"En este paí­s la gente dice que los 70 son los nuevos 50, y eso simplemente no es cierto", advirtió a Infobae Mark Fisher, profesor de Neurologí­a y de Ciencia Polí­tica en la Universidad de California con sede en Irvine (UCI). "Hay demasiadas enfermedades que son mucho más comunes a los 70 que a los 50: el Parkinson, el Alzheimer, los trastornos cerebrovasculares tienden a aumentar cuanto más grande es una persona. Con estos candidatos presidenciales de 70 aí±os tenemos buenas razones para preocuparnos y esperar un grado mayor de revelación de sus estados médicos".—El malestar de Clinton en la conmemoración de los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono fue una seí±al. ¿Es importante en sí­, o hay otros elementos a considerar, como historia clí­nica, cuidado preventivo y hábitos de salud? —Todo importa: con candidatos de esas edades, un episodio médico relativamente menor puede tener consecuencias polí­ticas graves. Lo que le pasó a Hillary Clinton hace unos dí­as es un hecho relativamente menor desde una perspectiva médica; resultó que tení­a neumoní­a. Pero esa clase de eventos tienen el potencial de conllevar consecuencias polí­ticas profundas. Como si hubiera escuchado la advertencia del doctor Fisher —"con miras al futuro, será muy importante que ella pruebe clara e inequí­vocamente que tiene buena salud y está en condiciones de llevar adelante en su totalidad la enorme responsabilidad de las tareas de la presidencia"—, a mediados de la semana la candidata del partido gobernante amplió los detalles sobre su estado de salud. "Lo último que supimos sobre su estado médico en detalle fue hace un aí±o… Es hora de una actualización", dijo el especialista, al que tampoco le bastó la trumpiana declaración del gastroenterólogo del candidato republicano: "Será el individuo más sano en haber sido elegido a la presidencia". El informe le pareció poco profesional, sin la información necesaria. Como no fue el único en pensar eso, Trump llevó al popular programa Dr. Oz otro informe médico, con fecha del 13 de septiembre y la firma de Harold Bornstein. Entre otros detalles —que sólo estuvo hospitalizado una vez a los 11 aí±os, que sus exámenes de rutina son normales— el médico desglosó la presión sanguí­nea, el nivel de glucosa y el panel de lí­pidos de Trump, quien tiene sobrepeso y toma una medicación contra el colesterol y una dosis baja de aspirina para la prevención de problemas arteriales. —Serí­a bueno, ideal, que se les hiciera a los candidatos un examen médico completo y sin prejuicios, y que lo hagan individuos que no son necesariamente sus médicos personales. Acaso sea pedir demasiado… —ironizó Fisher—. —Pero usted ha pedido más aun, como experto en envejecimiento del cerebro y su efecto en el liderazgo polí­tico. —Además de un examen médico general, que por lo general realiza un especialista en clí­nica médica, yo recomiendo que todos los principales candidatos presidenciales se sometan a un examen neurológico completo, para evaluar sus funciones cerebrales, su capacidad de razonamiento, de memoria y de tomar decisiones. Un examen de estado mental es un elemento central de la evaluación neurológica, y asegurarí­a al público que ambos están en condiciones de ser presidentes. ¿Un cerebro viejo puede liderar la Casa Blanca? El profesor Fisher fue el primero seí±alar la importancia del envejecimiento de los lí­deres polí­ticos, en el ensayo —en coautorí­a con David Franklyn y Jerrold Post— "Executive Dysfunction, Brain Aging, and Political Leadership" ("Disfunción ejecutiva, envejecimiento cerebral y liderazgo polí­tico"), donde pone como ejemplo principal la enfermedad neurológica del ex primer ministro de Israel Ariel Sharon, y las posibles consecuencias de ese mal en sus actos públicos. "La toma de decisiones tiene importancia crí­tica en el liderazgo polí­tico, y se podrí­a presumir que esta capacidad disminuye a medida que se envejece", argumentó el texto. "La sabidurí­a se concibe por lo general como un atributo clave de los individuos mayores", pero eso sucede en simultáneo a otro fenómeno. "El impacto negativo de la vejez de los lí­deres polí­ticos se ve tí­picamente desde la perspectiva de una enfermedad catastrófica, como el cáncer o un ataque al corazón, o un deterioro progresivo lento pero obvio, como se ve con el Mal de Alzheimer. Sin embargo, existen otros escenarios del envejecimiento cerebral en el liderazgo polí­tico que son tan insidiosos como comunes". Y, en opinión de los especialistas, hay uno tan habitual como inexplorado: "El deterioro de las capacidades para la toma de decisiones debido a la edad". Los desmayos, las cirugí­as —como las dos que sufrió en funciones Ronald Reagan, quien está a punto de perder el récord de presidente más provecto al asumir su primer periodo: 69 aí±os—, los accidentes cerebrovasculares como el que sufrió Woodrow Wilson, las convulsiones de Richard Nixon dan mejores titulares que el secreto, muchas veces invisible para terceros, deterioro de las funciones cognitivas que sucede naturalmente con la edad. —¿Qué lo llevó a pensar en la importancia de este factor silencioso? —Estamos acostumbrados a pensar en los episodios relacionados con la edad que son catastróficos, o condiciones progresivas pero obvias de deterioro de las funciones cerebrales (como le sucedió a Franklin D. Roosevelt durante los últimos aí±os de su presidencia por una hipertensión mal tratada), o episodios como los que se observaron en Reagan cuando pasó por cirugí­as y algunas de sus decisiones quizá se vieron impactadas por los efectos de la anestesia. Pero hay cambios más sutiles en la función cerebral. —¿Qué capacidades mentales habrí­a que considerar con seriedad sobre un polí­tico mayor que aspire a estar en la Casa Blanca? —Muchas de las funciones cognitivas —memoria, aprendizaje, atención, lenguaje, razonamiento, habilidad para tomar decisiones— a las que se engloba como funciones ejecutivas. Hay pruebas de que luego de los 60 aí±os nuestra capacidad para tomar decisiones comienza a declinar, y lo sigue haciendo a medida que aumenta la edad. Esa es una observación promedio; hay una tremenda cantidad de variaciones. Pero todos estos factores se vuelven más probables en los individuos mayores. Ejemplos de la historia Ente los casos que Fisher —profesor del Departmento de Anatomí­a y Neurobiologí­a de UCI—, cataloga de catastróficos se destaca el derrame cerebral que Wilson sufrió el 2 de octubre de 1919, tras una historia de hipertensión desde al menos 1906. El lado izquierdo de su cuerpo quedó paralizado, y su habla resultó comprometida. "Durante los últimos dí­as de su presidencia se cree ampliamente que su esposa, Edith, tomó las decisiones en su nombre", dijo el especialista de UCI. "Ese derrame cerebral fue público; no está claro si habí­a tenido otros anteriores. Sé que hay especulación alrededor del tema, pero no estoy convencido de que haya sufrido sí­ntomas durante un periodo prolongado; probablemente antes del ataque mayor haya sufrido eventos menores, pero no por muchos aí±os". Bajo la etiqueta de progesiva se encuentra la enfermedad cerebrovascular de Franklin Delano Roosevelt. Se conocí­a su lucha contra la poliomielitis, pero la causa de su muerte a loas 63 aí±os fue un derrame cerebral. Desde comienzos de la década de 1940 sufrió de presión alta; los valores que presentaba "hoy en dí­a serí­an considerados en el rango de hipertensión maligna, una emergencia médica que requiere el ingreso a la terapia intensiva de un hospital", afirmó el artí­culo de Fisher, Franklin y Post. Además de fumar, por lo que sufrió problemas cardí­acos y pulmonares, Roosevelt "puede haber tenido episodios de encefalopatí­a hipertensiva, que consisten en periodos de disfunción cognitiva grave, incluida la inconsciencia". Murió poco después de la Conferencia de Yalta, donde mostró seí±ales de no comprender lo que sucedí­a. Dentro de lo episódico se cuentan dos episodios graves de disfunción cognitiva transitoria que sufrió Reagan. "El primero sucedió luego de su intento de asesinato en abril de 1981", seí±aló el texto. "La incapacidad de Reagan fue mucho mayor de lo que se reconoció públicamente en el momento. No se invocó la 25ª Enmienda, que se ocupa de las consecuencias de la incapacidad presidencial, y las decisiones ejecutivas fueron tomadas por un grupo de asesores polí­ticos superiores a los que nadie habí­a elegido". El segundo episodio sucedió luego de la anestesia que Reagan recibió para su cirugí­a para tratar el cáncer de colon en 1985. Reagan se mostró desorientado; "llamativamente, no se le hizo una evaluación de su estado mental ni un estudio de sus funciones cognitivas". La decisión de que volviera a trabajar fue tomada por la Casa Blanca, no por los médicos; "el escándalo Irán-Contra se desarrolló mientras Reagan se recuperaba de la cirugí­a". —La depresión de Abraham Lincoln fue un secreto, también la insuficiencia suprarrenal de John F. Kennedy (enfermedad de Addison). —La extensión de sus problemas médicos de Kennedy es asombrosa, en particular si tenemos en consideración las muchas crisis por las que él tuvo que guiar al paí­s. Tomaba mucha medicación, y hoy hay pruebas de que tomaba medicación que no se recetaban en circunstancias normales —como anfetaminas o drogas similares— para su cuadro de aquel momento. Creo que tuvimos suerte de haber evitado una catástrofe durante la presidencia de John Kennedy, pero quizá la próxima vez no tengamos tanta suerte. —¿Cómo fue el caso de Sharon? —En sus últimos aí±os en el poder hizo cambios en la dirección de su liderazgo polí­tico. Se puede mirar eso desde un punto de vista histórico, pero hubo cambios grandes en su actitud ante los territorios ocupados, por ejemplo, al punto que algunos de sus oponentes y hasta algunos de sus aliados lo criticaron porque veí­an algo extraí±o. Sharon tení­a una enfermedad neurológica llamada angiopatí­a amiloide, que se sabe que afecta la capacidad de tomar decisiones. Si eso fue la causa de sus cambios en las decisiones polí­ticas, no es claro; pero es al menos razonable la idea de que haya sido un factor contribuyente.