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Así relata El Tiburón cómo rechazó 50 mdd de El Chapo

El policía federal que capturó a Joaquín Guzmán Loera cuenta cómo le dijo que no al soborno del capo

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El policí­a federal que capturó a Joaquí­n Guzmán Loera cuenta cómo le dijo que no al soborno del capo

El Tiburón, el policí­a federal que capturó a El Chapo Guzmán en enero de 2016 cuenta paso a paso, cómo rechazó 50 mdd que el capo le ofreció aquella maí±ana para que lo dejara ir. La PF publicó su testimonio í­ntegro:

Tengo un tí­o que es doce aí±os más grande que yo y que también es policí­a federal. Cuando estaba chico, veí­a que llegaba con su uniforme y patrulla, lo que me causaba mucha admiración.

En alguna época vivimos cerca de una autopista, donde alcanzaba a ver las patrullas y de ahí­ fu creciendo mi interés en formar parte de la Policí­a Federal de Caminos, como se llamaba entonces nuestra Institución.

No era fácil ingresar, eran muy estrictos. De inicio, habí­a que ir bien vestidos y con el cabello bien arreglado tan solo para pedir informes. “¿A qué vienes? ¿A pedir informes o a pedir trabajo?”, nos decí­an los comandantes.

Me regresaron tres veces tan solo para tener informes de cómo ingresar. Ya con el cabello corto y bien presentado, pude saber de lo que necesitaba para poder ingresar a la Policí­a Federal de Caminos. Me tocó ir a las oficinas casi a diario durante siete meses, hacer ejercicio y correr para ganarme mi ficha de aspirante.

Aunque no era un procedimiento institucional, era un filtro que poní­an los propios comandantes para que ingresaran solo aquellos que de verdad tení­an la vocación para ser policí­as

Cuando le dije a mi papá que querí­a ser policí­a federal de caminos, él solo se me quedó viendo y me dijo: “sé lo que quieras ser, pero trata de ser el mejor”. Mi mamá, un poco más aprehensiva, se espantó, pero poco a poco fue entendiendo y cuando me dieron la lista de prendas que debí­a llevar a la Academia, ella misma me compró todo.

En la Academia de San Luis Potosí­Â no solo conocí­ compaí±eros de profesión, sino también amigos que hasta la fecha frecuento y que han llegado a ser parte de mi familia.

Los retos que se nos fueron presentando, primero como cadetes y luego como policí­as federales ya graduados, fueron creando fuertes lazo entre nosotros

El dí­a de la detención de Joaquí­n Guzmán “El Chapo”, yo estaba en el tercer turno en Los Mochis, Sinaloa. Debí­a cubrir el horario de las once de la noche a las siete de la maí±ana.

En el dí­a, por la carretera Los Mochis-Navojoa, circulan muchos vehí­culos, incluyendo agricultores y gente que se dedica a la pesca, mientras que en la noche hay muy poca circulación.

Un turno cualquiera implicaba realizar mis recorridos, hacer folios de infracción si era el caso y en general, estar al pendiente de prevenir y atender cualquier delito que se pudiera registrar.

Ese dí­a se sentí­a algo raro. A las tres o cuatro de la maí±ana, comenzamos a escuchar helicópteros cerca, lo que me pareció extraí±o debido a que Los Mochis es una ciudad pequeí±a. Me imaginé que podrí­a tratarse de un operativo de SEDENA o Marina, pero no más.

Estábamos tres patrullas en el servicio. Yo conducí­a la patrulla acompaí±ado de otro compaí±ero, estaba también el Responsable de Turno o RT y otros compaí±eros más en la carretera que va hacia el norte, en los lí­mites con Sonora.

A mí­ me tocó cubrir de Los Mochis hacia el sur, rumbo a Guasave.

Era una madrugada más sola que de costumbre. En algún momento, nos reunimos con el RT en uno de los tramos.

  • Está medio raro ¿ya escuchaste a los helicópteros?
  • Yo también escuché. ¿Qué será?
  • No pues quien sabe. Ahí­ nos vemos al rato.

Y el RT siguió con su recorrido.

Fue amaneciendo y comenzamos a escuchar disparos, por lo que nos acercamos a Los Mochis para reunirnos en un puente que está antes de entrar a la ciudad. En algún momento pensamos que los disparos podí­an ser a causa de un enfrentamiento entre delincuentes, pero el radio operador nos informó que habí­a un operativo de Marina y que habí­a que estar pendientes.

El Titular de la Estación nos ordenó que todas las unidades estuviéramos atentas y esperar en la carretera a que llegara el primer turno. Para entonces, eran alrededor de las seis de la maí±ana.

Me tocó quedarme debajo del puente donde nos habí­amos reunido, desde donde se veí­a la afluencia de vehí­culos que vení­an de la ciudad para salir a la carretera.

Al poco tiempo cesaron los disparos y el ruido del helicóptero.

Instantes después recibimos ví­a radio la información sobre un reporte de robo de vehí­culo por parte del C4, instancia que sube a todas las autoridades este tipo de información por si tenemos contacto con el vehí­culo.

Estaba debajo de la patrulla junto con mi compaí±ero, cuando a los diez minutos vi que vení­a el carro focus rojo reportado. “¿Tan pronto?” pensé, “no creo que tan rápido llegue aquí­ si se lo robaron en el centro”.

Solo alcancé a ver los últimos números de la placa y luego corroboré con mi compaí±ero los datos del reporte.

Todaví­a vi cómo el vehí­culo se paraba con toda naturalidad ante una seí±al vial de “alto”, para segundos después dar la vuelta a la izquierda e ingresar a la carretera con dirección al sur.

Con la duda sobre si se trataba del vehí­culo robado, inicié el camino para verificarlo.

Más adelante se encontraba mi RT, a quien le hablé por radio: “Jefe, pasó un carro, un focus rojo, nada más alcancé a ver los últimos números de la placa. No estoy seguro, voy a pararlo para que sepas y si es positivo, me ayudes”.

No aceleré mucho el vehí­culo porque estaba lloviznando y el pavimento estaba mojado, pero lo alcancé con facilidad.

El RT y yo le dimos alcance al mismo tiempo al vehí­culo y le solicitamos el alto. El vehí­culo se detuvo de manera normal.

Al notar que las placas coincidí­an con el reporte de robo, nos bajamos de las patrullas con mayor precaución.

Del focus se bajó primero el conductor, quien hizo contacto con el RT, mientras que yo me paré del otro lado de la patrulla para darle cobertura. “Comandante, traigo al patrón, échenme la mano”, alcancé a escuchar que decí­a el conductor, lo que me pareció muy extraí±o.

Caminé y me paré del lado del acompaí±ante del vehí­culo. Abrí­ la puerta y el pasajero se me quedó viendo: “Ah canijo, es El Chapo”, pensé.

  • Comandante, comandante, échenme la mano.
  • A ver “patrón”, bájese tantito.
Lo bajé y lo tomé del hombro. Alcancé a ver que traí­a una pistola debajo de sus piernas, por lo que rápido lo jalé para conmigo, como abrazándolo para ver si no traí­a un arma fajada. Lo jalé y empecé a caminar a la parte trasera de mi patrulla. Cuando iba llegando a la puerta le puse rápido las esposas. “¿Por qué comandante? ¿Por qué me esposas? ¿Por qué me tratas así­?”, me decí­a. “Espérese, espérese, ahorita vemos”, le contesté. Abrí­ la puerta de la patrulla y lo aventé hacia adentro. “Espérese ¿por qué me trata así­?”, me gritó. Cerré la puerta y vi que todaví­a mi RT interactuaba con quien ese momento supe que era “El Cholo”. Le grité que lo esposara y enseguida lo empujó hacia adelante y le puso las esposas. “Es El Cholo y acá traigo a El Chapo”, le grité. “¿Qué vas a hacer?” me dijo el RT. “Vámonos de aquí­, nos van a matar” le contesté, mientras comencé a ver que a lo lejos habí­a un fuerte movimiento de vehí­culos en la carretera.
  • Lléveme a Che Rí­os. Ahí­ está mi gente, ahí­ nos van a apoyar.
  • Si, si, ahorita vamos para allá.
En mi mente estaba claro que no tení­a nada que ir a hacer a un lugar en donde me esperaba una muerte segura. En el primer retorno me di la vuelta en sentido contrario. Nadie sabí­a que yo llevaba a El Chapo en mi vehí­culo. Del otro lado comenzaron a pasar distintos vehí­culo, mientras yo seguí­a mi camino en el sentido contrario. Primero pensé en ir a la oficina de Policí­a Federal, pero eso significaba entrar a la ciudad y un gran riesgo, así­ que lo descarté. Luego me acordé de la guarnición militar, un lugar a donde a veces í­bamos a hacer prácticas de tiro y que estaba sobre la carretera. “Ahí­ es un lugar seguro”, pensé. Pasé el entronque de Los Mochis rumbo a la guarnición, mientras que mi pasajero insistí­a que lo lleváramos a Che Rí­os. “Ahorita, ahorita, espérese tantito. Ahorita vemos qué hacemos”, le decí­a. “Bueno, bueno, está bien, está bien”, me dijo sin ponerse agresivo. Cuando iba a medio camino, a lo lejos vi unas camionetas y sentí­ miedo. Entonces vi un hotel donde a veces comí­amos y se me hizo fácil meterme. Sabí­a que ahí­ era menos probable que me encontraran. Adentro, comencé a marcar. Para ese momento, el RT ya le habí­a informado al Jefe de Estación que yo traí­a a El Chapo en mi patrulla. Nunca estuvo en duda avisarles a mis compaí±eros y mandos. Los conozco y tengo plena confianza en ellos. Estuve a solas con él un rato. Fue entonces cuando me ofreció dinero.
  • Ayúdeme y no va a volver a trabajar. Comandante, dí­game qué quiere pero ya écheme la mano.
  • Ahorita vemos, ahorita platicamos de eso.
  • Le ofrezco dos o tres empresas de aquí­ de Sinaloa; es más, le dejo 50 millones de dólares, para no vuelva a trabajar nunca en su vida.
  • Ahorita, espérese. Ahorita vemos qué hacemos.
  • Comandante, no se vale. Tanto huir y tanto dinero para que usted venga y me entregue. No se vale.
  • También entiéndame, estoy haciendo mi trabajo. Nadie me dijo que ahí­ vení­a usted. Yo soy policí­a y estoy haciendo mi trabajo. No vaya a creer que alguien me avisó.
  • No ya sé. Ese fue un atorón bien.
  • Ahí­ está. Nomás entiéndame que es mi trabajo.
  • Está bien comandante.
Se quedó callado, se agachó y no me volvió a hablar o a ofrecerme algo. Al poco rato llegó el RT en la otra patrulla con El Cholo y nos quedamos ahí­ en la habitación, con los dos hombres esposados. Me asomé y vi que habí­a personas en la azotea, pero me di cuenta que eran compaí±eros policí­as federales que ya estaban dando el apoyo. Luego bajó un helicóptero de Marina y llegó SEDENA. Yo ya estaba más tranquilo por todo el apoyo de las instituciones que habí­a en el lugar. Entonces llegaron integrantes del grupo de operaciones especiales de la Marina, que se asomaron a la habitación donde estaba El Chapo.
  • ¿Tú fuiste verdad?
  • No, no.
  • ¡Ah cómo no! No sabes lo que acabas de hacer.
Con una cara de satisfacción y emoción, el marino se dio la media vuelta y se fue. Hay quien me pregunta por qué no acepté el dinero que me daba. Para mí­ fue sencillo: aún con todo su dinero, lo vi sucio, mojado, vení­a del drenaje, maloliente. Y yo nunca me querí­a ver así­. “Cincuenta millones de dólares que en mi vida me voy a gastar, pero así­ me voy a ver, huyendo”, pensé. Como policí­a, hice lo que debí­a de hacer. Es El Chapo: detenlo, espósalo y llévatelo. No habí­a otra opción. En mi carrera como policí­a, durante veinte aí±os de trabajo, siempre he tenido que tomar decisiones rápidas y que afortunadamente siempre han sido las correctas. Para ser un policí­a que pase pruebas de 50 millones de dólares o de 500 mil pesos, hay que querer ser policí­a, sentir todos los dí­as a la Policí­a, salir orgulloso y con ganas. Eso se logra con educación, desde la casa, desde la Academia. Si no hubiera tenido los padres que tengo, buenos instructores y buenos compaí±eros que me enseí±aron cosas buenas, tal vez hubiera tomado otra decisión. La Policí­a Federal es mi vida. Es de donde mi familia depende. Es mi orgullo. Es lo que me gusta ser. La detención de El Chapo me cambió la vida entera. En lo familiar significó hablar con claridad y sinceridad sobre lo que habí­a pasado. Aunque mi hija estaba pequeí±a, tuve que explicarle que su vida también iba a cambiar. “Si entiendo”, me dijo. También cambió mi vida en el trabajo. Tuve mandos que le dieron un correcto valor al trabajo, un valor real y eso me permitió tener un ascenso y un reconocimiento a alguien que como policí­a, hizo lo correcto. Hoy estoy convencido de que los policí­as debemos comportarnos en todo momento como se esperarí­a que se comporte un policí­a í­ntegro y profesional. Eso significa hacer cosas buenas para que la sociedad siga viéndonos bien, que no siempre ha sido fácil, porque a veces se dejan llevar por una imagen distinta a lo que en realidad somos. Si no actuamos en todo momento con el corazón, nos vamos a tardar en lograr la confianza y respeto de la ciudadaní­a, que es indispensable en la tarea policial. Tengo la fortuna de ser ejemplo de que cuando actúas de forma correcta, las cosas salen bien, que la Policí­a Federal te lo reconoce y eso te motiva a echarle más ganas. Sé que de haber decidido otra cosa aquella maí±ana, habrí­a perdido lo que ya gané, que es el respeto de mi familia y de quienes en mí­ confí­an. Además de que hubiera decidido seguir una vida que me condenaba a estar siempre huyendo y en la que difí­cilmente hubiera tenido un buen final.
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