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Lo que dicen los huesos; fragmentos del horror en Coahuila

Genetistas y antropólogos trabajan intentando dar un nombre a los miles de restos encontrados en fosas clandestinas de Coahuila.

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Genetistas y antropólogos trabajan intentando dar un nombre a los miles de restos encontrados en fosas clandestinas de Coahuila.

Por: Luis Durón Saltillo, Coah.- Una fotografí­a. Un nií±o de 6, 7, 8 aí±os. Lleva playera a rayas, guindas y blancas. De piel morena, aperlado. Cabello lacio, corto y ojos con mirada profunda. Bajo la foto un texto, su nombre, la fecha y el lugar de su desaparición. Brandon Esteban Acosta Herrera, desaparecido el 29 de agosto de 2009, en Ramos Arizpe, Coahuila, iba con su padre rumbo al aeropuerto de Monterrey. En el camino, un grupo de hombres armados interceptaron la camioneta donde viajaban, desde entonces no se sabe nada de él. Otra fotografí­a. Una mujer de 42 aí±os. En el lado del corazón un botón: la foto de su hijo Brandon. Lo busca desde 2009. Esa maí±ana comenzó su calvario. Se llevaron a su hijo y a su esposo y nadie sabe adónde. Desde entonces recorre las calles, ciudades enteras clamando por su localización. Desde entonces ya no duerme. Entre 2007 y 2012 Coahuila estuvo gobernado por una máquina criminal que tragaba personas y escupí­a sus huesos en la ardiente tierra del desierto o entre la maleza de las montaí±as. La violencia se apoderó de las calles. A plena luz del dí­a se desataba una guerra no declarada entre autoridades y criminales. Miles de personas murieron. Otros miles desaparecieron sin dejar rastro. A estas personas probablemente las mataron quién sabe dónde. Tal vez fueron diluidos en ácido o calcinados, otros pudieron haber muerto por un disparo en la cabeza. Sus restos los vertieron en sitios alejados y despoblados. Las huellas de lo que sucedió en Coahuila quedaron sepultadas en lugares que nadie visita. Hasta allí­ llegaron los familiares de las ví­ctimas. Con picos y palas fueron desenterrando los horrores que se vivieron aquellos aí±os Los restos fragmentados de las ví­ctimas del horror fueron acumulados en una bolsa de papel. Ahora están a cientos de kilómetros en una gaveta frí­a incrustada en el clóset de una oficina. Sin una tumba, sin un epitafio, sin una cruz, sin flores, ni siquiera tienen nombre. Están identificados con un número impreso en una etiqueta. La bolsa dice Patrocinio, sólo eso, alrededor hay otras ocho gavetas con candado. Ahí­ yacen los vestigios de lo que sucedió en Coahuila y otros estados hace aí±os. Son los fragmentos de quién sabe quién, pero pertenecen a alguien. Algún hombre, mujer, joven o nií±o al que sus familiares le lloran y no se cansan de buscar; a los que un dí­a se llevaron y no han regresado; a los que no saben a ciencia cierta qué les pasó. Esos fragmentos están ahí­ para su análisis. Pudieran ser los de Brandon o los de alguna de las mil 879 personas registradas como desaparecidas en Coahuila. Un grupo de genetistas y antropólogos buscan dí­a con dí­a otorgar una identidad a ese cúmulo de huesos fragmentados, algunos casi hechos polvo, los más grandes no rebasan algunos milí­metros de ancho, aún así­ guardan en sus partí­culas la pieza clave para su identificación (ADN). HUESOS DE NADIE Es viernes 23 de diciembre de 2017 en Morelia, Michoacán. En el edificio ubicado sobre el kilómetro 2 de la carretera a Pátzcuaro, un grupo de expertos en genética aún trabaja en los laboratorios. Son personas especializadas en la identificación de restos óseos. Ellos pueden leer los rastros de la vida y de la muerte en micropartí­culas. Buscan llegar al ADN, a la esencia del ser humano, un cúmulo de sustancias que nos confieren una identidad propia. No son más de 300 metros cuadrados los que ocupa el laboratorio en el complejo de ADN México. Seis cubí­culos equipados con tecnologí­a de vanguardia para el análisis genético. Ahí­ yacen más de 30 mil fragmentos óseos desenterrados de los campos de exterminio localizados en la Región Laguna de Coahuila. Los restos extraí­dos de Patrocinio y Estación Claudio aún permanecen en las bolsas de resguardo. Lilian Heredia, especialista en análisis genético, viste bata blanca, lentes y lleva el cabello recogido. Abre la puerta de entrada al mundo de la genética forense, es la bodega de indicios en la zona de pre-procesamiento, ahí­ llegan los restos encontrados en las fosas. No hay mucho mobiliario, dos gavetas contienen documentos con la identificación del sitio donde fueron desenterrados los fragmentos. Una especie de góndola donde se limpian los huesos, la mayorí­a divididos en miles de piezas diminutas que no alcanzan los 3 centí­metros de espesor. Al fondo del cubí­culo, un clóset con más gavetas. Son 18, están cerradas, la encargada del cubí­culo no está. En ellas se resguardan los restos que enví­an al laboratorio para su análisis. Es el primer filtro. En la pared pende un pizarrón a modo de libreta con hojas cuadriculadas en el que se exponen los pendientes del laboratorio. En el numeral 2 los pendientes que corresponden a Coahuila con el expediente 64/2017-07. Están marcados como “Entrega de informe”. Más abajo, el nombre “Fany” acompaí±a un expediente también de Coahuila, es la nota informativa sobre la desaparición de Silvia Estefaní­a Sánchez-Viesca Ortiz, una joven desaparecida en Torreón en 2007, caso icónico sobre la desaparición forzada en Coahuila. La genetista menciona que son los datos que recopilan para la posible coincidencia con algunos de los restos que ellos poseen y los perfiles genéticos que realizan a sus familiares. "De ella tenemos el registro genético de sus padres, les tomamos muestras de sangre y realizamos su perfil genético. Este lo guardamos en una base de datos en la que cotejamos los perfiles que logramos obtener con el análisis de los fragmentos". En este laboratorio también tienen restos de estados como Veracruz, Morelos y Sinaloa, además de los localizados en el basurero de Cocula, los que podrí­an pertenecer a los 43 estudiantes desaparecidos en Guerrero. La puerta roja de la bodega de indicios se cierra. En una de las gavetas hay una nota en la que se lee el nombre de Mayra, después describe el contenido de la misma: unos bóxers que localizaron cerca de sus restos, este análisis también está pendiente de ser cotejado en el banco de datos. En el resto de las gavetas se guardan los fragmentos recolectados en otros estados. Las fosas clandestinas de Veracruz son las más grandes localizadas en México, de allí­ se extrajeron más de 300 cuerpos y restos óseos, mismos que también son analizados en este laboratorio. El siguiente paso es la extracción de material genético, para ello, se utiliza un triturador de huesos que convierte los restos óseos en fragmentos aún más pequeí±os, dando la posibilidad de extraer de ellos una especie de pulpa: ahí­ está el material genético. Es un cubí­culo de no más de 4 por 5 metros. Delimitado por vidrios transparentes. La bodega de indicios es la única que cuenta con paredes sólidas de tablarroca. Toda la zona está esterilizada, el éxito en la obtención de un perfil radica en que el material genético no se contamine. Para ello es necesario el uso de guantes, batas y tapabocas al ingreso a cada cubí­culo, de lo contrario se corre el riesgo que el material sea contaminado por partí­culas exteriores. El equipo de expertos en análisis genéticos que conforma este laboratorio está capacitado para el uso correcto de las máquinas y herramientas que utilizan. ADN México es el único de los tres laboratorios de su tipo que se encuentra certificado por ANSI-ASQ National Accreditation Board (ANAB) en análisis de muestras de referencia para las pruebas de la identidad humana. Una vez que el material genético es extraí­do de la pulpa del hueso, se trabaja en la identificación de la cadena de ADN. El procesamiento de los huesos no tarda más de tres horas, pero la conformación de un perfil se puede llevar semanas, incluso meses para ser identificada. Para obtener la información genética de cada resto se tienen que realizar hasta 20 pruebas diferentes, es por ello que al fondo del cubí­culo de identificación existe el cuarto frí­o. Una habitación con cuatro refrigeradores capaces de mantener temperaturas de más de 100 grados bajo cero, esenciales para que el material genético no se degrade. Una vez que se tiene el material analizado, este pasa a la máquina de perfiles, donde se suben los datos y comienza el análisis genético en forma. Ahí­ se determina la cadena genética de los restos y con ello se obtiene el perfil. Esta es la culminación del proceso, el perfil genético se ingresa a la base de datos de personas desaparecidas, se buscan coincidencias, a pesar de que ninguna cadena genética es igual, hay muchas similitudes entre las de nuestros padres y la de nosotros, lo que nos permite identificar a una persona. El laboratorio de ADN México fue contratado por la Subfiscalí­a de Personas desaparecidas de Coahuila para dar agilidad a la identificación de los miles de restos que se han localizado en fosas y sitios de inhumación clandestinos. Dentro del laboratorio hay más de 30 mil fragmentos que se recabaron en el ejido Patrocinio en los rastreos realizados por integrantes del colectivo Grupo Vida. En agosto de 2016 se informó sobre el hallazgo de un sitio de inhumación clandestino en el ejido Patrocinio. Silvia Ortiz, dirigente de Grupo Vida, fue quien dio a conocer la ubicación de dicho lugar en el que se encontraron restos y fragmentos óseos. Tras la recolección de los restos, Estos fueron embolsados y tratados por un grupo de expertos en antropologí­a forense de la FGE, quienes los resguardaron para su traslado al laboratorio en Michoacán. Desde esa fecha se han localizado en la Región Laguna de Coahuila cinco puntos de inhumación clandestinos, el más grande en el ejido Patrocinio, de donde se han recolectado más de 100 mil restos y fragmentos óseos. En los laboratorios de ADN México se logró la identificación de 28 perfiles genéticos que esperan ser cotejados con el banco de datos de personas desaparecidos, buscando una coincidencia. Según información del subfiscal de personas desaparecidas, de esos restos se ha logrado la identificación plena de 8 personas, mismos que están por ser entregados a sus familiares. Silvia Estefaní­a Sánchez-Viesca Ortiz, "Fanny", habrí­a sido raptada por Heriberto Lazcano, "El Lazca", lí­der de los Zetas, hace casi 11 aí±os. El trabajo de los antropólogos y los genetistas culmina cuando las madres o familiares de los desaparecidos reciben una urna con los restos de sus seres queridos. Es un trabajo que abarca semanas y dí­as enteros de investigación. Dejan de lado su vida familiar, ya que su compromiso es dar un nombre a ese cúmulo de fragmentos que pasan por sus manos cubiertas con guantes de látex para no alterarlos. Pueden pasar meses antes de obtener una coincidencia, antes de que alguien reclame los restos que son analizados ahí­. Mientras tanto, permanecen en la gaveta frí­a, encerrados en una caja de no más de 24 centí­metros cúbicos, pero ya no con un número, esta vez ya tienen un nombre o por lo menos alguna seí±a de su identidad. En 2011 se comenzó en Coahuila la integración de un banco de datos genéticos a la par del nacional, que ya existí­a desde 2002. A la fecha, el banco estatal integra más de 5 mil muestras de ADN, provenientes de cadáveres no identificados, familiares de personas desaparecidas y fragmentos óseos localizados en fosas clandestinas. Sin embargo, con ese banco genético, sólo se han podido concretar ocho identificaciones, poco menos de 1% de los registros de ADN. La única esperanza de los familiares de personas desaparecidas está puesta en esos fragmentos encerrados en las gavetas del laboratorio. Son ya más de 10 aí±os de búsqueda, y hasta la fecha los integrantes de colectivos como Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fuundec), Grupo Vida o Alas de Esperanza no han tenido respuesta a sus súplicas. DE LA TIERRA AL AGUA  Bajo un sol abrasador que pega a las 11:00 de la maí±ana de un sábado, una mujer escarba las entraí±as de Coahuila. Es un sitio desolado, una zona llena de arbustos espinosos que pueblan el desierto del estado. Está en busca de indicios de muerte, de lo poco que queda de aquellos que fueron ví­ctimas de la violencia. Silvia Ortiz lleva más de 10 aí±os en la búsqueda de su hija, Estefaní­a Sánchez-Viesca Ortiz. A los 14 aí±os fue raptada por integrantes del crimen organizado en Torreón. A pesar de que no ha logrado encontrar a su hija, el trabajo de Ortiz ha resultado exitoso para otras familias. Ante el poco caso que las autoridades le hicieron a su problema, Silvia decidió fundar el Grupo Vida, integrado por familiares de personas desaparecidas que se dedican a rastrear puntos donde pudieran estar enterrados los restos de las ví­ctimas. Grupo Vida es uno de los cinco colectivos de búsqueda de personas desaparecidas en Coahuila, cada mes mantienen reuniones con el Gobierno estatal para definir las acciones que realizarán en esta causa. Su trabajo se basa en ubicar fosas clandestinas y la recolección de los restos óseos, para lo que han solicitado al Gobierno los medios para realizar su trabajo. Pero no sólo es la tierra donde han buscado, también en las profundidades de las presas que hay en el estado. Gracias a los testimonios de dos familias se dieron cuenta de que en Coahuila no sólo existen fosas clandestinas, también hay tumbas de agua. Hace unas semanas se obtuvo la declaración del integrante de una banda criminal que operaba en Coahuila, en la cual menciona que varias presas del estado fueron utilizadas como lugares de desecho de cuerpos. Ante ello, Silvia Ortiz reaccionó y solicitó al Gobierno del Estado que se realicen operativos para ubicar cuerpos debajo del agua que hay en las represas. Cinco aí±os atrás ya habí­a informado al Gobierno sobre la existencia de tumbas de agua, pero no respondieron. Ahora sólo pide que se asigne un mayor presupuesto para trabajar en las presas, que se contrate a un grupo de expertos en buceo y se rastreen los cuerpos de agua que hay en Coahuila. Es mediodí­a del último sábado de febrero en Saltillo. Silvia Ortiz se encuentra en las oficinas del Palacio de Gobierno de Coahuila, es la reunión plenaria del plan estatal de búsqueda de personas desaparecidas. Ese dí­a se rindió un informe de actividades y la presentación de las acciones a seguir. Ese dí­a no hubo rastreo. El domingo continuó la búsqueda. El sol pega en el desierto de la Región Laguna en Coahuila. Silvia está acompaí±ada por su equipo de rastreo. Peinan una nueva rancherí­a donde les dijeron que podrí­a haber cuerpos enterrados. Con sus manos desnudas escarba la tierra. Otros incrustan varillas en donde la arena está suelta, es un indicio de que ahí­ alguien escarbó. Aún no encuentran nada, pero están seguros de que lo harán. A los pocos minutos alguien grita. ¡Casquillo! Es la palabra que rompe el silencio que impera en el lugar, es el primer indicio, siguen escarbando, la tierra se vuelve negra, ahí­ prendieron fuego. Las huellas del horror comienzan a percibirse, fragmentos de huesos, pedacitos que pasarí­an desapercibidos a cualquier persona pero no para estas mujeres y hombres que han adquirido la experiencia para diferenciar entre un hueso y una roca. Han encontrado otro sitio de inhumación clandestina. Acordonarán el área y la dividirán en cuadrantes. Continuarán con el rastreo hasta localizar todos los restos. Después informarán a las autoridades sobre el hallazgo, llegarán los peritos de antropologí­a forense, recolectarán los fragmentos y los meterán en una bolsa de papel. En esa bolsa viajarán más de 800 kilómetros que separan a Saltillo de Morelia. Los huesos llegarán directo a las manos de los genetistas. Luego serán resguardados en esa gaveta frí­a donde permanecerán hasta ser identificados. El proceso puede tardar aí±os. Posiblemente en 2019, 2020 o más allá una madre por fin encontrará a su hijo, un abuelo podrá enterrar a sus nietos y esos fragmentos por fin tendrán una tumba, tal vez una urna en algún panteón, ya les llevarán flores y los recordarán sus familiares.
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