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El Faro Rojo: Pesadilla en familia

Dormían tranquilamente, pero el horror se metió de súbito en su casa y los hizo pasar el peor momento de sus vidas.

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Dormí­an tranquilamente, pero el horror se metió de súbito en su casa y los hizo pasar el peor momento de sus vidas.

Por: Agencias

Saltillo, Coah.- Amarrado en el rincón de la recámara donde lo tení­an cautivo, Ricardo se limitó a oí­r cómo los secuestradores violaban a su mujer, porque la penumbra de la noche los cobijaba para perpetrar el delito con que saciaron sus bajezas carnales. Tras el suplicio del ataque perpetrado por pistoleros en la colonia Girasol aquel mes de abril, los Martí­nez vieron cristalizada la figura de la justicia cuando uno de ellos fue aprehendido por agentes municipales que se unieron a la cacerí­a de los malosos. Tardeada familiar Sofocada por el calor que atosigaba el ambiente, Brenda abrió las ventanas de la casa donde viví­a junto a su familia. Apenas amanecí­a, pero el vaivén de transeúntes en las calles de la colonia Girasol le hací­a creer que la maldad estaba lejos de ella. El barullo de quienes jugaban hasta altas horas de la noche denotaba tranquilidad, que era reforzada por una caseta policiaca atestada de gendarmes que patrullaban constantemente las calles del sector. Tras convivir con sus hijos frente al televisor de la sala, la mujer los durmió en el cuarto y alargó su insomnio dialogando de cosas triviales con Ricardo, que por el sopor de la temporada seguí­a sin conciliar el sueí±o. Cerca de la medianoche, los esposos optaron por dormir y convencidos de eso se retiraron a su cuarto, sin percatarse de que la tragedia flotaba en el ambiente para sorprenderlos en el momento menos oportuno. Bestial ataque La pareja apenas comenzaba a dormir cuando unos toquidos azotaron la puerta de su vivienda. Asustado, Ricardo se levantó para abrir sin precaución; creyó que se trataba de algún familiar en apuros, llevándose la peor sorpresa de su vida. Utilizando armas de fuego, un grupo de sujetos irrumpió violentamente para amagar a los presentes, golpeándolos sin piedad para con rapidez amordazar al jefe de familia, a quien empujaron a un rincón mientras saciaban sus bajezas con su esposa, que presa del terror soportó la humillación de la que era presa. Durante 15 minutos que parecieron eternos, la fémina aguantó el vendaval de los chacales con pistola que la mancillaron sin piedad ante la mirada atónita de sus hijos que lloraban desconsolados por la pesadilla que estaban viviendo despiertos. Ya con la situación controlada, los depravados salieron con sus rehenes a toda prisa, subiéndolos al taxi que minutos antes habí­an robado y que utilizaron para escapar de su épica odisea, sin encontrar la oposición de sus ví­ctimas. Fallida persecución Rompiendo la tranquilidad de la noche con el rechinar de su taxi robado, los montoneros se enfilaron hasta el bulevar J. Mery para evadir la acción de la Policí­a, que ya los buscaba por toda la ciudad, tras haber sido alertados por vecinos del sector que se percataron de lo que ocurrí­a. Sabiéndose buscados por la ley, los rijosos abandonaron el carro de alquiler en el bulevar e iniciaron la fuga, arrastrando consigo a la mujer, quien junto a sus pequeí±os los seguí­an bajo amenaza de muerte. Cerca de un arroyo, la comitiva de correlones se topó con un grupo de agentes policiacos que detuvo su andar para cuestionarlos, fue entonces cuando uno de los fugitivos inventó una historia para evadir la acción de la justicia. Uno de los varones presentó a Brenda como su esposa y a los menores como sus hijos, pero la fémina se armó de valor y lo delató, arrancándole la máscara de mentira que portaba, desencadenando una nueva movilización de la justicia que terminó casi de inmediato. Alertados por su sentido de sobrevivencia, los delincuentes rompieron filas para echarse a correr por todas partes, internándose en el cauce del riachuelo donde se perdieron entre la maleza para distraer a las uniformados En rápida búsqueda, los guardianes del orden sometieron a uno de los captores, que de nuevo fue delatado por la ama de casa, quien lo acusó de ser uno de sus verdugos para entre lágrimas exigir que lo metieran a la cárcel. Mientras la mayorí­a de los secuestradores lograban fugarse de la ley, José Luis quedaba como el causante de la fechorí­a cometida en patio ajeno, quedando tras las rejas como el responsable de haber ultrajado a la fémina y secuestrar a los hijos de esta con lujo de violencia.

Con información de Rosendo Zavala.

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