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Confesiones de un ex sicario

Amador, de 38 años, asegura que su infierno inició a los 17 años, cuando conoció a quien lo mandó al abismo.

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Amador, de 38 aí±os, asegura que su infierno inició a los 17 aí±os, cuando conoció a quien lo mandó al abismo.

Por Agencias

Culiacán, Sinaloa.- Se estruja las manos; exacerbado, taciturno, suelta las palabras poco a poco, y confiesa que su nerviosismo no es por miedo, sino porque dice tener un gran cargo de conciencia que no lo deja vivir tranquilo.

Amador, de 38 aí±os, asegura que su infierno inició a los 17 aí±os, cuando conoció a quien lo mandó al abismo.

“Tengo un cargo de conciencia que no puedo con él. No sé si por la vida que llevé o porque no le cumplí­ a mi madre la promesa que le hice de dejar esa vida. Esto es como los borrachos: Hasta que no tocas fondo, te das cuenta de lo que estás haciendo y luego el dolor por el daí±o que les hiciste a los demás no te deja”, dice.

Cuando se es joven y descarriado no piensas en nada, seí±ala, la gente no te inspira nada. Uno mismo se lava el cerebro, culpas a los demás de lo que te ha pasado, te sientes intocable, te quieres comer el mundo y cuando vuelves a la realidad la cruda te mata poco a poco.

-¿Está arrepentido?

-Si te dijera que sí­, de nada valdrí­a. Esto me marcó para siempre ante mi Dios, ante mi familia y ante la sociedad. Para mí­ la vida es una agoní­a, no he querido formar una familia para no arrastrarlos a un mundo de tinieblas donde la luz nunca brillará.

“El hijo que tengo lo veo de lejos; a la que fue mi pareja, la apoyo para que nada le falte, pero le he prohibido que le hable de mí­, sólo le ha dicho que los abandoné. No quiero que el dí­a de maí±ana se avergí¼ence de su padre, que los seí±alen de que es hijo de un asesino, porque como dijo mi madre: No sólo maté a una persona con un arma, sino sabe Dios cuántos murieron con la droga que vendí­â€, indica.

Su mirada se pierde en el negro pavimento, luego suelta las palabras lentamente, como si le doliera pronunciar cada vocablo, cada verbo, cada frase: Soy un paria. No tengo un lugar fijo para vivir. Hoy estoy aquí­ en Culiacán y maí±ana quien sabe dónde. Puede ser que hasta otros seis meses vuelva, no lo sé. Pero donde esté, en mi alma no hay tranquilidad.

“En mi vida anterior sólo tení­a una salida: La muerte o la cárcel”, seí±aló.

Entrevistado en el Mercado de Abastos de Culiacán, mientras el gobernador inaugura la pavimentación de la calle principal de ese lugar y Amador observa con melancolí­a, se acercó. Platicamos un poco y al saber que era periodista entablamos la conversación, pero nada de cámaras.

-¿Por qué acepta la entrevista?

-Para que los “morros” se miren en este espejo. Primero uno cree que con la ‘fusca’ en el cinto el mundo está a nuestros pies, que valemos más que todos, pero a la vuelta de la esquina te das cuenta de que vales madre. Cuenta que a los quince aí±os abandonó su familia que residí­a en Nayarit, debido a que no soportaba ver cómo su padre golpeaba a su madre. Se fue a la Ciudad de México, trabajó de todo, dormí­a en la calle, y llegó hasta robar para poder sostenerse.

Así­ pasaron dos aí±os, apenas tení­a cumplidos los 17 y luego a base de agallas se acomodó de franelero a la salida de un hospital, donde a diario gritaba “viene, viene”. Así­ pasó cerca de un mes, pero un buen dí­a, se lio a golpes con “un bato que me querí­a cobrar la cuota por ejercer mi trabajo en ese lugar”.

Recuerda que un hombre bien vestido que ya tení­a varios dí­as visitando el hospital y al que en algunas ocasiones le habí­a cuidado su carro, observó la pelea, le habló para felicitarlo: “Eres bueno pa´ los madrazos”.

“Al dí­a siguiente llegó un compa y me dijo que “el patrón” que me habí­a visto pelear, querí­a que me enrolara por unos dí­as en unos ‘bisnes’. Platicamos y acepté el trabajo: Menudista”.

Empecé a ganar poco, dice, pero ya tení­a por lo menos para rentarme un cuartito. A los meses me llevaron con “el patrón” a un lugar desconocido. Después de platicar un poco, me dijo que me querí­a como su guarura, porque el que tení­a ya estaba mayor.

Seí±ala que lo trataron peor que a un esclavo. Primero hizo trabajos y ejercicios pesados. “Sólo me faltó comer mie…” A veces querí­a tirar la toalla, pero pensaba que era mejor esa vida que la vivida con sus padres. Lo mantení­a en pie era la promesa que él mismo se habí­a hecho de un dí­a sacar a su madre de esa pobreza y del maltrato.

“Lo que me marcó para siempre y que en vida lo estoy pagando fue mi primer asesinato (primero y último)”, asegura.

Dice que se ejercitó y obtuvo una condición envidiable. “Saltaba como chivo de un carro a otro”. Recibió entrenamiento de karateca y después “el patrón”, le entregó una pistola. Lo ejercitaron para que aprendiera a usarla. A los tres meses de entrenamiento, le pidieron que demostrara que ya tení­a los nervios templados.

A los 18 aí±os, exactamente el dí­a que cumplió su mayorí­a de edad, cometió su primer crimen.

“Como a las seis de la maí±ana me sacaron, me trajeron dando vueltas por calles y más calles. Al final llegamos a un jardí­n donde a esa hora caminaba mucha gente, nos alejamos un poco. Vimos a una persona mayor, parecí­a indigente. Estaba sentado y me dijeron: Ese es tu tiro al blanco.

Primero me aterroricé, pero el acicate del guarura del “patrón” me empujaba. Caminé un poco y para darme valor pensé: “Haz de cuenta que es tu padre maltratando a tu madre”. Ya no supe más hasta que volví­ al carro donde me felicitaron: Eres un cab… mira que sí­ tienes la sangre frí­a”. Así­ se convirtió en gatillero.

Seí±ala que el trabajo de gatillero realmente era muy tranquilo, sólo una vez su “patrón” tuvo un roce con unos “compas” que no querí­an pagar la mercancí­a. “Nosotros te hablamos cuando te necesitemos”, le dijeron un dí­a y lo mandaron a hacer de todo: Robar vehí­culos, amenazar a los que no cumplí­an, pero lo que no le gustó fue que le pidieron que entrenara a otros chavos para involucrarlos en la organización.

“No podí­a pedirles que mataran indigentes, porque esa era una de las consignas para probar que tienen los nervios bien templados”.

Recordaba que de acuerdo a lo que se publicó en ese entonces, el que supuestamente era indigente y que mató a sangre frí­a, “no era más que un padre de familia cumplido, diferente al mí­o, que salí­a por las maí±anas a buscar cosas, como botes o algo que tiran por descuido los trasnochados y después se iba a trabajar para poder sacar adelante a sus hijos estudiantes de preparatoria”.

“Como pude me zafé, huí­, anduve a salto de mata. Me fui a Veracruz, luego a Guatemala, trabajando como menudista: Volví­ a ver a mi madre; ella me imploró que dejara ese trabajo. Ya no mato, le dije y me contestó: La droga mata más. A los pocos meses murió y no le cumplí­ su deseo, aunque sí­ le di buena vida, no le pude dar la tranquilidad que ella merecí­a”.

Posteriormente consiguió trabajo en una compaí±í­a de mudanzas. Duró cinco aí±os. Luego se mudó a una compaí±í­a de fletes, donde el propietario lo acogió, le brindó muchas facilidades y ahora es chofer de un camión, donde tiene varios aí±os “viviendo” en él.

“Este es mi hogar. Me siento seguro, viajo de noche para centrarme en la carretera y no pensar o soí±ar mi vida pasada. Sé que no tengo perdón ni de Dios, ni de la sociedad. Los errores se pagan y mi peor castigo es vivir segregado de la familia y de los que amas… No eres como los demás, aunque quieras, finjas o te lo creas. La conciencia mata”, concluye.

Con información de Irene Medrano Villanueva

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