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El drama de las niñas venezolanas obligadas a prostituirse para comer

Las diferencias culturales y el abandono en que las sociedad las ha dejado impulsan a muchas adolescentes indígenas a la prostitución.

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Las diferencias culturales y el abandono en que las sociedad las ha dejado impulsan a muchas adolescentes indí­genas a la prostitución.

Por: Agencias

BBC MUndo | Caracas.- Mariela, una indí­gena wayuu de 14 aí±os, grita a todo pulmón a las 11:00 de la maí±ana, frente a uno de los 20 camiones de transporte de carga parqueados en la redoma del Mercado Los Plataneros de Maracaibo, al occidente de Venezuela: "¡Oferta, oferta! ¡Llévatelos a 100 bolí­vares!".

Su boca luce un labial rojo. Viste un short de jean ajustado y una franela del Real Madrid de imitación con la dorsal del mediocampista alemán Tony Kroos. El voceo no eclipsa su coqueterí­a.

Le pagan 4.000 bolí­vares diarios por acomodar y vender los frutos amontonados en las plataformas de los vehí­culos, cuenta con timidez y desconfianza ante la prensa. Gana menos de un dólar por jornada en un paí­s regido por un férreo control cambiario y cuyas divisas "negras" se ubican en 4.538,46 bolí­vares a inicios de diciembre.

Ella afirma, con su madre atenta a la conversación a dos metros de distancia, que cursa estudios de bachillerato. Cuerpos de seguridad, comerciantes y vendedores ambulantes, sin embargo, dan por sentado que ella y al menos 20 adolescentes más ejercen otro oficio eventual en el casco central de la ciudad: la prostitución.

La policí­a zuliana detiene, en promedio, a 10 mujeres a la semana por meretricio en el mercado y sus adyacencias, una zona populosa de la segunda ciudad de mayor demografí­a en Venezuela.

"Esas chamitas están acá a cualquier hora. Esto es un desastre. Ellas venden café o plátanos, pero comienzan a tocarte, a decirte marisqueras. Se las cogen dentro de los camiones" Kelvin Rincón, desmontador y vendedor de plátanos

Cuatro de ellas generalmente son menores de edad y en el grupo siempre hay una indí­gena, confirma Daniel Noguera, jefe del comando del Cuerpo de Policí­a Bolivariana del Estado Zulia que resguarda la zona.

Los operativos generalmente culminan con la liberación de las muchachas tras una charla de orientación.

Mercado 24 horas

El mercado marabino opera a cielo abierto las 24 horas. En él, reinan la mugre, el barro y el calor de 36 grados de los últimos dí­as de octubre. Apenas uno de sus costados tiene una cerca de ciclón, a punto de colapsar. Del otro lado, ni existe.

Camiones entran, surten y salen en un contexto maloliente. Nií±os aborí­genes recorren el lugar, andrajosos, mendigando. El paisaje afeado no desalienta a los depredadores sexuales ni a sus ví­ctimas.

Kelvin Rincón, desmontador y vendedor de plátanos desde hace 14 aí±os, da fe de ello en términos coloquiales. "Esas chamitas (muchachas) están acá a cualquier hora. Esto es un desastre. Ellas venden café o plátanos, pero comienzan a tocarte, a decirte marisqueras (tonterí­as). Se las cogen (follan) dentro de los camiones".

Buhoneros, como Ilse Cruz, de 57 aí±os, vendedora de café, confirman que la intimidad en Los Plataneros raya en el libertinaje. Ocurre generalmente dentro de los vehí­culos; también se concreta en tarantines con paredes de zinc o en apartamentos contiguos.

Oswaldo Márquez, presidente de la Asociación de Comerciantes del mercado, denuncia que en el lugar cunden no solo la prostitución, sino además robos, el alcoholismo y la drogadicción en al menos un centenar de nií±os y nií±as, la mayorí­a de ellos pertenecientes a etnias aborí­genes venezolanas.

Cerca de 35 % de los jóvenes venezolanos experimentan su primer coito entre los 12 y los 18 aí±os, según el estudio Indicadores de Anticoncepción en Latinoamérica de BSP y el Estudio Comparativo 2000-2007 Mexfam.

En la cultura wayuu no existe una transición entre la nií±ez y la adultez, explica Mauro Carrero, antropólogo, por lo que no puede hablarse de sexualidad precoz. Incluso existe una tradición llamada 'el encierro', donde las adultas introducen a las jóvenes recién desarrolladas a sus deberes como mujer y futura esposa.

"Para ellas, la virginidad no representa una preocupación moral, como en la concepción judeo-cristiana. En la actualidad, existe una presión adicional a la social, que es la crisis económica", apunta el profesor de la Universidad del Zulia.

Por hambre

Los cuerpos de las nií±as wayuu y alijuna -término guajiro para el "no wayuu"- son moneda de cambio para obtener entre 1.000 y 2.000 bolí­vares (de 25 a 50 centavos de dólar estadounidense, según la tasa del mercado "negro" de divisas), unos pocos plátanos o cualquier tipo de comida, atestiguan asiduos al mercado.

Semejante caos es reflejo del hambre y el abandono que padecen los indí­genas en Venezuela, a juicio del diputado Virgilio Ferrer, integrante de la Comisión de Pueblos Indí­genas de la Asamblea Nacional.

La Constitución de la República incluye un capí­tulo entero de salvaguarda de los derechos de los pueblos indí­genas. Entre sus artí­culos 119 y 126 se procura el respeto a su organización social, económica y polí­tica, aunque tales normas son hoy letra muerta, según el parlamentario.

"Hay un total abandono desde el punto de vista social. Hay hambre, hay falta de empleo y educación. Hasta los padres de estas muchachas se hacen de la vista gorda", lamenta.

En Zulia, limí­trofe con el este de Colombia, la desnutrición infantil roza el 20%, según reportes oficiales de la Secretarí­a de Salud.

El censo demográfico de 2011 reflejó que en Venezuela existen 415 mil guajiros, concentrados en su mayorí­a en los poblados zulianos de Mara, Guajira y Almirante Padilla, donde la malnutrición supera el 30%.

Jhonny, un hombre menudo de 54 aí±os que funge de carretillero en Los Plataneros, coincide en que los males sociales que se exhiben en la zona céntrica de Maracaibo, tienen una sola génesis: el hambre. "Esto es horrible. A veces veo a los chamitos (nií±os) comiéndose los plátanos podridos que dejan los camioneros".

Investigaciones de la Universidad del Zulia, como la de la socióloga y profesora Natalia Sánchez, revelan que la pobreza lacera a 80% de los 3.704.000 habitantes de habitantes en la región. "Hace diez aí±os ese indicador estaba en 55%. Y hoy más del 35% de esa pobreza general es extrema".

Organismos del Estado, como la Fundación Nií±o Zuliano y el Consejo de Derechos del Nií±o, Nií±a y Adolescente, realizan operativos de "abordaje" eventuales en el mercado. Pero las casas de abrigo, donde el gobierno alberga a los menores con peor estatus social y familiar, no dan abasto.

Jonathan Perozo, abogado del consejo municipal de derecho del menor, admite que casos como el de Los Plataneros abruman las capacidades de las instituciones venezolanas. "Estamos limitados en cuanto a herramientas de trabajo. Hay poco presupuesto y falta de insumos", se sincera.

Dos hombres de 40 y tantos aí±os muestran una franqueza obscena mientras se refugian bajo el paraguas del puesto de Wilmer Jiménez, quien vende jugos de naranja en Los Plataneros a 300 bolí­vares -menos de un céntimo de dólar "negro"-. Hablan de una jovencita que cruza el mercado luciendo una minifalda.

"Invité a esa culoncita y me dijo que sí­. Tiene 15 aí±itos. La llevé al Gran Bazar -un centro comercial cercano-, le ofrecí­ dos cervezas y 'venga".

Mariela, la joven wayuu de casaca madridista, insiste en que no pertenece a la estirpe que intercambia sexo por bienes varios. La carcajada de una adolescente la interrumpe. Retoza con un muchacho sobre el techo de uno de los camiones modelo 350. Se hacen cosquillas, se toquetean.

Otra chica introduce medio cuerpo en la cabina del mismo vehí­culo, dejando la puerta entreabierta mientras trata de pactar un encuentro con el chofer.

Mariela se les acerca, alza la voz, aunque no ofrece su producto, como más temprano. Esta vez clama para advertir a sus amigas de la presencia de la prensa: "¡Hey! Miren que no saben quién las está viendo".

Rí­e, mientras las seí±ala. Las acusa, con picardí­a.

Y remacha su defensa.

"Hay algunas chamas que sí­ lo hacen… pero yo no soy de esas".

 
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