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El niño que combatió en Afganistán y acabó en Guantánamo

El artículo publicado por Proceso expone la violación sistemática a los derechos humanos y leyes internacionales que ocurre en la prisión estadounidense de Guantánamo.

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El artí­culo publicado por Proceso expone la violación sistemática a los derechos humanos y leyes internacionales que ocurre en la prisión estadounidense de Guantánamo.

Por: Proceso

El canadiense Omar Khadr tení­a 15 aí±os cuando recibió dos tiros en la espalda y metralla en un ojo durante un enfrentamiento en Afganistán entre soldados estadunidenses y milicianos de Al Qaeda. Sin importar que fuera menor de edad, fue acusado de terrorismo y encarcelado 10 aí±os en Guantánamo, donde fue objeto de torturas, negligencia médica y procesos judiciales viciados. Tras su liberación demandó a su gobierno por haberlo dejado a su suerte, a pesar de que en su caso se violaron las convenciones internacionales que protegen a los menores de edad. Espera una compensación económica y, por lo menos, disculpas públicas.

Montreal.- A los 15 aí±os aparecen comúnmente los latidos amorosos, las complicidades de nicotina con el grupo de amigos, los sueí±os de toga y birrete. A esa edad, el canadiense Omar Khadr perdió en Afganistán la visión del ojo izquierdo y recibió dos balas en la espalda. Tres meses después aterrizó como prisionero en la base estadunidense de Guantánamo. Ahí­ estuvo recluido 3 mil 624 dí­as y 950 más en centros penitenciarios de Canadá. Hoy tiene 30 aí±os, está en libertad condicional, vive un noviazgo y quiere ser enfermero.

Su historia es una concatenación de agravios: nula protección a un menor, violaciones a convenios internacionales, torturas, negligencia médica, procesos judiciales viciados y, durante todo ese tiempo, desatención de su gobierno.

“Canadá ha sido un paí­s muy activo en el mundo en la elaboración de acuerdos y en la promoción y el financiamiento de iniciativas para nií±os en conflictos armados. Sin embargo, estos esfuerzos no se aplicaron con Khadr, que era un menor canadiense”, cuenta a Proceso Guillaume Landry, director general de la Oficina Internacional de los Derechos de los Nií±os.

Los pasados miércoles 21 y jueves 22 el abogado de Khadr sostuvo reuniones de mediación con representantes del gobierno de Canadá. Exige para su cliente –a quien trata como a un hijo– disculpas oficiales y una compensación económica. Las pláticas fueron infructuosas.

Khadr nació en Toronto el 19 de septiembre de 1986. Sus padres eran egipcios que llegaron a suelo canadiense en los setenta. Pasó su nií±ez entre Canadá, Pakistán y Afganistán por las labores de su padre, Ahmed Khadr, ingeniero que se dedicaba a conseguir recursos para orfanatos.

De acuerdo con Michelle Shephard, autora del libro El nií±o de Guantánamo, la historia no contada de Omar Khadr, Ahmed Khadr figuraba como simpatizante de terroristas en las listas de los servicios de inteligencia de Canadá y Estados Unidos, al igual que en los reportes del Comité de Seguridad de la ONU. Tení­a ví­nculos estrechos con Osama bin Laden y otros miembros de la cúpula de Al Qaeda. El dinero que recaudaba al parecer serví­a también para financiar campos de entrenamiento.

Cuando Omar tení­a 12 aí±os su padre los enví­o a él y a dos de sus hermanos a uno de esos campos y en junio de 2002 lo integró a un grupo de Al Qaeda comandado por el afgano Abu Laith al-Libi para que brindara apoyo como traductor, ya que el menor dominaba varias lenguas. Fue la última vez que padre e hijo se vieron: Ahmed murió en un enfrentamiento con soldados de Pakistán en octubre de 2003.

“Técnicas reforzadas” 

El 27 de julio de 2002 el ejército de Estados Unidos tomó por asalto una construcción ocupada por simpatizantes de Al Qaeda en el pueblo afgano de Khost. La operación duró varias horas, entre ráfagas de armas automáticas y bombardeos aéreos.

En los últimos momentos del combate una granada mató al soldado estadunidense Christopher Speer. El único sobreviviente dentro del edificio fue Omar Khadr. Los militares lo encontraron semienterrado entre polvo y piedras, con un ojo completamente daí±ado, dos disparos en la espalda que le salieron por el pecho y traumatismos en las extremidades.

Khadr fue trasladado a la base aérea de Bagram, donde recibió atención médica (insuficiente, según contó después a su abogado). El gobierno canadiense ya estaba al tanto de su detención, pero no hubo reacción alguna. El muchacho permaneció en Bagram tres meses en una minúscula celda y fue sometido a “técnicas reforzadas de interrogación” (eufemismo por tortura). En esas condiciones cumplió 16 aí±os.

En El camino a Guantánamo, el cineasta británico Michael Winterbottom filmó con alto realismo el testimonio de tres de sus compatriotas que fueron enviados a esa base estadunidense. Un avión atiborrado de personas sin procesos judiciales, cadenas por doquier, uniformes anaranjados, capuchas y audí­fonos para nulificar sensaciones. Lo mismo vivió Khadr el 28 de octubre de 2002.

Khadr tuvo el trato que ha distinguido a Guantánamo: amenazas de abuso sexual, privación del sueí±o, interrogatorios interminables –varias veces con las “técnicas reforzadas”–, periodos de aislamiento.

En febrero de 2003 recibió la visita de un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores de Canadá y de un oficial del Servicio Canadiense de Seguridad e Inteligencia; un agente de la CIA también estuvo presente.

La Suprema Corte de Justicia de Canadá ordenó al gobierno de aquel paí­s hacer públicos los videos de estos encuentros. En el documental No te gusta la verdad, de Luc Coté y Patricio Henrí­quez, aparecen distintos fragmentos de este material. Khadr llora repetidamente mientras exclama: “Quiero volver a Canadá”. En respuesta recibe múltiples preguntas y largos reproches.

El más alto tribunal canadiense también determinó que los derechos constitucionales de Omar habí­an sido pisoteados, ya que fue interrogado por los funcionarios de Canadá a pesar de que estaban al tanto de los maltratos que habí­a sufrido.

De acuerdo con los cables diplomáticos filtrados por WikiLeaks, las autoridades estadunidenses atribuí­an a Khadr un gran valor como potencial fuente de información y un alto riesgo para la seguridad. Tres aí±os después de su llegada a Guantánamo, una corte militar lo acusó de la muerte de Speer, de intento de asesinato de otros soldados y de pertenencia a un grupo terrorista. El abogado William Kuebler fue nombrado su defensor.

Khadr negó los cargos y Kuebler presentó pruebas en favor de su defendido. Por ejemplo, estudios periciales mostraban que la muerte de Speer fue provocada por una granada estadunidense. Habí­a sido ví­ctima de “fuego amigo”. También expuso inconsistencias en los testimonios que incriminaban al muchacho. Los jueces desecharon estas pruebas y aceptaron diversas declaraciones de Omar extraí­das bajo tortura.

Se trataba de un menor herido en batalla y luego encarcelado. Nada de esto fue considerado por los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, en plena violación a lo estipulado en la Convención de la ONU relativa a los derechos de la nií±ez en su implicación en conflictos armados.

“Khadr tení­a 15 aí±os al momento de su detención y de sus presuntos actos, y fue empleado por un grupo armado. Recurrimos frecuentemente al término ‘nií±o soldado’, pero los menores son utilizados no sólo como combatientes, sino también como esclavos sexuales, mensajeros, escudos humanos”, precisa Landry.

Amnistí­a Internacional expresó su preocupación por los tratos a Khadr, sobre todo por su edad. Anthony Lake, quien fungió como director ejecutivo del UNICEF, seí±aló en ese entonces que el muchacho no debí­a ser juzgado por un tribunal que careciera de los estándares y las medidas necesarias para asegurar su protección. “Ningún menor ha sido perseguido por un crimen de guerra desde la Segunda Guerra Mundial”, declaró Radhika Coomaraswamy, representante especial de la ONU para nií±os en conflictos armados de 2006 a 2012, quien pedí­a rehabilitación en vez de condenas para el canadiense.

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