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102 años de historia reducidos a cenizas

Casa Alameda soportó casi todo: el suicidio de su notable dueño, el abandono y la fama que le precedía como lugar de embrujado.

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Casa Alameda soportó casi todo: el suicidio de su notable dueí±o, el abandono y la fama que le precedí­a como lugar de embrujado.

Por Rosalí­o González

Saltillo, Coah.- Faltando 10 minutos para terminar la primera hora del jueves, una llamada de emergencia alertó a los bomberos sobre la presencia de fuego en el primer cuadro de la ciudad. Desesperada, la voz al teléfono dictó a los elementos la dirección en llamas, calle Purcell 121.

En una madrugada común, una construcción excepcional sufrió su trágico destino de convertirse en nada.

La Casa Alameda soportó 102 aí±os en pie, primero como una exuberante joya arquitectónica completamente fuera de lugar, y después como un testigo de la historia social, polí­tica y cultural de la ciudad.

En los viejos libros del Archivo Histórico está el registro de la casa, construida en el aí±o 1917, cuando el paí­s salí­a de la convulsión de violencia y crisis económica provocada por la Revolución.

El ingeniero Francisco Salas, dueí±o del predio, diseí±ó la casa con estilo afrancesado, un art nouveau en todo su esplendor, que molestó a los revolucionarios por revivir los recuerdos del viejo régimen francófilo del general Dí­az.

El orgulloso dueí±o no escatimó recursos de su hacienda personal para construir la mansión a todo lujo en el corazón de la ciudad: contrató a Domingo Villarreal para encargarse de la obra de acabados finos y fastuosos.

En el inventario final, la residencia se dio por inaugurada como un chalet de dos pisos, con sótano para el resguardo de cavas de vino, techos tipo mansarda, famosos por ser utilizados en el Palacio de Versalles, un par de bodegas en la parte trasera, un cuarto para servidumbre, un garaje y el estupendo jardí­n a la francesa. Un pedacito de Parí­s, en la esquina de la Alameda.

En el trote de la historia, la casa fue la primera en su estilo y a partir de su construcción, otras familias acaudaladas desearon mostrar su poder económico levantando mansiones de influencia extranjera.

De acuerdo con el historiador de arte Javier Villarreal Lozano, “la zona de la Alameda fue en ese momento el sector residencial de la ciudad donde construyeron sus casas las familias más ricas de Saltillo”.

Sin embargo, ningún otro miembro de la burguesí­a se atrevió a hacer lo que Francisco Salas hizo con su residencia, aconsejado por el seí±or Barraza, un decorador y pintor fino de mansiones que marcó de por vida a la casa pintándola de rojo.

“El color de la Casa Alameda es muy inglés, busca la elegancia y la distinción. Por eso marcó la postal de la ciudad para siempre, todos recordaremos su fachada roja con blanco”, comentó Villarreal Lozano.

En su interior, la residencia estaba forrada de madera: pisos y paredes con acabados exquisitos que sobrevivieron 102 aí±os, algunos de ellos incluso en el total abandono.

Los techos tení­an plafones art decó que enmarcaban la vista de impresionantes candiles, recuerdo aí±ejo de la opulencia que hubo en esa zona de la ciudad. Las chimeneas de madera tallada, las escaleras de barandales hechos con maderas preciosas, la terraza blanca con postes blandos de patrón original.

Todo en pasado porque el fuego redujo a cenizas el terruí±o francés de la esquina de Purcell y Ramos la madrugada del jueves, cuando, decí­amos, una llamada alertó a los bomberos sobre el incendio.

La madera que seca que por un siglo fue parte de la belleza de la mansión, esta madrugada trágica fue la peor enemiga de la casa, de los bomberos y de la sociedad de Saltillo, que vio el incendio consternada.

Entre la impotencia de no poder salvarla, los bomberos combatieron heroicamente las llamas, uno de ellos, en el esfuerzo por aminorar el monstruo rojo como la propia casa, se intoxicó a mitad de la refriega, en la cual utilizaron incluso agua del Lago República que está frente a la propiedad, en la Alameda Zaragoza.

El apagafuegos tosí­a fuerte en la banqueta, auxiliado por dos de sus compaí±eros; en la ambulancia, frente a la casa, los cinco jóvenes que lograron salir de la propiedad antes de que se propagaran las llamas sufrí­an crisis nerviosas y estados de shock por los hechos.

Los vecinos, los corredores nocturnos y decenas de curiosos se acercaron a la esquina de la casa para grabar en sus teléfonos celulares la tragedia, todaví­a sin dimensionar bien el golpe seco que sufrió la cultura saltillense ante tal pérdida.

Fue la primera tragedia de dimensiones históricas que transmitieron los saltillenses en vivo por Facebook e Instagram, boquiabiertos, sorprendidos, adoloridos también.

Así­ lo dijo el cronista de la ciudad, Armando Fuentes Aguirre, “la pérdida de la casa es una desgracia para Saltillo y para Coahuila; es una estampa que nunca vamos a olvidar, que se queda en la memoria de la ciudad”.

La fama le precede

No es la primera tragedia que sucede en esa casa, pues en 1947, el exgobernador Ignacio Cepeda Dávila se quitó la vida en el segundo piso de la residencia tras volver de la Ciudad de México.

En aquella visita a la capital, Cepeda se encontró con el presidente Miguel Alemán y discutieron duramente por diferencias polí­ticas, el Gobernador no era parte del equipo del Presidente y terminaron a insultos.

La presión que tuvo el Mandatario local lo llevó a tomar la decisión de quitarse la vida, disparándose en la sien y terminando así­ un corto mandato de apenas dos aí±os, el mismo tiempo que vivió en la casa tras comprársela a la familia Gil.

En aquella tragedia, el duelo fue polí­tico y la información reservada, la casa fue el único testigo de los hechos y se llevó aquella historia a la tumba de las cenizas.

En esta ocasión, el incendio es público y las consecuencias no son polí­ticas ni de un solo hombre, sino que están marcadas con tinta indeleble: los techos mansarda colapsaron y es irreparables, según Protección Civil, las maderas finas se consumieron, los detalles, el decorado, todo.

Aunque los encargados de la casa anunciaron que la tragedia “no es un adiós, es un hasta pronto”, quizá reconstruyendo algo semejante, pero nunca igual ni en materiales ni historia.

Porque además de tragedias, la casa fue sede de instituciones que aportaron cultura a la ciudad, primero como hogar de la Escuela de Música de la Universidad Autónoma de Coahuila y luego como el complejo cultural en el que se convirtió hace casi cuatro aí±os, cuando la rescataron del abandono.

Se quedará en el recuerdo “la casa roja”, Casa Alameda, la casa bonita, la casa de las leyendas, la casota de la esquina, la casa donde espantan, donde recientemente vendí­an comida, montaban obras de teatro, conciertos, recorridos temáticos y exposiciones de pintura, y donde hoy quedan solamente cenizas, algunas sillas tiradas, mesas rotas y tiznadas, y una fachada que pese a la voracidad del fuego se resistió a colapsar.

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