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20 años sin Paz: El escritor que humanizó lo mexicano

EL 18 de abril de 1998 el mundo cultural se estremeció ante la pérdida del literato

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EL 18 de abril de 1998 el mundo cultural se estremeció ante la pérdida del literato

Por: Agencias  Ciudad de México.- Los poetas son el aliento de un paí­s, su respiración. Los poetas nos humanizan. Cada vez que un trovador muere, un dolor se extiende hasta la lí­nea del horizonte y las gaviotas se estrellan desoladas contra los borbotones del océano. Enmudece el abecedario del mundo. Los nií±os marchan a las escuelas con las paí±oletas palidecidas y los maestros no encuentran las páginas exactas de los manuales de geografí­a. / Hace veinte aí±os el Premio Nobel de Literatura mexicano, Octavio Paz (Mixcoac, 31 de marzo, 1914 – Coyoacán, 19 de abril, 1998) entrecerró los ojos para recordarnos “el nacimiento que nos lleva a la muerte, / la muerte que nos lleva al nacimiento”. Fue domingo aquel 19 de abril de 1998. El mercado de Mixcoac estaba repleto de parroquianos en busca de frutas y flores: de un vaso de agua de jamaica y de una quesadilla de flor de calabaza. / Era domingo. Una sonata de Bach resonaba en la amanecida. La flebitis acosaba al autor de “Viento de enero”. En Coyoacán, el perfil de Dios entraba junto con la luminiscencia por las rendijas del pabellón. El poeta recitaba: “Sin nombre, sin cara: / la muerte que yo quiero / lleva mi nombre, / tiene mi cara. / Es mi espejo y es mi sombra”. Los portones se cerraron. El tiempo se deshací­a en otro tiempo. La transfiguración apelaba al aroma que chorreaban los almendros, las piedras y el silencio: “luz lí­quida, el agua resplandecí­a”. / Octavio Paz con su habla de vehemencias estableció un diálogo permanente con el fulgor. Luz que brota de la sombra. Iluminación acordonada al aire. Albor en la beatitud. Luz. Refulgencia. “El mundo no es visible. / Se lo comió la luz” // “No hay nada / sino la luz contra la luz.” Entro a Pasado en claro: la memoria estalla en el “tamaí±o del tiempo”. La recordación se cristaliza en el instante de una levedad en la encrucijada de la pausa. “Un charco es mi memoria. / Lodoso espejo: ¿dónde estuve? / Sin piedad y sin cólera mis ojos / me miran a los ojos / desde las aguas turbias de ese charco / que convocan ahora mis palabras.” Poema autobiográfico en que “Del vomito a la sed, / atado al potro del alcohol, / mi padre iba y vení­a entre las llamas. / Por los durmientes y los rieles / de una estación de moscas y de polvo / una tarde juntamos sus pedazos. / Yo nunca pude hablar con él. / Lo recuerdo ahora en sueí±os, esa borrosa patria de los muertos.” Comienzo un viaje interminable por Libertad bajo palabra (1935 – 1957): Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Hago puerto en Vuelta (1969 – 1975): tropiezo con “Nocturno de San Idelfonso”, el muchacho que camina por este poema, me dice que la poesí­a es un puente colgante entre historia verdad. La noche es una invención, una fiesta aturdida por tanta espesura mansa. “La noche estalla en pedazos”. Octavio Paz conversa con los reyes de Espaí±a al recibir el Premio Cervantes en 1981. Aprendimos que “el mundo cambia / si dos se miran y se reconocen”. Veinte aí±os de una alquimia desnuda sobre un jardí­n huérfano: ¿desaparición? La presencia de Octavio Paz se hace latente en los ecos de un aguacero permanente. En estas dos décadas no ha ocurrido el alejamiento. Leyéndolo, corroboramos que “La escritura poética es / aprender a leer el hueco de la escritura/ en la escritura”. Veinte aí±os: el oleaje crece en sus ojos de manar constante.
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