Sus hijos, de 12 y 4 aí±os, preguntan cuánto durará el corte eléctrico. Pero nadie puede responder a esa duda en todo el país. Aunque el suministro había vuelto este jueves en varias partes de Venezuela, el servicio no se había restablecido totalmente en áreas de Caracas y gran parte de las regiones del oeste. Yelitza y su esposo, Carlos Guerra, se han organizado con sus vecinos para superar la fatalidad. En una cima de la ciudad y aislados de otros barrios, la mayor preocupación es la supervivencia. Su misión es mantener la comida, tener agua potable y su propia seguridad.
Todo se ahorra al máximo. Hasta el poco frío de los refrigeradores es conservado. âNo abro casi la neveraâ, confiesa. Para economizar, todos han acordado cocinar en conjunto, así nadie se queda sin alimentos. Rosa Arellano, jubilada, fríe pescados para compartir con otras familias. También presta su cocina, que funciona con gas, a otras personas. âAntes de que se descomponga prefiero invitar a la gente a comerâ, explica. Lo mismo hacen otras mujeres que regalan unas golosinas a los nií±os de la urbanización.
La emergencia ha superado la capacidad de las autoridades. De ahí que la solidaridad reduzca el impacto de la crisis. Carlos, de 44 aí±os, es superviviente del deslizamiento del Estado de Vargas (litoral), una tragedia que dejó miles de muertos y damnificados en diciembre de 1999. Tras recordar el desastre natural, el hombre afirma que el apagón ha traído una sensación parecida. âFue una experiencia horrorosa, pero se contaba con la asistencia del Estado. Había ayuda para los afectados. Hoy no siento esa atenciónâ, explica.
En Venezuela no se ha aplicado un plan nacional para atender el apagón. Solo se ha agudizado el conflicto político y la persecución del régimen. Nicolás Maduro ha ordenado a los colectivos âgrupos parapoliciales chavistasâ que se âactivenâ en las comunidades para âcuidar la pazâ en la emergencia provocada por la falta de electricidad en muchas zonas del país.
âSiempre dicen que fue un sabotaje y que tengamos paciencia, pero no vemos soluciones. No se hace un reporte diario para saber qué ocurreâ, asegura Jessica Ramos, de 30 aí±os y madre de un bebé. Es amiga de Yelitza y Carlos, viven al lado, y desde hace varias tardes escuchan gritar a Germán, un hombre alto que reside tres pisos más abajo, que abrirá el âtanqueâ que almacena agua. Sin su aviso, la comunidad estaría desorientada.
En filas, las familias caminan hacia el estacionamiento, donde se localiza el profundo pozo. Cargan con recipientes, envases vacíos de refrescos. Un hombre moreno y con sombrero es el primero en lanzar un balde, atado a una cuerda, hasta el fondo. Es lunes, son las cuatro de la tarde, y todos se apresuran antes de que oscurezca. âNadie se queda sin agua porque hasta a las personas mayores se les lleva un poco a su casaâ, explica Leily Salinas, una administradora de 46 aí±os, que asegura que muchos de sus vecinos âmigraronâ a otros distritos con algún servicio.
El colapso es absoluto. Leily ha encontrado cobertura telefónica en una planta de su edificio. Es como hallar un tesoro. El lugar es compartido por turnos para enviar mensajes por celulares a familiares o amigos, muchos de ellos en otros países. âSentimos como si hubiera pasado un tsunami por Venezuela, pero sin agua. Estamos totalmente desasistidos, sin información ni nadaâ, indica.
Algunos se detienen en la garita del urbanismo para preguntar a los que llegan sobre la situación en las calles. El apagón ha desatado el colapso de otros servicios. El agua no es bombeada, el transporte público es casi inexistente, las telecomunicaciones desaparecen, la mayoría de los comercios están cerrados y los hospitales operan con dificultades en un país a ciegas. âUna seí±ora me regaló una pastilla para la migraí±a, compartimos las medicinasâ, agrega Yelitza.
El lunes, ella se había atrevido a salir con su familia al supermercado después de cuatro días de apagón. Había usado un billete de 50 dólares para comprar unos panes, galletas, gaseosa y otros alimentos no perecederos. No podían pagar con bolívares y las transferencias eran imposibles sin electricidad. El colapso del sistema eléctrico ha acentuado todos los males de Venezuela. âTenemos temor, incertidumbre. Ninguno sale sin el otro. Todos nos movemos juntos a cualquier sitioâ, aí±ade.
Congregadas, las familias recogen troncos, ramas y hojas secas de árboles para encender una fogata en las noches. Durante el apagón esto permitió iluminar, acompaí±ar a los vigilantes y hasta aplacar la angustia. En las maí±anas, otros se reunían en el patio para jugar a las cartas, conversar y hasta conocer las noticias. Es una escena repetida en los vecindarios de Caracas âuna ciudad con un récord de crímenes en Sudaméricaâ que carecen de energía aún. El miércoles, Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación e Información, prometió que se reanudarían las actividades laborales desde este jueves, que se surtirá de agua al país y se realizarán ejercicios militares.
Horas antes, había vuelto la electricidad en varias zonas de Macaracuay. Al principio, Yelitza sintió alivio, pero su angustia reapareció tras conocer la magnitud de la crisis. Ahora se prepara para otro posible corte de energía, aunque todavía algunas regiones están sumidas en la oscuridad: âSomos solidarios y la calamidad la llevaremos con esperanzaâ.