
Los franciscanos también tienen la custodia de la iglesia de la Natividad en Belén.
Por: Agencias
Jerusalén.- Vestidos con el tradicional hábito marrón y un cinturón de cuerda con tres nudos, símbolo de sus votos de âpobreza, castidad y obedienciaâ, los franciscanos forman parte del paisaje de Jerusalén desde hace 800 aí±os.
Los franciscanos, enviados en 1217 por el fundador de esta orden, San Francisco de Asís, fueron los únicos en asegurar durante siglos una presencia cristiana permanente en Tierra Santa. Los peregrinos los conocen sobre todo como los custodios del Santo Sepulcro.
Esta basílica, considerada como el santuario más sagrado de la cristiandad, se construyó en el lugar en que Jesús fue crucificado y sepultado, según la creencia. Centenares de miles de personas van allí cada aí±o.
La comunidad franciscana fue el tema de un reportaje de la revista francesa Figaro Magazine publicado el 30 de marzo e ilustrado con fotografías de la AFP.
Pero su acción no se limita a esa función simbólica en Tierra Santa. Instalados en el convento San Salvador de la Ciudad Vieja de Jerusalén, los franciscanos dirigen escuelas a las que acudan unos 10 mil alumnos, la mitad de ellos musulmanes.
El hermano Paulo, un joven seminarista brasileí±o, da clases pero también se entrena al básquet con sus alumnos palestinos de la escuela Tierra Santa, lindera al convento. Los hermanos administran también centenares de departamentos en la Ciudad Vieja, hogares para peregrinos, y toda una serie de obras caritativas de una comunidad cristiana que no deja de perder vigor.
De los 40 mil habitantes de la Ciudad Vieja unos 6 mil son cristianos y la mitad católicos, tres veces menos que hace 70 aí±os.
Los hermanos más ancianos reciben, cuando lo necesitan, asistencia en una enfermería instalada en el techo del convento San Salvador.
El hermano Mario Tangorra, de 94 aí±os, no se imagina terminar su vida en otra parte. âCuando la inquietud se apodera de mi, me es suficiente con contemplar el campanario del Santo Sepulcro para tener un sentimiento de pazâ, dijo a Figaro Magazine.
Esta leyenda acompaí±a una serie de fotografías de Thomas Coex.