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Relatos y Leyendas: El orfanato de los muertos

Cerca del orfanato vivía un rico terrateniente al que le molestaba compartir el mismo territorio.

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Cerca del orfanato viví­a un rico terrateniente al que le molestaba compartir el mismo territorio.

Por: Agencias

Ciudad de México.- La Madre Magnolia era la encargada de administrar un antiguo orfanato perdido en la Sierra Negra. La religiosa tení­a un corazón de oro y era común que recibiera en su casa hogar a nií±os que rechazaban otros orfanatos.

Nií±os con malformaciones, con brazos o piernas mutiladas o con pies de pato, nií±os quemados o bebes siameses; la madre Magnolia los amaba a todos y cada uno de ellos les procuraba educación, techo y alimento. Cerca del orfanato viví­a un rico terrateniente al que le molestaba compartir el mismo territorio que la madre Magnolia. Tení­a seis hijos y su esposa esperaba al séptimo.

Don Severiano era un hombre conservador y supersticioso. Pensaba que lo habitantes del orfanato eran engendros del demonio y habí­a escrito varias cartas al arzobispo pidiéndole que lo trasladara a otro lado. Testarudo y egoí­sta, Severiano habí­a hablado inútilmente varias veces a solas con La madre Magnolia para convencerla de que se mudara a otra región con sus hijos adoptivos. Al verse perdido, Don Severiano mando construir unas murallas para que sus hijos no pudieran tener contacto con los nií±os del orfanato.

Paso el tiempo y la familia del terrateniente creció. Heriberto, uno de sus hijos más grandes se habí­a vuelto más inquieto y tení­a la rara diversión de trepar la barda que habí­a construido su padre para molestar a sus vecinos, los nií±os del orfanato; solí­a pasar la tarde arrojándoles piedras y gritándoles insultos y palabras obscenas. La madre Magnolia se dio cuenta del mal comportamiento de Heriberto y fue a hablar con Don Severiano, pero el terrateniente ni siquiera le abrió la puerta. La religiosa les pidió a sus nií±os que jugaran en otra parte y mando a colocar la imagen de una Virgen de los Remedios justo donde Heriberto se asomaba para molestarlos.

El hijo de don Severiano no volvió a hacerlo, pero el desprecio que sentí­a por los hijos de la monja no disminuyo. Una noche, mientras los nií±os dormí­an, Heriberto entro al orfanato a hurtadillas con unos garrafones de gasolina del tractor de su padre y le prendió fuego a los dormitorios.

No fue difí­cil para la policí­a dar con el autor del crimen y la policí­a se llevó a Heriberto al Consejo Tutelar para Menores en donde paso cinco aí±os. En cuanto a la madre Magnolia, estaba más desconsolada que nunca. Más de la mitad de sus hijos adoptivos habí­an muerto y los que quedaban tenia cicatrices fí­sicas y emocionales terribles. El luto en el orfanato duro seis meses.

Una noche, algo extraí±o sucedió en el sitio donde fueron enterrados los nií±os asesinados por Heriberto. El viento azotaba con violencia los árboles y no habí­a parado de llover durante tres dí­as. El aguacero saco a flote los pequeí±os cadáveres y en un segundo, fueron reanimados por un extraí±o relámpago que cayó en el mausoleo. Quienes conocen la historia dicen que pudo ser un rayo divino, pero también puro ser mandado por el mismo demonio.

Los nií±os que habí­an sido horriblemente quemados se arrastraron por la debajo de la barda de Don Severiano y se dirigieron a su hacienda, dispuestos a cobrar venganza. Paco, el sexto hijo del terrateniente habí­a bajado a la cocina a tomar un vaso de agua. Su grito despertó a toda la familia. Don Severiano tomo su escopeta y corrió a ver lo que pasaba, pero era demasiado tarde, los seres monstruosos que habí­an ido a visitarlo no habí­an dejado más que uno de los zapatos tirados bajo la mesa.

La familia del terrateniente no durmió esa noche, ni a la siguiente, ni el resto de la semana. Y cuando el sueí±o los venció, los pequeí±os monstruos salieron de su escondite, dispuestos a cobrar venganza por arrebatarles sus preciadas vidas.

Cuando la policí­a llego, solo encontraron los cuerpos decapitados de Don Severiano y toda su familia; uno de los policí­as examino el lugar y vio, de reojo, lo que parecí­a ser el cuerpo de un bebe gateando sobre la cornisa. Fue hacia el lugar, pero no vio nada. A Heriberto lo asesinaron, su cuerpo fue hallado en la cárcel mutilado cruelmente con un gesto de horror desagradable, nadie se explica que fue lo que paso, pero los demás reos oí­an los gritos de Heriberto que traspasaban las grises y viejas paredes de la prisión. Nadie se atrevió a hablar del asunto por temor, hasta después de tres semanas.

La madre Magnolia murió de neumoní­a después del incidente. El orfanato nunca fue derribado y permanece en algún lugar de la Sierra Negra. Nadie se atreve a buscarlo, Nadie quiere recordarlo, pero aseguran, algunos, que ese lugar esta maldito…

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