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El glaciar que esconde 280 cuerpos

Cada año cuatro personas desaparecen. Y aún quedan 268 dentro del glaciar.

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Cada aí±o cuatro personas desaparecen. Y aún quedan 268 dentro del glaciar.

Por: Agencias

Espaí±a.- La aparición de los cuerpos momificados de una pareja desaparecida hace 75 aí±os descubre el misterio de un pequeí±o pueblo perdido en los Alpes suizos Los mismos tejados de pizarra negra en sus casas recostadas en una ladera de los Alpes suizos, los mismos prados verdes dignos de un capí­tulo de Heidi y el mismo ambiente somnoliento propio de una pequeí±a localidad de algo menos de 200 vecinos. Pero durante todo ese tiempo Chandolin ha sido el escenario de un extraí±o y siniestro misterio que ha durado 75 aí±os y de un drama que ahora avergí¼enza a sus vecinos más ancianos. Y todo ello ha salido a la luz -y nunca mejor dicho- por culpa de un verano especialmente caluroso. Pero vayamos por partes. La maí±ana del 15 de agosto de 1942, Marcelin y Francine Dumoulin salieron de su casa muy temprano. Mientras las bombas de la II Guerra Mundial tronaban sobre media Europa, el cantón suizo de Valais, donde está Chandolin, era un remanso de paz. Marcelin, el zapatero del pueblo, y su mujer, Francine, que era la maestra de la pequeí±a escuela, complementaban sus sueldos con la explotación de un modesto rebaí±o de vacas. En verano subí­an las reses a lo alto del macizo de Les Diablerets, donde el pasto era más jugoso, aunque ello suponí­a tener que subir a vigilar el ganado de vez en cuando. El único camino para llegar hasta allí­ era -y sigue siendo- a través de un glaciar, el Tsanfleuron, a 2.615 metros de altitud. La pareja, que tení­a siete hijos de entre tres y 11 aí±os, se despidió de ellos prometiendo que volverí­an esa misma noche o, si se les hací­a muy tarde, a la maí±ana siguiente. Con un abrazo y un beso a los más pequeí±os, salieron de su casa... y esa fue la última vez que se les vio con vida. Los buscaron sin descanso durante semanas, pero los Dumoulin parecí­an haber sido tragados por el glaciar sin dejar rastro. Era la primera vez que Francine subí­a a Les Diablerets, pero su marido era un avezado montaí±ista, no habí­a habido mal tiempo ni nada que pudiese haberlos desorientado en su camino y ambos estaban en buena forma fí­sica y bien equipados para la nieve. Lo que fuera que les hubiese sucedido tení­a intrigados a todos los vecinos del pequeí±o pueblo. Durante las primeras semanas, mientras se llevaba a cabo la búsqueda, la pequeí±a comunidad se volcó con los siete hijos de la pareja, pero a medida que pasaban los dí­as esa ayuda se fue volviendo cada vez más siniestra e interesada. La mayor, Monique, entonces de 11 aí±os y hoy la única viva junto a otra hermana, cuenta lo que pasó durante aquellos dí­as: "Fuimos enviados a trabajar a jardines, campos, vií±edos. Nunca estuvimos juntos. Incluso si hubiéramos estado en el mismo pueblo, no nos veí­amos porque trabajábamos todo el tiempo", recuerda con la lucidez de la distancia". "Así­ que cada uno descansó en su propio rincón del mundo y creció por separado. La vida cambió terriblemente después de que ellos desaparecieron". Una vez que los vecinos de Chandolin dieron la búsqueda del matrimonio Dumoulin por finalizada, se encontraron con siete huérfanos de corta edad a los que atender. La solución -inconcebible hoy en dí­a, pero quizás comprensible para la mentalidad de hace siete décadas- fue repartir a los hermanos a los cuatro vientos, vendidos o regalados como mano de obra semiesclava a las familias que optaban por acogerlos. El cura de la localidad cerró la casa familiar, vendió todos los bienes (incluido el rebaí±o de vacas de Les Diablerets) y se encargó de distribuir a los siete hermanos según su criterio. En ese sentido, su destino no fue muy diferente del de otros cientos de miles de nií±os de esa época, en una Europa en guerra y plagada de huérfanos. La extraí±a desaparición de los Dumoulin condenó a sus hijos a una vida de privaciones y esfuerzo, desarraigados y desconectados unos de otros, pero unidos por un nexo común: tratar de averiguar qué habí­a sucedido con sus padres. Cada 15 de agosto, para conmemorar la desaparición, los hermanos subí­an hasta el glaciar y una vez allí­ dedicaban el dí­a a pasear entre los campos de hielo en una búsqueda cada vez más improbable. "Nuestros padres siempre estaban a nuestro lado cuando estábamos allí­", recuerda Marceline, la otra hermana superviviente, de 79 aí±os. A lo largo de las décadas los hermanos fueron muriendo, hasta que sólo quedaron Marceline y Monique, demasiado mayores ya para subir al glaciar. Todo parecí­a condenado a morir en silencio... hasta hace unos dí­as. Un operario del teleférico de la zona observó un par de piedras negras en un lugar donde antes sólo habí­a nieve. Intrigado, se acercó y descubrió, para su espanto, los cuerpos momificados de dos personas, con ropa y equipamiento propio de los aí±os 40. Los cadáveres yací­an tumbados uno al lado del otro, abrazados en un sueí±o eterno, como si en el último momento hubiesen querido darse calor, consuelo o simplemente una última muestra de amor, pensando quizás en los siete hijos que dejaban atrás. O podrí­a ser, a la luz de los acontecimientos, que se refugiasen el uno en los brazos del otro presos del pánico más absoluto, mientras la muerte los alcanzaba. Sea como fuere, cuando el rumor del hallazgo llegó hasta Monique, la anciana sintió la corazonada de que aquellos podrí­an ser sus padres. Envió una vieja foto de la pareja a los equipos de rescate y pronto salieron de dudas: después de 75 aí±os perdidos en las montaí±as, Marcelin y Francine volví­an a casa. "Pasamos toda nuestra vida buscándolos, sin parar. Nunca pensamos que podí­amos darles el funeral que merecí­an. Puedo decir que después de 75 aí±os de espera, esta noticia me da una profunda sensación de calma", explicó Monique, con voz trémula. Sin embargo, el misterio está lejos de acabar. A falta de la autopsia de los cuerpos, queda por saber qué es lo que le sucedió a los Dumoulin aquel 15 de agosto. Los expertos especulan que los cuerpos podrí­an haber estado todo este tiempo ocultos en una grieta del glaciar y que el avance del hielo, unido a un verano caluroso los ha hecho salir a la luz. Pero también aí±aden, en voz más baja, que desde 1926 han desaparecido más de 280 personas en esa misma zona, una cifra desorbitada para un lugar tan pequeí±o y concreto, una anomalí­a en las estadí­sticas que nadie puede explicar y que no puede deberse tan sólo a las grietas del hielo. Stéphane Vouardoux, portavoz de la policí­a del cantón de Valais, se mantiene cauto ante la aparición de los cuerpos. Dada la enorme cantidad de desaparecidos en la zona, sostiene que se debe esperar al resultado de las pruebas de ADN para estar seguro de que se trata de los Dumoulin. Cuando se le pregunta su opinión sobre el elevado número de desaparecidos en el Tsanfleuron, no se atreve a dar una respuesta. Es, simplemente, algo que lleva pasando desde hace décadas y para lo que nadie tiene una explicación razonable, más allá de los habituales accidentes de alta montaí±a, que sin duda explican parte de los casos, pero no todos. El glaciar, de apenas tres kilómetros y medio de largo, está hoy en dí­a ocupado en su parte superior por una estación de esquí­, Glacier 3000, a la que sólo se puede llegar en teleférico y que atrae a numerosos visitantes todos los aí±os, visitantes que circulan por sus pistas, en su gran mayorí­a sin saber que en algún lugar de esa misma zona aún se ocultan casi 300 desaparecidos en los últimos 90 aí±os. No hay datos fiables de antes de esa fecha, pero es presumible que la cifra sea todaví­a mayor. El glaciar Tsanfleuron guarda un secreto, oscuro y peligroso, que devora visitantes con una regularidad pasmosa, sin que nadie sepa el motivo. Quizás los Dumoulin pudiesen explicar algo al respecto, pero están muertos y han guardado celosamente el secreto durante siete décadas. Por eso, en las silenciosas calles de Chandolin los más viejos del lugar se alegran de la vuelta de sus vecinos desaparecidos, pero mientras tanto miran de reojo a las montaí±as del fondo del valle, porque saben que la muerte aún se oculta allí­, esperando paciente a su próxima presa.

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