dispararon.

“Estaba hablando demasiado”, dijo uno, agregando un insulto.

Al final, cualquier pizca de disciplina se rompió.

“Pasaron de ser soldados normales a mucho, mucho peores”, dice Roman Skytenko, de 24 aí±os, quien vio cuatro cadáveres de civiles en la calle cerca de su casa.

Las granadas fueron arrojadas a los sótanos, los cuerpos arrojados a los pozos. Un anciano en un asilo fue encontrado muerto en su cama, aparentemente por negligencia, mientras que una persona más joven, quizás un cuidador, yací­a afuera, muerto a tiros. A las mujeres de 70 aí±os se les dijo que no sacaran la cabeza de sus casas o las matarí­an. “Si te vas de casa, obedeceré la orden, y sabes cuál es la orden. Quemaré tu casa”, recuerda Tetyana Petrovskaya que le dijo un soldado.

Muchos residentes de Bucha describen encuentros similares y aterradores. Los rusos utilizaron un edificio como base; los residentes se vieron obligados a permanecer en el sótano lleno de basura. Hací­a frí­o y estaba abarrotado, con unas 100 personas. Usaron cubos para inodoros. No habí­a suficiente comida. Los bebés lloraban.

El 3 o 4 de marzo, a una residente que se dirigí­a al refugio se le dijo que se parara cerca de los cuerpos de varios hombres que habí­an sido asesinados, algunos con las manos atadas.

“Pensé que nos dispararí­an ahí­ mismo”, dice, sin dar su nombre. Mientras estaba ahí­, llorando, un soldado ruso le dijo que no tuviera miedo, que solo querí­an hablar con hombres. Tres dí­as después, fue liberada. No está claro por qué.

A pocas casas de distancia se encuentra Galyna Cheredynachenko, de 80 aí±os. Se apoya en dos bastones cerca del final de la acera, con un paí±uelo rosa brillante alrededor de la cabeza. Cuando los rusos llamaron a su puerta en los primeros dí­as de la ocupación, estacionaron su tanque en su patio delantero, casi aplastando sus flores.

Ella se negó a ir al refugio. En su lugar, los rusos se mudaron con ella. Cocinaron en su patio, durmieron en su casa, usaron su tetera. Ella les dio sus tomates y pepinos. Le dijeron que no saliera de su habitación. “No eran malos, simplemente no me dejaban salir”, dice.

Apenas está comenzando a conocer el número real de muertos en la ciudad, cómo murieron al menos cuatro personas en su área, todos civiles, y cómo los rusos le dijeron a la gente que enterrara a los muertos en sus patios.

“Nací­ en la Segunda Guerra Mundial”, dice Cheredynachenko.

“Si me dices que los nazis hicieron esto, lo entenderí­a. No entiendo cómo los rusos pueden hacer esto”.

Les dio hambre, dice otra sobreviviente, Nataliya Aleksandrova, de 63 aí±os. Tení­an frí­o.

Al principio, dice, los rusos se portaron bien: “Dijeron que habí­an venido por tres dí­as”. Pero la guerra continuó y empezaron a saquear. Ropa, zapatos, alcohol, oro, dinero. Dispararon a pantallas de televisión sin ningún motivo.

Temí­an que hubiera espí­as entre los ucranianos. Aleksandrova dice que su sobrino fue detenido el 7 de marzo después de que lo vieran filmando tanques destruidos con su teléfono. Fue acusado de ser un nacionalista ucraniano. Cuatro dí­as después, lo encontraron en un sótano, con un disparo en la oreja.

Dí­as después, pensando que los rusos se habí­an ido, Aleksandrova y un vecino se escaparon para cerrar las casas cercanas y protegerlas de los saqueos. Los rusos los atraparon y los llevaron a un sótano.

“Nos preguntaron, ‘¿Qué tipo de muerte prefieren, lenta o rápida?’”. ¿Granada o pistola?

“Les dije que no querí­a morir”, dice. Se les dio 30 segundos para decidir.

De repente, los soldados fueron llamados, dejando a Aleksandrova y a su vecino conmocionados pero vivos.

“No digo que todos estuvieran locos, pero algunos eran personas muy malas”, dice. “Los soldados deberí­an tener algo de dignidad. Eran solo una banda de ladrones”.

Los rusos se desesperaron cuando quedó claro que no podrí­an avanzar a Kiev, dice Sergei Radetskiy, quien notó menos movimientos de tropas organizadas en los últimos dí­as de la ocupación. Los soldados solo estaban pensando en cómo saquear y salir. Estaban más nerviosos y agresivos.

“Necesitaban matar a alguien”, dice. “Y matar civiles es muy fácil”.

En un barrio silencioso, la puerta de una casa está abierta. Una anciana con un abrigo de pieles yace en la entrada principal, boca abajo. Un perro, uno de los muchos que deambulan por las calles, está junto a ella y ladra. Adentro, acurrucada en el desgastado piso de madera debajo de la mesa de la cocina, hay otra anciana.

Nadie parece saber cómo murieron. Han estado tiradas ahí­ desde el 5 de marzo, dice un vecino, Sergiy. “La conmoción no es suficiente para describirlo”. Cree que un francotirador ruso les disparó a distancia.

A la vuelta de la esquina, en una calle vací­a, una mujer con un gorro tejido observa desde su puerta. Cuando estalla una mina por una operación de remoción, se agacha aterrorizada, agarrándose la cabeza. Entonces suspira.

Valentyna Nekrutenko tiene 63 aí±os y pasó la ocupación con su marido, que está tan enfermo y apenas puede mantenerse en pie. Duerme en un colchón en el piso de su sala. Nekrutenko cree que la guerra ha sacudido su mente. La casa en penumbra que los rodea también está desordenada, con una comida a medio hacer y verduras cerca del fregadero.

Nekrutenko dice que vio a los rusos irrumpir en la casa de enfrente. Un trozo de una granada de mortero perforó su techo. Cojeando, nunca iba muy lejos, solo salí­a a buscar agua.

Aislada durante tanto tiempo, no sabe nada de los cuerpos de las ancianas a unas pocas casas de distancia. No sabe por qué el mundo horrorizado ha venido a su pueblo a documentar a los muertos.

“¿Por qué venir aquí­?”, pregunta Nekrutenko, sinceramente perpleja. “No hay nada importante sobre Bucha”.

FOTOS: AFP

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