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Acompañantes sexuales cuentan su primer día de trabajo

Las siguientes memorias fueron compartidas por acompañantes sexuales. No son de ninguna manera un recuento completo de la vida de las trabajadoras sexuales. Solo son un vistazo a cómo es entrarle a este trabajo.

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Por: Agencias Ciudad de México.- Las siguientes memorias fueron compartidas por acompaí±antes sexuales. No son de ninguna manera un recuento completo de la vida de las trabajadoras sexuales. Solo son un vistazo a cómo es entrarle a este trabajo. *Se cambiaron los nombres para proteger su identidad . Renata Val*, dominatriz de pies Hace dos aí±os, me fui a vivir a Toronto después de vivir y trabajar en Europa. Mi familia y mi novio se quedaron allá. Me sentí­a sola y deprimida. Me mudé a una habitación oscura y diminuta en una casa mugrienta donde viví­an otros cuatro gí¼eyes. Durante mis primeros tres meses en la ciudad, me quedé en esa cueva, generalmente en posición fetal. Cuando se acabaron mis ahorros, supe que tení­a que buscar trabajo. En un momento de aburrimiento y curiosidad, terminé en Craigslist y llegué a la conclusión de que la mejor forma de ganar dinero era por medio de los que tienen fetiche de pies. Estaba muy nerviosa antes de mi cita de Craigslist pero hice lo que pude para que mis pies se vieran presentables. No creo tener pies particularmente bellos. Pero tampoco están mal. Mis dedos están un poco chuecos. En el dí­a en cuestión, me salieron ampollas por caminar mucho en tacones de 12 cm. Me puse barniz color morado con brillitos sobre el barniz caí­do y salí­ esperando lo mejor. Me reuní­ con Miles, un hombre mayor muy guapo, en un restaurante local. Después de platicar y tomar un café, nos subimos a su camioneta y, de todos los lugares a los que pudimos haber ido, terminamos en un estacionamiento subterráneo de una plaza. Fue el único lugar que se me ocurrió donde podí­amos estar a solas y a oscuras para jugar con mis pies en pleno dí­a. Yo vigilaba mientras Miles masajeaba, lamí­a y chupaba mis pies descalzos. No sabí­a cómo í­bamos a reaccionar si nos descubrí­an. No sabí­a si Miles iba a tener una erección. ¿Habrá notado las ampollas de mis pies? ¿Deberí­a preocuparme? ¿Deberí­a fingir que me encanta? Al salir de la plaza, la camioneta de Miles se atoró en un tope amarillo de concreto del estacionamiento. No calculó bien su altura y la camioneta no podí­a avanzar. No sé por qué pero decidí­ que necesitaba actuar normal y le ayudé a empujar. Se escuchó un chillido muy fuerte, del cemento rozando contra el metal, y creo que le hicimos mucho daí±o al auto. Me dejó en el mismo restaurante donde nos vimos y me dio 60 dólares. No nos volvimos a ver. Todaví­a acepto clientes con fetiche de pies de vez en cuando pero he mejorado mucho desde esa vez. Poco después de conocer a Miles, empecé a vender mis calcetas usadas a un estudiante que ahora es mi esclavo. Hace la limpieza, lava mi ropa, va por la despensa y a veces lo obligo a escribir ensayos. A cambio, le permito chupar los dedos de mis pies. Es increí­ble. Sovereign Syre, actriz porno Cuando salí­ de la universidad, querí­a escribir una novela. El plan era viajar a Francia y explorar Bretaí±a, porque ahí­ iba a estar ambientada mi novela. Asumí­ que podí­a trabajar en Starbucks cuando se me acabara el dinero. Pero creo que fue más que eso. Siempre he sido una chica buena y tuve mucho éxito "tradicional" desde muy joven. Era muy buena bailarina. Me gradué muy joven de la universidad. Y a pesar de todo eso, me sentí­a miserable. Anhelaba algo diferente. Habí­a una página que se llamaba God's Girls. Era una página porno muy soft, sólo habí­a desnudos, y pagaban. Creí­ que podí­a hacer algo arriesgado, como publicar fotos desnuda en internet y ganar dinero para viajar. A partir de ahí­, empecé a trabajar en la fotografí­a erótica pero nunca lo vi como porno. Siempre tení­a un toque artí­stico. Y no era video. En un evento de caridad en el que estaba trabajando, conocí­ a un grupo de actores porno que empecé a seguir en Twitter. Me fascinó su estilo de vida, la libertad que sentí­an al ser sexuales Gracias a esos contactos y de las redes sociales, conocí­ a una directora llamada Nica Noelle. Me ofreció participar en una de sus pelí­culas y dijo que me iba a pagar mucho más que si solo modelaba. Entiende que entré a la industria en 2011, cuando habí­a mucha gente haciendo porno feminista, alternativo y queer. Me sentí­a como una activista. En cuanto llegué al set, me puse muy nerviosa. Hay momentos en la vida donde sabes que si cruzas la lí­nea, no hay vuelta atrás. El porno es una de esas lí­neas. Eso vas a ser por el resto de tu vida. No recuerdo mucho de lo que pasó ese dí­a porque estaba muy ensimismada. Cuando llegó el momento de grabar una escena de sexo, me dejé llevar y me concentré en la otra chica. Cuando terminamos, sentí­ un gran alivio y también mucha libertad. Seguí­ haciendo porno lésbico durante los próximos cuatro aí±os. Empecé a grabar con hombres hace dos aí±os pero creo que he hecho menos de diez escenas. En realidad, ya casi no hago porno. Ahora me dedico a la comedia stand-up y a mi podcast. Las razones por las que la gente hace porno son innumerables pero, en este caso, el porno ha sido una de las mejores cosas que me han pasado. Entiendo que la sociedad ya me desterró y es sumamente liberador. Las trabajadoras sexuales son personas y el hecho de que no sigamos los estándares que la sociedad establecen como el buen comportamiento no significa que seamos malas. Estamos dispuestas a tomar el riesgo de ser rechazadas por la sociedad a cambio de ser felices, ya sea ganando dinero o teniendo experiencias sexuales únicas. Creo que mi hermano es la única persona que se opone. Dice que mi carrera en el porno me arruinó el internet. Mi papá dice que lo único que podrí­a hacer para decepcionarlo es ser una persona cobarde. Pamela Isley*, masajista erótica Una amiga administra el spa donde trabajo actualmente. Regresó a la industria después de una larga pausa y dijo que no sabí­a por qué no habí­a vuelto antes. Escucharla hablar de su trabajo despertó mi interés. El lugar donde yo trabajaba era aburrido y poco flexible. Además, la posibilidad de trabajar poco tiempo y ganar mucho dinero era emocionante. Lo pensé mucho. Al final me decidí­ a hacerlo porque me di cuenta de que podí­a desperdiciar toda mi vida pensando y, de todas formas, no iba a saber cómo era hasta intentarlo. Mi amiga y yo quedamos de vernos para resolver mis dudas. Hablamos durante una hora y después me dijo que esa habí­a sido mi entrevista. Y que si querí­a ir una semana para probar, era más que bienvenida. En mi primer dí­a estaba muerta de miedo. No sabí­a cómo iba a ser mi capacitación. Y resulta que no hubo mucha. Tuvimos una sesión de media hora donde me explicaron lo más general y me mostraron videos de cómo dar masajes. Y de pronto, bam, llegó el primer cliente y me tocó ser una de las tres chicas que tení­an que recibirlo. El cliente era justo el tipo de hombre que esperas ver en un lugar así­ â€”de mediana edad, corpulento, empresario—. Ya sabes, que aprovecha su hora de comida para ir por un masaje erótico de 45 minutos. Desnudarme frente a un desconocido no fue difí­cil. Ya lo habí­a hecho muchas veces cuando modelaba. El sexo y la desnudez no me incomodan. De hecho, el trabajo resultó ser bastante agradable. El masaje fue hipnotizante. Le eché aceite en la espalda y me restregué contra su cuerpo. Fue casi una pirueta de atletismo. Al principio me daba miedo tener que masturbar al cliente para prenderlo pero, aunque suene muy presumido de mi parte, logré que se viniera en menos de un minuto. Y así­ fue con todos mis clientes de ese dí­a. Me di cuenta que tení­a talento. En poco tiempo supe que esto era lo mí­o, en especial cuando recibí­ los 110 dólares que me tocaban como pago de una sesión de 45 minutos. Salí­ de mi primer dí­a con mucho dinero y muy emocionada por lo que acababa de hacer. Me sentí­ empoderada por mi habilidad sexual. Me sentí­a como un rebelde con un secreto sucio. Sabí­a que con el tiempo me iba a hartar. Pero también sabí­a que iba a regresar. Andrea Werhun, escort La primera vez que entré a un téibol, llegué con una serie de ideas preconcebidas. Creí­a que esas chicas eran superficiales y tontas, y que quitarse la ropa frente a una multitud de desconocidos era lo último que querí­an hacer en una noche de lunes. Pero me di cuenta de que las mujeres desnudas no eran débiles ni estaban esclavizadas. Eran fuertes y sonreí­an, y todos sus movimientos eran gráciles y mágicos. De pronto, me dieron muchas ganas de ser como ellas. Por un tiempo, me dediqué a practicar caminando en tacones altos y bailando himnos de tres minutos. Creí­ que lo que querí­a era actuar frente a un público pero después llegué a la conclusión de que ser escort era mejor para mi ritmo. Me dijeron que era más privado, más seguro y mejor pagado. Como estaba en la universidad y viví­a sola, ganar lo de mi renta en un par de horas era como un sueí±o. Y me encantaba la idea de tener un secreto así­. Llevaba un cuaderno con mis dudas respecto a la seguridad, el uso del condón y la prevalencia de enfermedades de transmisión sexual. Después de que me tranquilizaron, escogí­ mi nombre de escort: Maryanne. La primera noche de trabajo estaba temblando de miedo en el asiento del copiloto de una SUV en camino a un hotel lujoso. Mi jefe me aseguró que los clientes estaban más nerviosos que yo pero no sabí­a si creerle. Cuando se abrió la puerta de la habitación del motel, un hombre bajito con ojos lánguidos apareció frente a mí­. Habí­a porno en la tele pero estaba en silencio. El cuarto estaba lleno de humo de cigarro. Tomó mi abrigo y me dio el dinero. Empezamos a platicar y poco después ya estábamos en la cama. "Está bien", pensé, "solo nos vamos a dar placer un rato". Cuando acabamos, él dijo que tení­a que ver a un amigo en el bar y me pidió que cerrara la puerta al salir. Sola, en su cuarto, reí­ y bailé, me miré desnuda al espejo y pensé: "Nunca habí­a sido tan fácil ganar dinero". Mis dos aí±os como escort fueron mi trabajo ideal. Me gustaba conocer gente nueva y platicar con ella, ver sus cuerpos, su cara de orgasmo y su vulnerabilidad. La vergí¼enza y el estigma de ser trabajadora sexual con frecuencia supera los beneficios a largo plazo de un trabajo flexible y bien pagado. Es una carga horrible tener que esconderse por miedo a que te juzguen. Esconderse hace daí±o, pero también decir la verdad. La decisión de ser trabajadora sexual no puede tomarse a la ligera, no es un trabajo que se hace "solo por el dinero". La industria del sexo te come vivo. Si lo vas a hacer, necesitas un plan de escape. Cuida tu salud mental. Reví­sate periódicamente. Habla con alguien de confianza sobre tus experiencias. Sé honesta contigo misma. Mira cómo el dinero se acumula y disfruta el paseo.
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