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La enfermera que se mudó a una camioneta para proteger a su familia del COVID-19

La enfermera decidió no volver a casa porque teme por su hijo mayor, que va a la universidad

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La enfermera decidió no volver a casa porque teme por su hijo mayor, que va a la universidad

Por: Agencias

Tijuana, BC.– Todos los dí­as a las siete de la maí±ana Silvia Rosas, una enfermera del Hospital General de Tijuana, toma el elevador que fue acondicionado exclusivamente para el personal y los pacientes que subirán al tercer piso: “el área negra”, donde están los pacientes contagiados de COVID-19.

Al llegar se despoja de su ropa, se lava escrupulosamente las manos, se mete cuidadosamente unos guantes quirúrgicos que le llegan al antebrazo y se viste con un overol impermeable blanco, de esos que recuerdan los trajes soviéticos antirradiación.

Se coloca los lentes protectores de plástico que se adhieren con silicón en sus pómulos, se recoge el pelo chino y negro en un gorro quirúrgico, y encima se ajusta una careta que asemeja una visera con plástico colgante que cubre su rostro y le llega al cuello.

Silvia está lista para empezar el dí­a en “la zona contaminada”, como le llaman: revisa las bombas de infusión, bolsas de plástico que van directo a la vena y por donde pasan los medicamentos. Mide la cantidad de oxí­geno del paciente, se asegura que esté ventilando bien y si no, viene la parte terrible del dí­a.

“El paciente comienza a ponerse azul por la falta de oxí­geno, batalla para respirar, la verdad es impactante”, cuenta la enfermera de 40 aí±os que trabaja con los contagiados de coronavirus.

Entonces hay que auxiliar al médico en el proceso de intubación, meter un tubo de plástico que va directo hasta la garganta y se conecta a un ventilador para ayudarle a respirar y lo mantiene con vida.


Ella se coloca junto al médico que hace las maniobras para deslizar el tubo hasta la tráquea. Silvia aspira con una manguera las secreciones espumosas que expulsan los pacientes con COVID-19.

Le impresiona cómo los pacientes se van deteriorando hasta morir, jóvenes o ancianos, con enfermedades crónicas o sanos. El coronavirus no respeta a nadie, dice. La enfermera tiene miedo todo el tiempo, no lo niega, aunque admite que es lo que ella escogió, por eso es enfermera desde hace 14 aí±os.

“Siempre es impactante ver a una persona deteriorarse. El virus lo que hace es que ataca los pulmones, la ví­a respiratoria y el paciente empieza a tener dificultad para que el oxí­geno esté entrando a su sistema, entonces es necesario conectarlos al respirador”.


El “área contaminada” es un recuadro con camas que está dividida en dos: la zona negra y la gris. Se colocó una barrera improvisada, un cristal por donde con seí±as se comunican con los médicos y enfermeras que preparan los medicamentos que pasarán a Silvia desde la zona gris.

Se extremaron precauciones y se sustituyeron las puertas de entrada con otras de metal. Según Silvia el número varí­a todos los dí­as, pero en esa área hay unos 17 pacientes entre casos positivos y sospechosos que tienen los sí­ntomas de contagio.

A pesar del sacrificio no está dispuesta a poner en riesgo a sus cuatro hijos y a su marido, que la esperan en casa, por eso tomó medidas drásticas: acondicionar su camioneta Voyager blanca 1994 para vivir en ella cuando esté de turno y que estaciona en el Hospital General.

“Mi esposo me la acondicionó, le quitó asientos, le puso un colchón, metimos ahora sí­ que lo mí­nimo indispensable para poder estar ahí­. Mis cobijas, mis almohadas, zapatos, ropa de civil”.

Donde iban los asientos, ahora hay una colchoneta rosa, una franela blanca, una cobija azul, almohadas rosas con distintos patrones. Al fondo otra cobija color celeste: en Tijuana hace frí­o en abril y estas noches la temperatura desciende hasta los 10 grados centí­grados, con nubes densas que anuncian lluvia.

La primera semana de abril la enfermera decidió no volver a casa porque teme por su hijo mayor, que va a la universidad; por el otro de 13 aí±os, el adolescente; por su hija de 9 y por el menor, que apenas cumplió 6.

Hace dos aí±os ingresó a trabajar al Hospital General de Tijuana, uno de los hospitales más concurridos de esa ciudad fronteriza. Ha pasado por el área de urgencias e incluso ya habí­a trabajado en el tercer piso, el área de medicina interna donde trataban a otros pacientes con complicaciones graves.

A Silvia le impresiona el desinterés de algunas personas, dice que verlos pasear por la calle la desmorona. “Claro que da miedo todo el tiempo, y ahí­ estamos. Está saturado el servicio, no se van a salvar porque no va haber el equipo para salvarles la vida, entonces lo que queremos es disminuir (el número de pacientes) para darnos abasto y poder disminuir la cantidad de personas que pudieran fallecer”.

Dice que se tiene que evitar llegar al punto donde tengan que evaluar a quién se le da prioridad, eso serí­a una catástrofe.

“Si (un ventilador) se va a ocupar con una persona, no puedes esperar a que hí­jole, si ya va a fallecer que fallezca para ponérselo a otra, imagí­nate”, dice con un resoplido.

 

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