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Entre bombas y francotiradores: refugiado cuenta el infierno en Siria

No es una película de espías, esta es la realidad que enfrentan miles de personas en Siria desde en 2011.

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No es una pelí­cula de espí­as, esta es la realidad que enfrentan miles de personas en Siria desde en 2011.

Por Agencias 

Ciudad de México.- Proyectiles que silban cruzando el cielo de la noche. Francotiradores de uno y otro bando que cuentan cadáveres apostados en azoteas. Traficantes y cibercafés en Turquí­a. Un barco hacinado que navega por aguas del Mediterráneo. Un pasaporte falso. Policí­as. Adrenalina. Y miedo.

No es una pelí­cula de espí­as. Esta es la realidad que enfrentan miles de personas en Siria desde que en 2011, en plena efervescencia de la realidad que enfrentan miles de personas en Siria.

‘Primavera árabe’, estalló la guerra civil entre el ejército del régimen de Bashar al-Asad y grupos rebeldes. Un conflicto que suma al menos 250 mil muertos, y cuya resolución aún está lejana a pesar de que el pasado 22 de diciembre el gobierno sirio anunció que recuperó el control de Alepo; la ciudad que simboliza una guerra brutal que ha dejado escenas de civiles atrapados entre las bombas, los tiroteos y la miseria.

Animal Polí­tico viajó a Estocolmo, en Suecia, paí­s que junto con Alemania ha recibido a más refugiados sirios en Europa. Allí­ platicamos con Mohammed Haytam Al-Nasef, un profesor de inglés cuya vida cambió cuando el disparo seco de un tanque reventó literalmente su casa.

Esta es su historia

“Lo sentimos, no querí­amos bombardear su casa”

Era una noche del mes de diciembre de 2012 en Damasco, capital de Siria.

El teléfono celular de Mohammed sonó y al otro lado del aparato la voz trémula de su esposa se amontonaba.

-Tienes que venir rápido. Han destruido nuestra casa.

Mohammed salió corriendo de la Universidad de Damasco, donde trabajaba como profesor de inglés, y subió a su coche para dirigirse al edificio donde viví­a en el centro de la ciudad con su esposa e hijas.

En el departamento, el panorama era dantesco: escombros y cristales estaban regados por el suelo y las llamas aún consumí­an los muros que quedaban en pie.

Todo fue muy rápido, le contó su esposa. Primero, se escuchó un lejano estruendo violento. Y segundos después un proyectil cruzó de punta a punta el departamento, hasta explotar en la habitación de las nií±as.

-Mis hijas y mi esposa estaban en la cocina. Se salvaron porque no habí­an terminado de cenar.

Cuatro aí±os después, Mohammed entorna los ojos azul cielo evocando la escena. Respira aliviado y se recarga en la silla de esta sala de juntas del Instituto Sueco, un centro de estudios ubicado a orillas del Mar Báltico en el casco antiguo de Estocolmo.

Tras el impacto del proyectil -continúa narrando-, un camión cisterna del bando de los rebeldes acudió al vecindario para sofocar el fuego.

-Llegaron unos tipos vestidos de negro y nos dijeron: ¡oh, lo sentimos mucho! –Mohammed encoge los hombros, como si la disculpa fuera por haberles marcado por error al teléfono y no por estrellar un misil en su casa-. Querí­amos apuntar al retén del Ejército y fallamos el disparo.

Pero los milicianos no solo fueron a ofrecer una disculpa por el error. También querí­an advertirles que lo mejor serí­a abandonar el edificio, puesto que éste se encontraba a unos metros del puesto militar y no descartaban futuros errores en la punterí­a de los artilleros.

Mohammed y su esposa tomaron muy en serio la advertencia. Metieron en una bolsa sus documentos de identidad, algo de ropa, y salieron a la calle.

Ahora solo faltaban dos cosas: convencer a los soldados de que les dejaran huir. Y que los francotiradores ocultos en las azoteas no hicieran blanco mientras ellos corrí­an con sus hijas por las calles de Damasco.

Siria: 470 mil muertos y 5 millones de refugiados

Al dí­a siguiente, y tras pasar la noche en casa de su hermana, Mohammed intentó regresar al edificio. Pero esta vez los soldados no le permitieron el paso: el fuego entre francotiradores de uno y otro bando se habí­a intensificado y salir a la calle era una ruleta rusa.

La esposa de Mohammed llamó por teléfono a sus vecinos para ver cómo seguí­a la situación. Todos rechazaron la posibilidad de abandonar sus casas porque los milicianos les habí­an prometido “que todo volverí­a pronto a la normalidad”.

-Todos tení­amos esa esperanza –dice Mohammed todaví­a con aire resignado-. Siempre pensábamos que al dí­a siguiente todo se resolverí­a.

Pero la “normalidad” nunca volvió. Al contrario, dí­as después del ataque a su departamento, uno de los vecinos que decidió quedarse murió destrozado por otro proyectil extraviado. Otro vecino fue asesinado por un francotirador de un disparo certero en la cabeza. Y otro más, un doctor de 38 aí±os, “desapareció sin más” tras salir una maí±ana a la calle.

Y esto solo fue el comienzo de lo que poco después serí­a una brutal guerra: desde que estalló el conflicto en 2011, la cifra de muertos asciende en este 2016 a más de 250 mil, según la Organización de Naciones Unidas (ONU). Mientras que el Observatorio Sirio de Derechos Humanos eleva la cifra a 273 mil 520 muertos, de los cuales 79 mil 585 eran civiles; y Human Rights Watch, citando datos del think tank Syrian Center for Policy Research, eleva aún más la cifra: 470 mil fallecidos.

De hecho, la expectativa de vida en el paí­s retrocedió 20 aí±os desde que inició el conflicto, según la ONU. Además, los enfrentamientos han llevado a Siria a una crisis humanitaria extrema con 6,6 millones de desplazados internos, casi 5 millones de refugiados, 9 millones de personas en situación de hambruna, miles de desaparecidos, y violaciones sistemáticas de derechos humanos tanto del bando del régimen de Bashir al-Assad, como de los rebeldes.

-Tuvimos mucha suerte –suspira Mohammed-. Fuimos los primeros en abandonar ese edificio y ahora sé que tomamos la decisión correcta.

“Soy Mohammed y quiero huir a Europa ¿Puedes ayudarme?”

Luego de perder la casa y los empleos, la familia huyó a Egipto, uno de los paí­ses vecinos que más refugiados sirios ha recibido junto con Turquí­a –el que más con 1.9 millones-. Aunque Mohammed cuenta que allí­ â€œfue imposible encontrar un trabajo digno” por las condiciones de inestabilidad polí­tica y social que vive el paí­s tras el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak en 2011, al inicio de la llamada ‘Primavera árabe’.

A los tres meses regresaron a Siria. Y pronto comprobaron que, además de la guerra, la inflación también estaba estrangulando al paí­s.

-Como profesor universitario, yo ganaba 3 mil dólares al mes –asegura Mohammed-. Durante la guerra, pasé a ganar 300.

Además, luego de unos meses alejados de las bombas, estaba la preocupación de que las nií±as resintieran el estrés psicológico de la guerra, como muchos otros menores en Siria.

De hecho, según datos de Unicef, se estima que 8.4 millones de menores –más del 80% de la población infantil siria- se han visto afectados de alguna manera por el conflicto, bien sea por padecimientos de salud mental o fí­sicos ante la destrucción de hospitales –en un dí­a se ha llegado a bombardear 7 centros, propiciando la reaparición de enfermedades erradicadas como la polio-, porque han sufrido directamente la violencia –mutilados tras bombardeos-, o porque se vieron obligados a dejar la escuela –en 2015 se registraron 40 ataques a centros educativos-.

Ante esta situación, la pareja concluyó que Europa era la única salida para recuperar sus vidas. Mohammed tomó parte de los ahorros de toda la vida y una agenda con teléfonos que elaboró tras tejer una red de más de 60 contactos repartidos por Europa.

El primer destino fue Estambul, Turquí­a. Allí­, nada más aterrizar, Mohammed puso en marcha el engranaje de la red de traficantes.

-Hice una llamada al contacto que me recomendaron. Le dije: ‘hola, mi nombre es Mohammed y necesito huir a Europa. ¿Me puedes ayudar?’

Al otro lado del hilo telefónico, Mohammed cuenta que un silencio incómodo se prolongó varios segundos hasta que una voz cortante le dijo malhumorada: “Lo siento, número equivocado”.

Pero antes de que se cortara la llamada, el migrante sirio insistió:

-Mi primo me dio tu número. Huyó contigo.

Minutos más tarde, Mohammed ya estaba en un viejo hotel de Estambul junto a otros sirios, afganos y kurdos.

Y a los cinco dí­as, navegaba en un barco hacinado junto a 72 personas por las aguas turbulentas del Mediterráneo. La tumba para miles de migrantes que se ahogaron en la búsqueda de un futuro en algún lugar de Europa.

Lee maí±ana la segunda entrega.

Con información de Animal Polí­tico.

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